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Manos y corazón a un sentimiento llamado Cuba

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A Cuba no basta con soñarla, aferrarse a ella, serle fiel. No basta, porque a Cuba no le alcanza la idolatría, no le alcanza el decir, no le alcanza el saberse amada. Cuba necesita mucho más.

Y no es que no valga el amor que se le profesa, que es, por demás, la fuerza imprescindible para mantenerla soberana y viva; es que no hay mérito alguno en el amar sin construir, como no lo hay en el decir sin el hacer.

Es por ello que, junto al corazón que le entregamos cada día, también reclama la Patria nuestras manos. Reclama sin necedad ni egoísmos, y sí con el derecho que otorgan la historia, los ejemplos inmortales, las heroicas vivencias de entrega ilimitada, el legado invaluable de que digno será quien, con su propio sudor y esfuerzo, conquiste la dignidad.

Si bien no hay en estas letras verdad alguna que no hayamos asumido hace ya tiempo los cubanos, sabe el revolucionario de alma y convicción que no es ocioso revisitar sus motivaciones y principios, sobre todo cuando la dureza del momento histórico le convoca a un profundo ejercicio de introspección, porque debe mirar primero hacia sí mismo y, después, hacia la obra de la que ha sido partícipe. Solo así es posible avanzar, crecer, perdurar.

Las conquistas devenidas derecho, que tras aquel enero de 1959 ya son el regalo primero al ver la luz en esta Isla, no pueden ser el comodín desde el que, sin medir verdaderamente su dimensión y excepcionalidad, exijamos a la Patria sin misericordia. Incluso cuando el sudor del sacrificio en el hacer por ella nos haya mojado mil veces la camisa, no sería suficiente para agradecerle tanto. La Patria se da sin miramientos a sus hijos, pero como madre noble y justa, espera de ellos la reciprocidad que le da el oxígeno para respirar, la fuerza para no detenerse en el camino, la voluntad para negarse a la renuncia, al pesimismo y al cansancio.

Mayo nos recuerda todo eso, lo hace siempre, porque su primer amanecer lleva el sello de irrenunciables decisiones. ¿Qué es para los cubanos el Día Internacional de los Trabajadores sino la más contundente reafirmación del momento en que decidimos apostar por lo que parecía imposible, tocar con nuestras manos aquel lejano lucero azul, «que en el crepúsculo vago, abría su flor celeste sobre el dolor del pantano?».

Pero retomando una vez más al poeta, la Revolución y el sol de Fidel Castro hicieron posible que no solo aquella niña, hija de carboneros, pudiera realizar sus sueños. Y esa dignificación de los humildes, homologados ahora al concepto de pueblo, de gente trabajadora, perseverante, es un tesoro que nunca podremos aquilatar en su justa medida; y si alguna duda nos quedara de ello, baste mirar hacia cualquier parte del orbe, ahora que tenemos tantos modos de hacerlo.

Porque esta obra que protege al ser humano bajo las más complejas circunstancias, sin importar las consecuencias, comparte sin miramientos lo que tiene con los pobres de la Tierra, se ubica siempre al lado de lo justo, merece el respaldo incondicional de sus frutos, únicos capaces de hacerla cada día mejor y más justa.

Es ella quien nos convoca hoy, y por ella marcharemos, llenaremos plazas, parques, calles, y en medio del calor humano y la certeza de que transitamos el camino correcto, una vez más seremos uno, con el presente por testigo, con el futuro como meta.

Entonces, quien intenta hoy, como siempre, apoderarse de Cuba, se lo pensará dos veces, y seguirá bordeando los caminos de la calumnia y la mentira porque no le queda otra alternativa, con la vaga esperanza de que un día nos traicionemos a nosotros mismos, como si eso fuera posible.

Por eso, mientras nos empeñamos en poner a la Patria manos y corazón, nos empeñamos también en ser felices, en apostar por lo bello, por lo cierto, porque es duro el instante que vivimos, pero Cuba no agoniza ni se derrumba.

Cuba se yergue, se sostiene sin flaquezas, porque trabajamos por y para ella, porque como expresara nuestro Presidente en la Constitución de la x Legislatura de la Asamblea Nacional, «Cuba es un sentimiento», y hay sentimientos tan sagrados, que valen hasta la vida.

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