Mapas, geolocalización satelital y nuestra forma de vivir en el siglo XXI
«¡Cuánto extrañamos a los mapas en las noticias que consumimos! Con la honrosa excepción del parte meteorológico diario en que el de Cuba siempre aparece, aunque sea siempre eclipsada por la figura del presentador, la escasez de mapas es una lamentable deficiencia cultural bastante generalizada en nuestro entorno periodístico.
Se informa de un incendio masivo en el Parque Nacional Alejandro de Humboldt y la ilustración de su localización en un mapa brilla por su ausencia, además de otras faltas de información debidamente comentadas recientemente por un consagrado periodista en estas páginas.
No es solamente el periodismo nacional, por cierto. Muchas noticias que recibimos de todas partes mencionan sus lugares de origen, que para los redactores y algunos lectores aviesos en Geografía pueden resultar comunes, pero no lo son para la inmensa mayoría de los lectores. Solemos quedarnos con las ganas de saber dónde y cuál es la extensión territorial del suceso.
Se reportan sistemáticos asesinatos por parte de policías contra la población con piel más oscura (las razas no existen, son cuestionables construcciones culturales) en diversos sitios de los EE.UU. y nada se hace porque el lector o televidente se percate de la extensión geográfica de esa masiva violación del derecho humano fundamental, la vida, por parte de fuerzas represivas en ese país. Igualmente ocurre con la situación de Palestina e Israel, donde la prensa pocas veces muestra el mapa de la trágica y evidente división de una zona del mundo por motivos esencialmente religiosos, culturales, económicos y políticos. Este conflicto ya dura miles de años con diferentes formatos y mucha sangre derramada. La civilidad inocente del pueblo palestino tiene hoy las de perder con una alta cuota de muertes anónimas, pero duramente reales.
Uno de los pilares de la vida moderna es la localización de los sitios y las personas. Hoy la economía se mueve en todas partes gracias a los mapas de posicionamiento. Los sistemas de GPS (siglas de «sistema de posicionamiento global» en lengua inglesa) han revolucionado el transporte, y la vida social, tanto institucional como popular. Con la ayuda de un simple teléfono podemos llegar a cualquier lugar desconocido sin preguntar a lugareños, aunque vayamos a pie, en bicicleta, en auto, o en transporte público.
El funcionamiento del GPS es relativamente fácil de entender. Si se tienen dos imágenes simultáneas de un mismo objeto desde diferentes puntos de observación conocidos, la geometría que aprendemos en la enseñanza secundaria se puede usar para averiguar la distancia que nos separa de él. Para estimarla, y sin darnos demasiada cuenta, hacemos una «triangulación» con el punto del objeto y cada uno de los ojos que lo ven al mismo tiempo. Así calculamos senos y cosenos, automática y aproximadamente, para apreciar cuán separados estamos. Esos cálculos se programaron en nuestras neuronas por selección natural desde muchas especies y generaciones atrás.
El servicio GPS básico mundial proporciona actualmente a los usuarios una precisión aproximada de 7 a 8 metros para saber su ubicación en cualquier lugar de la superficie terrestre o cerca de ella. Existen decenas de satélites emitiendo señales de radio propias para la superficie de la tierra donde se pueden captar en frecuencias establecidas de cada uno de ellos. Los receptores eran antes especializados, pero hoy en día están incorporados a la inmensa mayoría de los teléfonos personales.
Los móviles, que en realidad son sistemas de cómputo compactos bastante avanzados, pueden determinar su propia posición en la superficie de la tierra calculando la diferencia entre la hora en que se envía una señal desde satélites y la hora en la que se recibe, conociendo la velocidad a la que se trasmite la señal, que es la de la luz.
Los satélites GPS llevan relojes atómicos que proporcionan una hora extremadamente precisa. Con esta información proveniente de al menos tres satélites y sus ubicaciones en el momento en que se envió la señal, el teléfono móvil puede calcular su propia posición por triangulación, no solo en la superficie de la tierra sino también su altura sobre el nivel del mar. Es tridimensional. Cuando se toma la señal de un cuarto satélite, el receptor evita la necesidad de disponer el mismo de un reloj atómico tan preciso, lo que ha permitido la masificación de esta tecnología, que hoy está al alcance de todos en cualquier población.
Gracias a los satélites artificiales también todos, sin distinción, disponemos hoy de primorosos y actualizados mapas, y hasta de fotografías de la superficie del planeta. Una adecuada sincronización de las posiciones que suministran los satélites de GPS con esos mapas que se pueden almacenar en los teléfonos hace que algunos servicios gratuitos nos permitan saber el sitio relativo en el que nos encontramos en un momento dado. También nos pueden guiar por caminos desconocidos, calculando trayectorias óptimas, hacia lugares que nunca habíamos visitado. Voces sintéticas y hasta agradables y seleccionables nos van guiando desde el teléfono, a veces sin necesidad de que veamos el mapa. Estos datos y servicios eran prohibitivos para los sistemas de defensa nacionales de este mundo hasta hace no tantos años, y hoy son parte de la cultura y el hacer popular.
Lo novedoso de estos avances hace que la mayoría de los humanos de hoy no los hayamos aprendido en la escuela. ¿No sería bueno que nuestros medios ayudaran a la cultura social para que todos puedan usar tecnologías tan útiles que tienen en sus carteras o bolsillos? ¿No sería también de desear que se aumentara la cultura geográfica y la eficiencia de la vida de los cubanos con un uso frecuente de los mapas en la comunicación masiva? ¿No debería incorporarse este importante aspecto a nuestro diario quehacer? Parecen ser cosas obligadas para la vida humana en este siglo XXI.
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