El proyecto argentino que potabiliza agua de mar sin impacto ambiental y podría solucionar la escasez
En la ciudad sureña de Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz (Argentina), tienen poca agua potable.» El suministro se racionaliza, y» hay vecinos que pueden» esperar dos o tres días por cada distribución en la red zonal. Ellos saben que cuando el líquido corre, deben llenar los tanques de almacenamiento en sus hogares, para usarlo de forma responsable y austera.»
Aquella zona costera, al igual que Comodoro Rivadavia, aumentó exponencialmente su población a medida que el auge petrolero se iba expandiendo en la Patagonia. A tal punto, que el recurso hídrico ya no alcanza para usarse libremente. Peor aún, el extenso acueducto de los años 60 que se conecta con el lejano lago Musters, a unos 260 kilómetros, suele deteriorarse. «La localidad ha estado casi un mes sin distribución de agua potable», repasa una lugareña, recordando las resonadas protestas del 2014 por una extensa interrupción del servicio. El conflicto persistió, en menor medida, hasta hoy.
Con ese marco, investigadores de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA) empezaron a buscar alternativas en 2016, y miraron hacia el Atlántico: «La desalinización nos pareció una posible solución», le dice a RT el científico Adrián Brunini. Bajo su liderazgo, el equipo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) acaba de construir un sistema para potabilizar agua de mar, «un recurso inagotable». El mecanismo llega con la esperanza de solucionar el problema de la escasez y afirman que no genera impacto ambiental.
¿Cómo funciona?
«Nos volcamos hacia una tecnología que copia el ciclo natural del agua, que se llama deshumidificación«, introduce Brunini. Se trata de un aparato donde se coloca agua marítima y se calienta «a una temperatura moderada», entre 70 y 90 grados. Es decir, «como si se usara para tomar mate», simplifica.
Una vez que está caliente, se deja correr el líquido de forma similar a una ducha, y hay que ponerlo en contacto con una corriente de aire. Así, se obtiene aire húmedo, que absorbió solamente agua, sin sal. Aquel resultado gaseoso debe transformarse nuevamente en un estado líquido, dentro de un aparato llamado condensador, y listo, se consigue «agua ultra pura». Así, por cada litro de agua de mar, se puede obtener un 10 % para su consumo, y el resto regresa al océano.
El entrevistado aclara que este procedimiento es distinto a una destilación: «No es que hervís el agua, generás vapor y después condensás ese vapor. Eso es muy costoso desde el punto de vista energético», señala. Es que, el gran dilema ambiental para lograr la potabilización, es cómo se calienta el agua de mar. A fines prácticos, el calor puede obtenerse con gas u otro tipo de combustible fósil, pero ello «genera gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático». Entonces, pensando en el mañana, se necesita otra fuente de energía.
Una variante podría ser el sol, pero se limitaría demasiado la productividad: «No podés calentar grandes caudales de agua, necesitarías invertir en conectores solares inmensos», descarta el experto. Así, la idea de usar calderas que funcionen con hidrógeno comenzó a cobrar fuerza.
«El combustible más energético de la naturaleza»
Al igual que el gas, este elemento produce una llama al mezclarse con el oxígeno. Su principal ventaja es que no daña el ambiente, porque la combustión genera vapor de agua. Además, «es el combustible más energético que hay en la naturaleza», remarca el académico, ya que «con poco volumen se genera mucho calor». En efecto, para producir un litro de agua potable con este sistema, solo se necesitan 18 gramos de hidrógeno, una cantidad baja.
La gran desventaja, es que todavía no hay en el mercado quemadores que funcionen con esta fuente energética. Se trata de instrumentos que siguen la misma lógica de una típica hornalla de cocina, y se necesitan: «El problema con el hidrógeno es la seguridad, la llama se produce muy rápido, con una velocidad de combustión altísima. Como la nafta, es mucho más explosivo que el gas natural», detalla el entendido.
Y agrega: «Recién ahora que el hidrógeno se posiciona como el combustible del futuro, algunas empresas de Europa y EE.UU. han comenzado a desarrollar quemadores». Entre tanto, Brunini y su equipo, junto a ingenieros de la ciudad de La Plata, se pusieron manos a la obra para diseñar uno propio. «Pensamos que este año lo vamos a poder construir», confía.
¿Se puede pensar a gran escala?
«Todo depende de los costos en la generación de hidrógeno, pero se puede», contesta el hombre del CONICET. «No hay ningún inconveniente en extenderlo a la escala que uno quiera», agrega. Actualmente, el proyecto solo tiene equipamientos pequeños, de laboratorio, que pueden dar 10 litros de agua potable por hora. Para pensar en algo grande, que pueda responder a mayores demandas, se necesitarían equipos más prominentes.
La clave, opina Brunini, sería «abaratar los gastos de producción de hidrógeno, que todavía es caro». Igualmente, «se piensa que en los próximos cinco años los costos se van a reducir a la mitad, entonces no habría ningún problema en escalar los equipamientos«.
De todos modos, la innovación ya está llamando la atención y las oficinas de vinculación del CONICET y la universidad sureña están haciendo contactos con empresas y cooperativas que puedan requerir este equipamiento. «Tiene aplicaciones que van más allá de la desalinización del agua de mar, es posible hacerlo con otras aguas, como de desechos de industrias», indica.
Un ejemplo claro es el sector petrolero: «Cuando se extrae petróleo en el Golfo de San Jorge [una de las fuentes de crudo más grandes del país], un 10 % es petróleo y el resto es agua ultra salada, mucho más que el mar. No hay tecnología capaz de desalinizar esa agua, pero la nuestra sí puede«. Al respecto, ya hay conversaciones avanzandas con la Municipalidad de Cañadón Seco.
Esto se haría para preservar el suministro de la red y que no se utilice en la industria, que podría abastecerse de la propia agua desalinizada, para la limpieza de equipos u otras tareas. Brunini redobla la apuesta y dice que, si no fuera por el temor social, incluso se podría beber: «Imaginate si te digo ‘tomate un vaso de esta agua de petróleo’, no creo que quieras, por más que sea pura, porque hay un tema cultural».
Mientras, los vecinos de Caleta Olivia esperan una solución para el faltante del suministro. En el último tiempo se ha instalado una planta de ósmosis inversa, que potabiliza el agua de mar usando el método del filtrado y mejoró un poco la situación, pero solo abastece una pequeña porción de la demanda total. Este tipo de tecnologías, de las más conocidas en el sector, tiene varios contrapuntos. En primer lugar, Brunini advierte que los químicos usados para el tratamiento de los líquidos regresan al mar. A su vez, el proceso demanda una gran cantidad de energía convencional, porque el agua debe pasar por los filtros a muy alta presión.
Por eso, los investigadores sostienen que su invento tiene varias virtudes comparativas, además de usar «energía 100 % renovable» y no dañar al planeta. Para Brunini, otra cualidad es «el bajo mantenimiento», al tratarse de máquinas «muy robustas y estables». Asimismo, «todo el equipamiento se produce de modo local, es simple, y los talleres metalúrgicos que construyen son muy viables». El dato no es menor para un país con graves problemas económicos, donde la moneda local se devalúa frente al dólar de modo constante.
Así, en las últimas horas la firma Agua y Saneamientos Argentinos (AySA) solicitó una reunión con los académicos del CONICET. Sin embargo, más allá del entusiasmo, todavía no hay muestras políticas de querer replicar este desarrollo en los distintos territorios para garantizar el agua potable: «Por el momento, ninguna de las ciudades costeras se ha contactado con nosotros para instalar una planta de esta naturaleza», comenta el científico. Y en Caleta Olivia, el recurso hídrico se sigue usando a cuenta gotas.