Ser un poco más felices
A estas alturas del camino, sobre el Código de las Familias ya no queda mucho por decir. Desde que aquella comisión de expertos acumuló madrugadas sin dormir para diseñar una legislación familiar que se pareciera a nuestra realidad, tuvimos meses para estudiarlo, criticarlo, mejorarlo. Y así fue.
La ley, pensada para ofrecer respuestas legales a familias y conflictos que ya forman parte de esta sociedad, fue tema constante de debates -algunos subidos de tono- en la escuela, el trabajo, la casa, las redes, una guagua o la televisión. También, varias veces, llenó las páginas de esta columna.
Incluso sin consensos absolutos, términos como matrimonio igualitario, adopción, uniones entre adolescentes, labores de cuidados, igualdad de género, responsabilidad parental y muchos otros se convirtieron en parte de la cotidianidad cubana. Eso, por sí solo, es un logro.
Entonces, en realidad, no quedan muchas palabras para llenar estas últimas Letras… antes del referendo final. Pero, en un ejercicio de resumen, podría enumerar las razones por las que este Código nos convertirá en un país mejor, por las que hoy, sin dudarlo, marcaré el sí.
Podría decir que cuando se apruebe -porque me niego a imaginar otro escenario- mi hija y sus amigos crecerán en una Isla donde la violencia estará un poquito menos naturalizada, donde sus derechos serán más reconocidos, donde se apostará por una autonomía progresiva que les permitirá poco a poco tomar sus propios caminos, donde tendremos que esforzarnos el doble para garantizarle una crianza respetuosa.
Podría decir que muchos de mis amigos, que se aman y vivieron durante años con sus derechos limitados, tendrán ahora la posibilidad de casarse o legitimar uniones de hecho, con todos los beneficios legales asociados a ello; que otros que conozco, cuyas maternidades y paternidades estuvieron limitadas por razones diversas, dispondrán de más métodos de reproducción asistida e incluso, de la adopción.
Podría decir que ya no habrán niñas de 14 o 15 años casándose con hombres mayores, que las labores domésticas -realizadas mayoritariamente por mujeres- serán reconocidas como trabajo y retribuidas económicamente, que muchos abuelos encargados a tiempo completo de sus nietos tendrán más recursos para asumir esa responsabilidad, que quienes cuidan y son cuidados contarán con respaldos legales más efectivos para proteger esas relaciones.
Aún más, podría decir que las nuevas alternativas de régimen económico para matrimonios y uniones de hecho permitirán ponerle freno a otras formas de violencia entre parejas, que facilitará opciones legales para que haya comunicación entre miembros de una familia o cercanos afectivamente, que habrán más soluciones para conflictos transnacionales, que existirá otro texto legal donde se rechaza de pleno la violencia de género.
Y así, podría seguir durante párrafos y párrafos, porque esencialmente el Código está pensado para dar derechos, para ofrecer soluciones a conflictos ya existentes, para acompañar a una Cuba cambiante que necesita normas al día, para que nadie se sienta menos por no cumplir con normas absurdas que entienden a las familias como fórmulas matemáticas.
Y no, realmente no creo que la nueva ley sea una varita mágica capaz de resolver de un tirón todos nuestros problemas. Hará falta mucho más para desmontar tantos años de prejuicios y estereotipos incrustados en las venas de esta sociedad machista. Pero mientras la gente cambia, mientras el amor, el respeto y la diversidad se naturalizan, habrá en él respuestas para todos los que sufren las consecuencias por no encajar en el molde.
Con todas esas razones a cuesta, no consigo entender a quienes prefieren el no, a quienes hacen campaña en su nombre, a quienes colocan opiniones políticas, frustraciones económicas o herencias culturales por delante de su aprobación. Porque la nueva normativa no influye de ningún modo en los otros conflictos que vivimos, no impone realidades, no obliga a unos u otros a comportarse de formas específicas. Más bien lo contrario, le da alternativas a quienes no las tenían.
Porque el documento que hoy votamos hará a muchas personas un poco más felices. Y nada, absolutamente nada, debería estar por delante de la felicidad, de los derechos. Con eso basta. A estas alturas del camino, sobre el Código de las Familias ya no queda mucho por decir. Ojalá, en muchos casos, solo nos falte el sí.