La familia: entre los primeros escudos frente a la COVID-19
Un estudio publicado en diciembre último por la revista Novedades en Población, del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana, revela la importancia de las familias en prevenir el contagio de la COVID-19.
La Doctora en Ciencias Demográficas, Profesora Titular y subdirectora del CEDEM, Matilde de la C. Molina Cintra, junto a las Máster en Estudios de Población Maydeé Vázquez Padilla y Gabriela Dujarric Bermúdez, indagaron en este estudio exploratorio en la co-residencia y las relaciones entre generaciones para ayudar a una mejor comprensión de la transmisibilidad del nuevo coronavirus.
Del mismo puede deducirse que el riesgo de infección en casa se comporta de acuerdo con el arreglo familiar de co-residencia, porque con las indicaciones de permanecer lo posible en casa, sobre todo los adultos, y los adultos mayores en particular, así lo hacen, y son hijos y nietos quienes hacen las gestiones fuera del hogar, pudiendo convertirse en potenciales transmisores del virus.
Investigadores españoles demostraron, recoge el texto, que la población menor de 65 años podría llegar a inducir más del 50% de las muertes por contagios dentro del hogar, aunque solo el 14% de esta población reside con personas mayores.
Aun cuando no es ese el caso cubano, la posibilidad de tal vía de contagio existe.
Llaman tasa de ataque secundaria (SAR) a esa probabilidad de que ocurra una infección entre personas susceptibles dentro de un grupo específico (es decir, hogar o contactos cercanos), e indican que los patrones de co-residencia en este caso pueden definirse a partir del tipo y tamaño de la familia, su estructura por edades, condiciones socioeconómicas, características de la vivienda, condiciones higiénico-ambientales, así como los comportamientos protectores de la familia, la percepción del riesgo de sus miembros y las relaciones entre las generaciones que la integran.
De acuerdo con datos del Minsap, el estudio llama la atención sobre cómo, durante el primer semestre del pasado año, el 38% del total de casos positivos se asociaba precisamente a las redes familiares, es decir, al vínculo entre uno o más núcleos familiares con o sin lazos de convivencia. 38 personas de cada 100 contagiados estaban asociadas en ese momento a una red familiar.
Estudios consultados por las investigadoras reflejaban que en China, Francia y Hong Kong las tasas de ataque secundario para contactos cercanos, en el hogar, eran del 35%.
Según la mencionada indagación del CEDEM, en la región occidental el 43,9% de los casos positivos a la COVID-19 estaban asociados a redes familiares, mientras que en el centro del país era el 29,6% y en el oriente, el 29,5%.
La Habana constituía el territorio con mayor número de casos de familia en el país (55%). Se constata, aseguran, que existe una correlación y una relación estadísticamente significativa entre casos positivos y redes familiares con la densidad poblacional del territorio.
Los datos han variado desde que concluyó el estudio, pero, como tendencia, no pierde vigencia lo reiterado por las autoras, sobre todo a partir de que en los hogares se recibe a familiares u otros allegados provenientes del exterior: «Los hogares son y seguirán siendo importantes fuentes de transmisión, dando cuenta de la necesidad de fortalecer las estrategias de prevención en las familias, aumentar el uso del nasobuco en el hogar, mejor ventilación en las viviendas siempre que sea posible, aislamiento voluntario ante síntomas o contacto con caso sospechoso de ser positivo, lavado frecuente de las manos, y otras medidas que sean necesarias».
Este comportamiento de la pandemia y su vínculo con el contexto familiar es una de las aristas que se continúa tomando en cuenta en el diseño de estrategias nacionales, siempre de la mano de las ciencias. No por gusto el propio Presidente cubano ha insistido en la necesidad de cumplir en casa con todo lo indicado, cuando se trata de personas llegadas de otras latitudes.
La relevancia de ese tema se acentúa, sobre todo tomando en cuenta que, según datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) , el 58,1% de los mayores de 60 años en Cuba padece hipertensión; el 16,5%, diabetes o enfermedades de tiroides, y el 19,1% padece del corazón; todas ellas, morbilidades mencionadas de manera reiterada como condiciones que pueden agravar un caso de COVID-19.
El pasado 22 de enero, Díaz-Canel insistía, durante su visita de trabajo a Matanzas, precisamente en la atención diferenciada a pacientes con morbilidades, lo que calificó de cuestión cardinal en el enfrentamiento a la pandemia y donde corresponde un rol decisivo a la atención primaria, en especial al médico y enfermera de la familia.
Vale también considerar que La Habana y Villa Clara coinciden en ser las dos provincias con mayor número de hogares «el 48,1% del total- con, al menos, un adulto mayor y con adultos mayores solos; seguidas por Cienfuegos y Pinar del Río, con 47,6% del total de hogares.
Que la población cubana envejece a pasos agigantados es una realidad conocida, como conocidas son también las medidas para proteger a esos adultos mayores, y a todos los cubanos. La clave está en hacer cotidianidad lo aprendido.