La inmortalidad de los héroes
El 9 de octubre de 1967 fue asesinado el Che en Bolivia. Treinta años después, sus restos llegaron a Cuba, y desde el 17 de octubre de 1997 descansan en Santa Clara
«En estos momentos acaban de llegar aquí, a la biblioteca Martí, de Santa Clara, los restos del Che y sus compañeros de la guerrilla caídos en Bolivia».
Eran las 7:15 p. m. del 14 de octubre de 1997, y la voz emocionada de la locutora Minoska Cadalso retumbaba en ese instante sagrado de la Patria. El Comandante Ernesto Guevara de la Serna se reencontraba con Santa Clara, la ciudad que había ayudado a liberar en diciembre de 1958 y que, de nuevo, lo acogía en su paso hacia la inmortalidad.
Junto a los restos del Che, los de otros seis combatientes internacionalistas: los cubanos Alberto Fernández Montes de Oca, Carlos Coello, René Martínez Tamayo y Orlando Pantoja, así como el boliviano Simón Cuba y el peruano Juan Pablo Chang.
Habían transcurrido 11 horas y 53 minutos desde que a las 7:22 a. m. la emisora Radio Rebelde iniciara una trasmisión especial que describió, minuto a minuto, el traslado de los restos del Che y los demás guerrilleros desde La Habana hasta Santa Clara.
La voz inconfundible de Gladys Goizueta, ya fallecida, y de la también locutora Betsy Acosta marcó el inicio de la histórica trasmisión, para la cual se habilitaron 33 lugares desde donde se emplazaron controles remotos, dos móviles, dos cabinas provinciales y la de Radio Habana Cuba, así como la cabina central de Radio Rebelde; en total, 39 puntos, incluidos reportes de periodistas que sobrevolaban el cortejo en un helicóptero, a cargo de Diego Méndez y Luis Izquierdo.
Los armones que trasladaban los restos del Guerrillero Heroico y los de sus seis compañeros de lucha partieron desde la base del monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución. Durante los días 11, 12 y 13 de octubre, el pueblo habanero, de manera solemne —como lo habría hecho el de toda Cuba—, les había rendido honores a los combatientes, quienes regresaban a la Patria tras permanecer 30 años enterrados en yacimientos ocultos en la pista de Valle Grande, en Bolivia.
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Con el alivio de la tarea cumplida Grupo de científicos durante las jornadas de búsqueda y hallazgo de los restos del Che y sus compañeros de la guerrilla en Bolivia. (Foto: Tomada de Internet) |
Estaban en Cuba desde el 12 de julio de ese mismo año. La misión de búsqueda e identificación había involucrado, durante meses, a un grupo de científicos cubanos que realizaron el hallazgo de los sitios de enterramiento y dieron a conocer la noticia ante el mundo.
Se cumplía lo prometido por Nicolás Guillén en su elegía «Che Comandante, amigo», en la cual afirmaba: No por callado eres silencio, / y no porque te quemen, / porque te disimulen bajo tierra, / porque te escondan en cementerios, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos, /Che Comandante, amigo.
Y no faltó una flor
La noticia del traslado de los restos del Che a Santa Clara había despertado una enorme expectativa en el pueblo. Toda Villa Clara se preparó para recibirlos. La emoción resultaba indescriptible.
El 14 de octubre de 1997, a ambos lados de la Carretera Central, desde la entrada a la provincia por Cascajal hasta la biblioteca Martí, un mar de pueblo esperó el cortejo fúnebre. Se presenciaron las más diversas muestras de respeto y amor, flores, saludos postreros y adioses al héroe y sus acompañantes; hubo, sobre todo, muchas lágrimas.
Al llegar al parque Vidal, por la calle Marta Abreu, y hasta desembocar en «La Toscana», el silencio era sepulcral. Solo las emocionadas voces de Minoska, Normando Hernández y María Leisa Olivera se escuchaban nítidas. Ni el acostumbrado ruido de los revoltosos pajaritos de la plaza se oyó aquella tarde-noche, llena de atención y compromiso.
Las urnas de los siete guerrilleros fueron situadas en la Sala Caturla de la Biblioteca Provincial Martí. La del Che ocupaba el lugar central y más prominente.
Esa noche, los familiares más íntimos estuvieron hasta bien entrada la madrugada alrededor de los restos de sus seres amados. Allí estaba, junto a ellos, Aleida March, la madre de cuatro de los hijos del Guerrillero de América: Aleidita, Celia, Camilo y Ernesto.
Familiares del peruano Juan Pablo Chang (a la izquierda) y del cubano René Martínez Tamayo, combatiente cubano caído en Bolivia. (Fotos: Archivo de Vanguardia). |
También, los allegados a Alberto Fernández (Pachungo), Carlos Coello (Tuma), René Martínez Tamayo (René), Orlando Pantoja (Olo), Simón Cuba (Willy) y Juan Pablo Chang (Chino).
Todos los familiares fueron atendidos en el entonces Salón Eco, desde donde se movían hasta la cercana Sala Caturla, en una organización exquisita y adecuada al momento que se vivía: de emoción y también de dolor por la irreparable pérdida.
El 15 de octubre, en horas tempranas, inició el flujo del pueblo. Todos pasaban frente a los féretros luego de haber depositado una flor en la entrada de la biblioteca.
Comienzo y final de la larga fila que avanzaba en silencio durante todo el día para rendir tributo al Che y sus compañeros de lucha. (Fotos: Archivo de Vanguardia) |
La fila era interminable. Comenzaba frente al restaurante La Toscana, en la esquina de la calle Máximo Gómez y Marta Abreu, y se extendía por esta última hasta la terminal de ómnibus intermunicipal, a más de un kilómetro de distancia.
Las fotos de la época dejaron para la posterioridad esos días —hasta el 16 de octubre—en que todos los santaclareños y pobladores de los distintos municipios de Villa Clara venían a rendirle honores al legendario guerrillero cubano-argentino.
No pocos pasaron más de una vez, y nunca faltó en sus manos la flor en homenaje a los caídos.
No hay balas contra el ejemplo
El 7 de octubre de 1967 el Che hizo su última anotación en su diario de campaña: «Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente (…). Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos, que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo».
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Che y sus compañeros de la guerrilla |
La muerte como una saetaUna de las últimas imágenes del Che antes de ser asesinado. (Foto: Tomada de Internet) |
Al siguiente día se produce la emboscada de Quebrada del Yuro y cae prisionero, al quedar herido en una pierna e inutilizarse su fusil.
De nada valieron los esfuerzos del boliviano Simón Cuba (Willy) para intentar sacarlo del cerco, ni su heroica actitud protegiendo a su comandante de la brutalidad de la soldadesca sedienta de sangre y de gloria mal habida.
Herido, fue vejado en la escuelita de La Higuera. Con valentía se enfrentó a sus captores, quienes, al asesinarlo a mansalva, el 9 de octubre, mataron al hombre, pero le dieron vida al símbolo, al ícono revolucionario más grande del siglo xx.
Su muerte fue un vil asesinato, ordenado desde Washington, y sin mediar juicio alguno. Le temían vivo, sin saber que les iba a causar mucho más pavor después de muerto.
Cincuenta años después, en pleno siglo xxi, el Che sigue siendo ejemplo e inspiración de millones de hombres en todo el mundo. Su estatura se agiganta cada minuto que pasa.
En la velada solemne del 18 de octubre de 1967, que reunió a un millón de cubanos en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, Fidel afirmó: «La muerte del Che es un golpe duro, es un golpe tremendo para el movimiento revolucionario, en cuanto le priva sin duda de ninguna clase de su jefe más experimentado y capaz.
«Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo mataron.
«Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo!».
Para siempre el Che en Santa Clara
A las 7:00 a. m. del 17 de octubre de 1997 se le rindió al Che su última guardia de honor en la Sala Caturla. La encabezaron el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, y el entonces primer secretario del Partido en Villa Clara, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la actualidad primer secretario del Comité Central del PCC y presidente de la República.
Minutos después, por la calle Tristá, repleta de pueblo, subían hacia la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara los restos de los siete revolucionarios internacionalistas caídos en Bolivia.
Allí, miles de santaclareños esperaban ansiosos. Todos sabían que Fidel estaría de nuevo entre nosotros. Pastor Felipe, con su enorme y bella voz, declamó vestido de verde olivo el poema «El Memorial», de Enrique Núñez Rodríguez.
Minutos después, Silvio Rodríguez, el trovador de la Revolución, salió guitarra en mano y, sentado en solitario en la inmensa plazoleta, cantó La era está pariendo un corazón, esa canción símbolo que estrujó aún más los corazones de todos los presentes.
Luego vino Fidel. Su rostro reflejaba la intensa emoción que vivía. Era uno de esos instantes, como bien dijera, inolvidables, esos que solo ocurren una vez cada mucho tiempo, quizá, cada cientos de años.
No fue un discurso común. Resultó una pieza oratoria brillante, excepcional. Fidel nos hablaba del amigo, del compañero, del gigante moral que era el Che, de su ejemplo, de lo que representaba para las presentes y futuras generaciones.
Se refirió a él como un héroe vivo, un Quijote de la Revolución que regresaba a casa en momentos difíciles, para reforzar la causa del socialismo y de la Patria:
«No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos. Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que esta vez incluye no solo cubanos sino también latinoamericanos que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria. Veo además al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra».
El cierre de su discurso sirve cada día de inspiración, pues tiene la capacidad de transportarnos, 25 años después, a los tiempos heroicos y difíciles que hoy vivimos: «¡Gracias, Che, por tu historia, tu vida y tu ejemplo! ¡Gracias por venir a reforzarnos en esta difícil lucha que estamos librando hoy para salvar las ideas por las cuales tanto luchaste, para salvar la Revolución, la Patria y las conquistas del socialismo, que es parte realizada de los grandes sueños que albergaste!».
En nuestra Plaza, en el Memorial, arde hermosa la llama eterna encendida por Fidel esa mañana, hace ya 25 años.
Su fuego inextinguible nos ilumina y nos hace creer, convencidos, en la inmortalidad de los héroes.
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