Benny Moré: mucho corazón
A 59 años de su fallecimiento, el 19 de febrero de 1963, Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez «el inmortal Benny Moré– sigue moviendo los pies de los bailadores y los resortes de una añoranza que nos lo devuelve intacto como el indiscutible Bárbaro del ritmo y en el cénit de la música popular cubana.
Y si pareciera que hemos dicho casi todo sobre el fenomenal intérprete, director de orquesta y autor musical antes mentado, a esta cronista le parece que a sus galanuras con los ritmos de toda la música cubana, habría que sumar la virtud del corazón inmenso con que transitó por la vida, sentida por él como un torrente ensordecedor y coral de bellas polifonías. Un don que tuvo desde su más tierna infancia.
Mucho corazón también tuvo, como cantó un día, este grande. O bomba, como a ese latir llaman con cariño los artistas, sabedores de lo que se trata.
Nació el 24 de agosto de 1919 en la localidad de Pueblo Nuevo, Santa Isabel de las Lajas, hoy perteneciente a la provincia de Cienfuegos.
Recuerdos imborrables de su madre, Virginia, nos remiten a su infancia de muchachito mestizo y campesino muy pobre. Delgadito y muy espabilado, risueño y dicharachero, esa era su estampa. Su progenitora contó cierta vez que siempre «andaba chillando como demonio» desde muy chiquito, simulando tocar instrumentos que inventaba con pedazos de madera, carretes de hilo y laticas de leche consensada vacías.
No obstante, a los 10 años se las ingeniaba para sacar sonido de un tres verdadero e irse de fiesta por el barrio, escapado de casa, con su algarabía de siempre.
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Así pasó una infancia más o menos feliz dentro de un familión enorme, pero llena de carencias, en la que solo pudo estudiar hasta el cuarto grado. Tuvo 18 hermanos y todos trabajaban con el alma por el sustento, en labores de su conuco y las zafras. Su madre, a la que siempre amó mucho y se preocupó por ella, era lavandera en su niñez.
Mientras, Bartolo cantaba lo mismo una guaracha, una rumba, un bolero o cantos del cabildo congo ancestro de su familia; bailaba, improvisaba, y se mostraba despierto e inteligente en todo lo que hacía.
Al llegar a la juventud, después de varios intentos en la música y como jornalero que lo habían llevado a Vertientes, Camagüey, y una estancia corta en la capital, el muchacho decide partir de nuevo hacia La Habana, por el año 1940.
Ya había probado suerte con agrupaciones musicales y también con su inseparable guitarra en Camagüey, y sabía que tenía condiciones para el canto y la interpretación, aunque no lo sustentaban estudios y era desconocedor absoluto del pentagrama.
Puede decirse que fue un auténtico peregrinaje el que protagonizó por diversos rincones y calles de La Habana, por unos cuatro años. Enclaves del famoso barrio de Belén, como cafés, bares, restaurantes, hoteles y cuentan que hasta prostíbulos fueron sitios donde actuó por magras recompensas.
La Habana se le mostraba esquiva y altiva, pero él confiaba en su propio talento. Hasta que un buen día ocurrió una casualidad al oírlo cantar Siro Rodríguez, integrante del famoso Trío Matamoros, en el bar del restaurante El Templete, de la Avenida del Puerto, y resultar admirado de la buena voz y afinación de aquel joven. Ello fue decisivo para su futuro.
El hecho que repercutiría favorablemente en la evolución de su carrera artística ocurrió cuando Miguel Matamoros, guitarrista, compositor y cantante, regresa en 1945 de un viaje, y debe cumplir seguidamente un contrato con su conjunto, algo antes pactado. Resultó que utilizar de momento la voz del lajero salvó a Matamoros y la relación, lejos de ser fortuita, continuó, a favor de Bartolo.
Benny no solo acompañó a Matamoros, también grabó con ellos y cumplió un contrato en México. En el hermano país, donde residió desde 1945 a 1950, incluso después de cumplido el contrato con Matamoros, el afamado artista nació como estrella con su nombre estelar, que adoptó por sugerencia de su amigo Miguel Matamoros.
Además de ganar fama, hacer giras, grabar y ser aclamado, Benny allí tuvo la bella experiencia de interpretar para la banda de Dámaso Pérez Prado y ser proclamado el Príncipe del Mambo, mientras su contratista era autentificado merecidamente como el Rey del Mambo.
Sin embargo, todo el éxito y reconocimiento alcanzado en México, y con el pueblo mexicano, avivó la nostalgia del sencillo hombre lleno de vida y nuevos planes que siempre fue el Benny Moré. A fines de 1950 viaja definitivamente a Cuba, donde alternó primeramente un contrato en Santiago de Cuba y viajes a La Habana para grabar con la RCA Víctor, como artista exclusivo que era de esa disquera.
Hacia 1953 crea su famosa Banda Gigante, que vino a ser la plasmación de una suerte de sueño de su vida, acuñado inconscientemente desde la infancia y juventud, en la campiña de su Santa Isabel de las Lajas querida. Fue además un moderno laboratorio, creativo, donde armonizaban los valores de la música cubana con influencias foráneas de moda. Y todo eso concebido y hecho por un hombre genial, pero sin conocimientos teóricos de la música.
La muerte de Benny Moré, a consecuencias de la cirrosis hepática, propinó un golpe muy duro al pueblo cubano, no solo a los bailadores o amantes de su cantar incomparable. Por suerte para sus compatriotas siempre ha sido el mejor, un ídolo. Nos acompañan su mérito y su legado. Hoy como ayer.