Cuba y el invierno (+Fotos)
Y resulta que hay pocas cosas tan raras para el cubano que el invierno, como también hay pocas cosas tan raras para el mundo que un cubano vestido de invierno
Durante unos días de diciembre el invierno se apoderó del Occidente del país. Mientras rozabamos unos 18 grados, que parecían muchos menos, en el oriente los números se mantenían en 30 grados. Realmente poco había cambiado por allá. Pero en La Habana no quedaba abrigo empolvado en ningún closet. Llegaba el momento de usar esas mudas de ropa que hacía años no veían la luz. Era el «ahora o nunca».
Y resulta que hay pocas cosas tan raras para el cubano que el invierno, como también hay pocas cosas tan raras para el mundo que un cubano vestido de invierno. Cada año, cuando el termómetro enfría, recuerdo una experiencia en específico. Una de esas que lees pero quedan grabada a fuego en tu memoria.
Resulta que en en el año 69 apareció, en un aeropuerto de Santiago de Cuba, una avioneta recién secuestrada. Provenía de Bogotá pero el único hombre armado, el artífice de dicho acto, era un uruguayo portando una ridícula 22. Había logrado que una nave de la compañía AVIANCA desviara su ruta sin contratiempos hacia costas cubanas con una simple pistola y el rostro de las autoridades santiagueras no disimulaba la ironía, esperaban un vuelo repleto de personas armadas hasta los dientes debido a reportes de las autoridades colombianas.
Ese uruguayo era un desconocido Daniel Chavarría. El hombre, que luego se convirtió en uno de los referentes de la novela policíaca cubana, llegó así, secuestrando una avioneta. Ni siquiera fue un acto tan insólito, las compañías aéreas de la región tenían cursos de preparación para sus tripulaciones en caso de intento de secuestro con rumbo a Cuba. Eran demasiadas, solo en el 1968 el año había cerrado con 71 casos de secuestro. Ya estaban preparadas. Algunas publicidades de la fecha hacían referencia a excursiones y recorridos turísticos para la tripulación que fuera víctima, todo con tal de suavizar la experiencia y evitar pérdidas de las naves, o catástrofes que generarán pérdidas. Nada, el capitalismo siempre muy preocupado por las vidas humanas.
En resumen, así llegaba a Cuba un ser que había atravesado buena parte del mundo y se enfrentaba a su primer encuentro de la revolución cubana. Sin embargo, encontraba un clima particular, era invierno.
Desde Santiago de Cuba Daniel Chavarría llegó a un hotel del vedado. Un extranjero marxista pretendía interactuar con los cubanos por primera vez en su vida y en una de sus biografías narró lo siguiente:
«Lo primero que llamó mi desagrado, fue lo mal vestida que andaba la gente, en especial las mujeres. No se veían personas andrajosas, como en cualquier capital de Sudamérica, pero losnque se suponían»normales» vestían con un mal gusto de espanto. Era principios de noviembre y hacía frío. Los cubanos, cuyo vestuario de invierno, según supe después, es casi inexistente, y solo lo usan unos pocos días por año cuando el frío aprieta, se protegían con chaquetas y pulóveres que les qiedaban cortos o grandes, o de colores chillones que no combinaban con el resto».
«Muchas mujeres (…) usaban medias de nylon que en general se amarraban con ligas, encima de las rodillas. Medias diseñadas para faldas largas, pero para estar a la moda de aquel año, usaban unas minifaldas brevísimas que, encima de las medias insuficientes y las zapatillas de plástico las convertían en autenticos mamarrachos».
«Mucho me sirvió el encuentro en esos días con otro desviador de aviones, un tal Irigoyen, profesor de historia, oveja negra de una acaudalada familia del sur argentino que militara en las filas de los troskystas y luego en el peronismo. (…) Me hizo ver mi comportamiento de señorito burgués, escandalozado por el mal uso de las zapatillas de plástico rosado, y por los eructos de los comensales, sin ver que en Cuba se había entronizado el milagro de una verdadera; y que esas personas feas, maleducadas y peor vestidas que yo veía escupir sobre las lozas pulidas de un restaurante y apretar sus sobras en grandes bolsas de nylon, eran el verdadero pueblo cubano que por primera vez ejercía su derecho a ser servido en un buen establecimiento gastronómico, otrora exclusivo de los blancos de altas clases. Y al comentar mis intenciones de exiliarme a Europa Irigoyen (…) se declaró dispuesto a compartir las carencias de este pueblo y ayudarlo a que fuera un día más culto(…); y me recomendó que si me iba a Francia, no dejara de ver las pinturas y grabados de la época, donde se veía la desgreñada plebe parisina de 1789 durante las ejecuciones de los nobles, cuando vivaban con sus bocas sin dientes la caída de cada cabeza en nombre de su Liberté, Égalité y Fraternité. Irigoyen prefería contribuir a que la «chusma» cubana, a quien José Martí llamaba «los pobres de la tierra», se convirtiera en un pueblo bien comido, bien vestido (…)».
La perspectiva del ojo nada adaptado a la realidad del cubano puede tener interpretaciones muy interesantes. Esta visión sobre el subdesarrollo y la capacidad de emancipación que disfrutó nuestra sociedad gracias a la transformación producida por la revolución tuvo, y tiene, implicaciones culturales, estéticas.
Hace poco escuchaba a un amigo decir que si los americanos entraban a Cuba lo primero que harían sería echar abajo un lugar como Coppelia. Resulta incomprensible que un sitio neurálgico de la capital esté dominado por la heladería más barata del país.
Me explico, las grandes urbes intentan concentrar en sus zonas más exclusivas para sus ciudadanos más exclusivos. Que la marginalidad se mantenga siendo eso, marginal. La idea de crear en el mismo centro de la ciudad un servicio al que la mayoría de la población tenga aceso solo tiene sentido en Revolución a partir de las politicas de prioridad del bienestar colectivo. Por lo tanto, no es muy probable qie sobreviva el Coppelia a la supuesto fin de la Revolución Cubana.
Por eso el ecosistema social es tan rico en cualquier parte de Cuba. Por eso los ojos prejuiciados dicen ver vulgaridad cuando ven a un pueblo real y no la simple clase más acomodada paseando con la sobriedad estética de sus privilegios económicos. La Cuba de hoy no ha perdido eso, aunque las diferencias entre estratos sociales se hayan agudizado en el contexto actual.
Y todo se pone de manifiesto cuando el termómetro enfría en el territorio nacional. Afloran expresiones de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Aunque se muestren a través de un aspecto tan superficial como puede ser la vestimenta de invierno.
Mientras, dejo una serie de fotos de aquellos días. Nada muy espectacularista, solo personas caminando las calles de municipios cualesquiera de nuestra Habana, pueblo. Ese pueblo solo entendido como pueblo si de lucha se trata.
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)
(Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)