Raffaella no cabe en un adiós
Si quienes supimos de su arte compartimos tan sabio juicio, recordémosla siempre cantando la fantástica fiesta que fue su triunfal existencia
Hay nombres que se vuelven color con solo pronunciarlos u oírlos. La gama con que recordamos a la actriz, cantante y presentadora italiana Raffaella Carrá es real, incluso cuando conocimos su imagen desde una pantalla en blanco y negro, allá por los años 80. Hablamos del colorido que tiene que ver con la alegría, la originalidad, la osadía, el deslumbramiento.
No había modo de apartarse del televisor ante aquel 0303456, tema que nos grabó su voz en la memoria, venido de aquella figura desenfadada que hacía gala de una flexibilidad envidiable y un sello especialísimo. La sensualidad de la Carrá se hacía acompañar por la ligereza de ropas, aunque sin asomo de vulgaridad; un vientre planísimo y unos cabellos nacarados y lisos que, al regresar a la postura natural, tras ciertos movimientos desafiantes, volvían a su lugar como acabados de peinar.
Se decía que su pelo no era así, sino oscuro y rizado, y ese era entonces uno de los enigmas que se nos mostraba frente a la descollante diva. Pero no el único. Raffaella, quien soñó con ser coreógrafa; la niña que a los nueve años entró en el mundo del cine; la que fuera recibida en Hollywood, aunque partiera de allí por no sentirse identificada con un estilo de vida asociado al alcohol y a las drogas, fue, a pesar de su franqueza, todo un misterio.
«No solo era mostrar mi cuerpo, era hacer entender que el cuerpo de una mujer siempre está unido a su cabeza. La sensualidad no está reñida con la inteligencia, la simpatía, la ironía («¦)»», refirió alguna vez en un tiempo de reprobaciones a las que respondió con entereza.
De la condición de su espíritu nos habla su postura política, sostenida en diversos momentos de su vida. En una entrevista que le concediera a la revista Interviú aseguró: «Yo siempre voto comunista»». Y en otra ocasión refirió a la prensa que, en un conflicto entre trabajadores y empresarios, ella siempre estaría del lado de los trabajadores.
Hoy que la muerte la sorprende a los 78 años, cuando esperaba por el fin de la pandemia para regresar a su vida común, cuesta pensarla en retirada.
La Raffaella versátil que se enorgullecía de hablar muy bien el español; la que amó a América y por ella fue adorada; la que sin seguir canon alguno fue siempre, y por encima de prejuicios y moldes, ella misma, no cabe en un adiós. «Se ha ido a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento brillarán para siempre»», ha dicho Sergio Japino, quien la acompañara en la vida durante décadas.
Si quienes supimos de su arte compartimos tan sabio juicio, recordémosla siempre cantando la fantástica fiesta que fue su triunfal existencia.