Editorial: Más que Vacunas…la fuerza de un País
«En este envase
Hay desvelos, sobrecargas
De estrellas hoy encendidas
Por aquel sol de luz larga
En esta dosis
Están la fe y la fuerza de un país»
Buena Fe
Dos candidatos vacunales cubanos contra la COVID-19 han entrado en la decisiva Fase III de sus ensayos clínicos. Una noticia que ha alegrado a todo un país, fortificado sus esperanzas, fortalecido su autoestima.
Cuba es la única nación latinoamericana y del Tercer Mundo que ha llegado a ese escalón con un par de proyectos de antídotos inyectables y otros tres candidatos en fases más tempranas de desarrollo. Un resultado que lamentablemente es prácticamente imposible para la inmensa mayoría de las naciones de este mundo.
La investigación, producción y comercialización de vacunas está en muy pocas manos, sólo grandes empresas del mundo desarrollado o emergente. El triste «apartheid de las vacunas» que estamos viviendo, en medio de esta crisis sanitaria global, es una reveladora muestra de los rumbos a que conducen el avasallador monopolio transnacional, el afán desmedido de lucro, la perversa dictadura del mercado.
Un año después de esta pandemia, la situación actual con respecto a las vacunas se parece mucho a la lucha mundial por suministros médicos durante el brote global inicial de COVID-19, cuando varios gobiernos actuaban por puro interés propio en bochornosa rebatiña.
Mientras unos pocos países se han asegurado vacunas por cantidades tres o cuatro veces superiores a su población; decenas de naciones aún no han podido contar siquiera con una dosis para inmunizar al menos a sus poblaciones más vulnerables y de riesgo. Se estima que el 90% de los habitantes de los casi 70 países de más bajos ingresos no tendrán oportunidad de vacunarse en este año contra la COVID-19.
Con mirada previsora, el Gobierno cubano visualizó esa probable situación de un mundo dividido entre quienes pueden producir vacunas y los que no, entre quienes poseen recursos financieros para comprarlas y los que no; conociendo también que las capacidades globales actuales de fabricación de vacunas son insuficientes para producir las miles de millones de dosis que se requieren para inmunizar a toda la población del planeta en este año. Cuba apostó desde el principio por una solución soberana frente al desafío sanitario.
Contaba para ello con el enorme caudal de conocimientos forjado por la Revolución, el extraordinario potencial del Polo Científico creado por Fidel y la fortaleza de un sistema público, gratuito y universal de Salud Pública, erigido a lo largo de estas seis décadas de Socialismo en Cuba.
Menos de un año después de que el Presidente cubano convocara a poner conocimientos y corazón en la colosal tarea de buscar una vacuna cubana contra la COVID-19, se está obrando el milagro. Más de 90 mil cubanos de cuatro provincias participan ya en el ensayo clínico Fase III de Soberana 02 y Abdala. Otros 150 mil se irán sumando en las próximas semanas en un ensayo de intervención autorizado en grupos de riesgo.
Entre ellos están unos 70 mil científicos y trabajadores de la salud de todo el país. Los unos, artífices de la proeza de lograr no 1, sino 5 candidatos vacunales. Los otros, héroes del combate diario contra la terrible enfermedad que se resiste a ser domada, desde los consultorios médicos en los barrios hasta la Zona Roja de los hospitales.
Cuba le dio la prioridad a esos hombres y mujeres que están en los más difíciles y contagiosos lugares, y que merecen la admiración, el respeto y toda la protección posible.
En apenas unas horas ya miles de ellos llevan la primera dosis, con la confianza en la seguridad y eficacia de nuestras vacunas, desarrolladas con toda la sabia científica acumulada en el país y sometidos a los más rigurosos controles necesarios para un audaz empeño como este.
Mientras algunos agoreros del mal se refocilaban a principios de mes con titulares iracundos y manipuladores como «Cuba es el único país de América Latina que aún no ha vacunado a nadie»; el Gobierno, las instituciones científicas, los entes reguladores y el sistema nacional de salud daban pasos seguros para iniciar la etapa decisiva de demostración de la eficacia de los candidatos vacunales líderes del país, y allanando el camino para proteger a la población cubana antes de que finalice el 2021. Pocos países podrán hacerlo. Ninguno entre las naciones pobres.
Cuando otros mentirosos consuetudinarios han intentado cuestionar la calidad de nuestras vacunas y hasta han buscado infundir miedo con supuestas reacciones adversas en infantes; presidentes, personalidades, importantes medios de comunicación de nuestra región y el mundo han mostrado su admiración y confianza por esos resultados de la ciencia cubana.
Todavía queda camino por andar. La transmisión no se corta, dicen los expertos, hasta que la mayoría de la población haya sido inmunizada. Por eso hay que seguir actuando con mucha responsabilidad y disciplina.
Nuestro pueblo ha sido indiscutible protagonista de esta obra de pensamiento y amor. Han sido más los dispuestos para los ensayos clínicos que los necesarios. Cada paso hacia adelante en los proyectos ha sido celebrado como algo propio por todos los cubanos de bien. Todavía emocionan las imágenes de nuestros compatriotas orientales vitoreando la caravana que transportaba los bulbos de Abdala hacia Santiago, Guantánamo y Granma.
Y es que Soberana, Abdala, Mambisa, son más que vacunas, son un país. Ellas encierran los sueños de un pueblo humilde pero digno, que ha tenido que librar batallas extraordinarias por su independencia y su propia existencia. Son la representación de un sistema político y de salud que ha puesto siempre al ser humano en el centro de sus decisiones; son la obra de Fidel -que luchó siempre por tener un país de hombres y mujeres de ciencia y de pensamiento-; son la voluntad política y el actuar sin descanso de un gobierno dedicado a su gente por sobre los más difíciles desafíos; son el resultado del conocimiento, la osadía, la experiencia, el tiempo y el esfuerzo de extraordinarios científicos; son la confianza de una nación en sus propias fuerzas y en su capacidad de resistencia; son orgullo y compromiso con los destinos de este archipiélago y el mundo. Más que vacunas, en esos bulbos va toda la fuerza de un país.