Con la fuerza de Maceo, Cuba acompañó a Ãfrica a liberarse del apartheid
Una bala lo atravesó en San Pedro, el 7 de diciembre de 1896, pero no lo detuvo allí, donde la patria lo abriga; el General Antonio cabalga irreductible por su isla. Esa «tempestad a caballo»» que nuestro Apóstol vio en el Titán de Bronce, más que metáfora justa, hermosa, fue una premonición.
El héroe de Duaba, Mantua, Baraguá, Peralejo, azotó viril en Santiago, cuando Fidel exponía las razones que lo llevaron a atacar el Moncada, y advirtió, ante quienes lo juzgaban, que primero se hundiría la Isla en el mar antes de que consintamos ser esclavos de nadie. El Jefe de la Revolución invocó «el ejemplo glorioso de nuestros héroes y mártires»» y los sintetizó en cinco nombres: Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí.
Su machete y su armadura de Titán fueron los que levantó Cuba en las praderas de Ãfrica. Su espíritu e ideales emancipadores extirparon, de aquel continente, el oprobioso régimen del apartheid, para que Angola, Namibia, Etiopía y otras geografías fueran libres de la muerte y de la segregación impuesta por el dominio neocolonial.
Cuba, que lleva en sus venas sangre africana, tuvo el privilegio de combatir y construir, junto a las naciones de ese continente, un nuevo orden de convivencia, unidos en la búsqueda de la felicidad, la igualdad y el bienestar de todos sus hijos, para superar las secuelas del colonialismo, la esclavitud y el odio de las razas. No podía ser de otra manera, cuando nuestra nación surgió en la lucha por la independencia y por la abolición de la esclavitud, y tuvo en hombres como Maceo esa inspiración y fuerza.
Hoy se revuelven de nuevo los zanjoneros, y tratan de dividir y de confundir. Pero otra vez Maceo, de tanta fuerza en la mente como en el brazo, se levanta hecho millones. Y Panchito Gómez con él, en el Trillo o en cualquier otro parque, universidad o sitio de Cuba.
Maceo impregnó el espíritu y el cuerpo de esta isla, que hoy se levanta contra el enemigo ambicioso. Ya no podrán vencernos. Cualquier día de diciembre, de cualquier año, reiteraremos a los zanjoneros y a sus mentores: «¡No nos entendemos!