Persistir, no desistir
La constancia en los asuntos humanos resulta una de las claves más importante para lograr casi cualquier propósito. Aunque en otras ocasiones nos hemos referido aquí a las dificultades que muchas veces nos trae la falta de persistencia, de sistematicidad, en la vida económica y social cubana, también hay una arista de este fenómeno, que no por ser individual, íntima, privada, deja de ser menos relevante.
No pocas personas tienen una tendencia nada constructiva a desistir de sus empeños ante las primera señales de un posible fracaso, o cuando no todo sale como esperaban. Es una actitud que con frecuencia achacamos a la adolescencia o a la juventud, pero también ocurre en la vida adulta.
Tiene que ver en algunas ocasiones con cierta costumbre a lo fácil, con un determinado paternalismo social que a veces nos afecta, donde pareciera que todo debería tener solución a partir de la acción de terceros, ya sean instituciones o personas.
Resulta muy fácil responsabilizar a factores externos por lo que no somos capaces de conseguir con nuestro trabajo; y rendirnos, tirar los guantes, lanzar la toalla, es una salida no muy fructífera en términos prácticos.
Por supuesto que hay factores del carácter, de la personalidad de cada individuo que influyen en este tipo de respuesta ante los obstáculos cotidianos. Pero también debemos pensar en las condicionantes sociales que suelen crear o potenciar esa suerte de escepticismo, de pérdida de fe, de filosofía malsana que predica: ¿para qué vamos a insistir, si eso no tiene arreglo, si no está en mis manos cambiar esto o aquello?
La experiencia histórica demuestra, sin embargo, que no basta con que defendamos una buena causa para que logremos su encaminamiento o triunfo. Es preciso emplearnos a fondo en su consecución, a riesgo siempre de enfrentar contratiempos, retrocesos y hasta derrotas, comenta para Haciendo Radio, el periodista Francisco Rodríguez Cruz.
No se trata tampoco de actuar con poco realismo o de intentar atajos a través de procesos temporales que no podemos violentar, saltar, ignorar. Pero un optimismo con fundamentos sólidos, una esperanza con pasos concretos, es la mejor manera de acercarnos incluso a los objetivos que puedan parecer más ambiciosos. No basta con soñar, es preciso caminar con la voluntad despierta.
La participación ciudadana sería otra premisa indispensable para obtener mejores resultados colectivos, a partir de los proyectos individuales que nos solemos trazar. Nadie en sí mismo es una isla, y cualquier éxito personal casi siempre implica a mucha gente, a quienes hay que motivar, involucrar y luego reconocer por esos logros.
Debemos entonces lograr que las actitudes más cívicas, de mayor implicación social, no naufraguen por la desidia o el desinterés de entidades o personas que tendrían que reconocer, impulsar y facilitar que la insistencia ajena llegue, siempre que sea posible, a buen puerto.