Coronavirus y tormenta política en el Pentágono: Las claves de una crisis inédita
El fuerte impacto de la pandemia de COVID-19 en Estados Unidos se ha hecho sentir en el Pentágono de una manera notable, destapando consigo una crisis política que apenas comienza.
Un primer escándalo
Todo comenzó en el portaaviones nuclear USS Theodore Roosevelt atracado en la isla de Guam hace más de una semana. El capitán Brett Crozier, comandante a cargo del navío, escribió una carta donde alertaba de un brote de COVID-19 que alcanzaba a más de 100 marineros de la tripulación.
«No estamos en guerra. Los marineros no necesitan morir. Si no actuamos ahora, no estamos cuidando adecuadamente nuestro activo más confiable: nuestros marineros», afirmó Crozier en una carta dirigida a pedir la asistencia de sus mandos superiores para realizar la evacuación del portaaviones lo antes posible.
La carta se filtró y fue publicada por el San Francisco Chronicle el 31 de marzo, lo que generó un escándalo mediático de grandes proporciones. El secretario interino de la Marina, Thomas Modly, reaccionó rápidamente mostrando cierto enfado por la carta de Crozier y aseverando que la isla de Guam no contaba con las instalaciones para soportar el desembarco de los 4 000 marineros a bordo.
La primera respuesta de Modly generó reacciones a favor del reclamo de Crozier y demostró la incapacidad del interino para dar respuesta al brote de COVID-19 en el navío. Días después, en una conferencia en la sede del Pentágono, Modly removió de su cargo a Crozier, quien bajó del USS Theodore Roosevelt en medio de los aplausos de la tripulación.
Modly fue al portaaviones para tratar de controlar la situación personalmente, pero no lo logró. Calificó de estúpido e ingenuo al capitán Crozier, en un intento de apagar el fuego utilizando gasolina. El escándalo escaló y Modly presentó su renuncia, la cual fue aceptada por Mark Esper, jefe del Pentágono.
Crozier dio positivo por coronavirus, lo que aumentó la indignación por los comentarios de Modly.
Como relata Defense News, la crisis del portaaviones dejó de ser un asunto doméstico de la Marina para transformarse en una tormenta en Washington, el centro de poder de Estados Unidos que hoy es escrutado globalmente por su pésima gestión de la crisis sanitaria y económica de la pandemia.
Varios legisladores demócratas ya venían pidiendo la cabeza de Modly, quien abrió «el espectro de otra crisis de liderazgo para el servicio, que ha visto una sucesión de despidos y escándalos de alto nivel en los últimos años», reportó Defense News.
Para Lawrence Korb en un artículo publicado en The National Interest, la acción contra Crozier rompió con la cultura organizacional de la Marina y reflotó una pugna presupuestaria que lleva tiempo desarrollándose. Korb cuenta que Modly se adelantó al despido porque consideraba que Trump lo haría directamente, una muestra más que evidente de lo mal que están las relaciones entre la Casa Blanca y el Pentágono actualmente.
Marineros del USS Theodore Roosevelt, en Guam, cargan y recogen suplementos alimenticios en el marco de la pandemia. Foto: US Navy.
Militares infectados
En medio del escándalo, el Pentágono ordenó a las bases militares y comandos de combate no compartir información al público sobre las cifras de contagio de efectivos militares, en busca de centralizar los datos y evitar próximos episodios como el de Crozier.
«No informaremos el número total de casos individuales (afectados por coronavirus) de miembros del servicio en la unidad individual, la base o comandos combatientes», declaró a principios de abril Alyssa Farah, portavoz del Departamento de Defensa estadounidense.
Actualmente el Pentágono maneja una cifra superior a los 3 000 efectivos militares contagiados, siendo la Marina el cuerpo más afectado, seguido por el Ejército y la Fuerza Aérea.
Una exclusiva publicada en días recientes por Newsweek refleja que «Más de 150 bases militares en 41 estados han sido atacadas con coronavirus», lo que ha provocado que «tanto en los Estados Unidos como en las bases en el extranjero» se detenga «todo movimiento no esencial, interrumpiendo el reclutamiento y el entrenamiento básico, y ha llevado a un estancamiento virtual en la actividad a gran escala».
Según Newsweek: «Algunos de los más afectados son los complejos de bases navales de San Diego, Norfolk, Virginia; y Jacksonville, Florida; las bases del área de San Antonio, Texas; y las bases navales del estado de Washington».
La expansión de los contagios ha obligado que el Pentágono aplique un conjunto de medidas como la prohibición de viajes, la ralentización de los entrenamientos y otras estrategias para proteger a los militares.
Aun así, la pandemia está generando las condiciones para una parálisis de la infraestructura militar en su conjunto, a medida que la crisis sanitaria requiere de su movilización porque la situación se continúa descontrolando.
Durante la falsamente denominada «gripe española» de 1918, el Ejército estadounidense dirigió buena parte de la acción sanitaria en ciudades estadounidenses a través de organización de hospitales improvisados y apoyo logístico.
Actualmente el desafío podría ser igual o mayor, pero la escasez de material sanitario básico y la incompetencia de Trump coloca a los líderes del Pentágono frente al dilema de gestionar la pandemia mediante el sacrificio y la exposición de los efectivos militares y de la infraestructura como tal.
Sobre esto el Pentágono ha dicho que «sus capacidades para ayudar al sistema de atención médica doméstica durante el coronavirus son limitadas y no están dirigidas a las enfermedades infecciosas». Parece estar dando un paso hacia atrás. Coloca límites al uso que pudiera hacer Trump de las unidades militares para atacar la pandemia.
La crisis del nuevo coronavirus ha trastocado los planes hegemónicos del Pentágono en el mundo. Foto: US Navy.
Desde la Casa Blanca le piden al Pentágono ser «creativos» en sus respuestas contra el brote de COIVD-19.
Nunca antes Estados Unidos había vivido una paralización de su aparato militar como lo está viviendo ahora mismo.
Crisis de poderío militar
La semana pasada también dieron positivo por coronavirus dos marineros a bordo del portaaviones USS Ronald Reagan. Todavía existen dudas si el USS Nimitz está en la misma situación antes de desplegarse por el Pacífico, mientras que el USS Carl Vinson, que está en mantenimiento en Puget Sound, ya ha reportado algunos casos.
La cadena de contagios en al menos 4 de los 11 portaaviones nucleares de Estados Unidos ha generado un impacto negativo en su capacidad de proyección de poder e intimidación geopolítica. Resalta el caso del USS Ronald Reagan, utilizado sistemáticamente en maniobras de presión geoestratégica en las costas de China y Corea del Norte.
La capacidad de despliegue militar estadounidense contra sus principales adversarios geopolíticos ha quedado trastocada y el liderazgo del Pentágono se sitúa en un escenario de debilidad tanto interna como externa.
«No es una buena idea pensar que el Teddy Roosevelt es un tema único («¦) Tenemos demasiados barcos en el mar. Tenemos demasiadas capacidades desplegadas. Hay 5 000 marineros en un portaaviones de propulsión nuclear. Pensar que nunca volverá a suceder no es una buena forma de planificar», ha afirmado recientemente el general John Hyten, vicepresidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, en un tono crítico con respecto al tratamiento de la crisis de los portaaviones.
Hyten también siente que la parálisis del despliegue estadounidense es un peligro geopolítico y advierte: «Si nuestros adversarios piensan que este es nuestro momento de debilidad, están peligrosamente equivocados».
Pero la crisis es mucho más profunda. La firma de datos y análisis Govini afirma en un estudio reciente que las áreas afectadas por el coronavirus incluyen:
«(«¦) muchas bases que albergan tropas y armas que serían esenciales en las guerras contra Rusia y China, preparaciones para las cuales la Estrategia de Defensa Nacional 2018 prioriza. También lo son las líneas de montaje de aviones de combate y misiles y los astilleros y puertos costeros que transportan armas a las fuerzas en el extranjero».
Estas zonas, según Govini, abarcan «California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Wyoming, Luisiana, Arkansas, Georgia, Kentucky, Virginia Occidental, Ohio, Idaho y grandes porciones de Kansas, Nebraska y Texas». Además, la firma evalúa como una debilidad la dependencia del Ejército de «contratistas para gran parte de sus operaciones de base, incluido el entrenamiento».
La pandemia ha generado un cortocircuito en la industria militar estadounidense, provocando una parálisis creciente de sus operaciones. También ha neutralizado las capacidades de despliegue en el extranjero, transformando las aventuras de intimidación por vía marítima en demasiado costosas y peligrosas.
Las acciones militares foráneas viven su peor momento reputacional en la opinión pública.
Estadounidenses protestaron en Times Square, Nueva York, contra una posible guerra de Trump contra Irán tras el asesinato del general Qassem Soleimani. Foto: Reuters.
La aventura militar contra Venezuela
El 1º de abril, el presidente Donald Trump, flanqueado de sus principales jefes militares en la Casa Blanca, anunció un despliegue militar masivo en el Pacífico y el Caribe para socavar a los carteles mexicanos y presionar al gobierno venezolano.
Fue anunciado como la «operación antidrogas» más grande de la historia reciente que incluye el despliegue de destructores adicionales de la Armada, barcos de combate, aviones y helicópteros, patrulleras de la Guardia Costera y aviones de vigilancia de la Fuerza Aérea, según detalló Trump al momento de la conferencia en la Casa Blanca.
«Estamos duplicando nuestras capacidades en la región», dijo el jefe estadounidense refiriéndose a la infraestructura del Comando Sur, quien dirigirá esta operación que tiene como foco geopolítico a Venezuela.
Ya se ha confirmado que esta operación busca desviar la atención de la mortandad que va en ascenso en Estados Unidos a raíz de la pésima gestión de Trump frente al coronavirus. No obstante, este despliegue anunciado por todo lo alto coincide con la crisis política y logística que atraviesa el Pentágono, inhibiendo una de sus principales municiones geopolíticas: la intimidación mediante las armas.
La infección en el Pentágono llega en un momento delicado para Trump en el tablero geopolítico en frentes como el iraní, el chino o el venezolano, donde el enfoque de «máxima presión» de los halcones no ha logrado cristalizar el tan ansiado cambio de régimen en efecto cascada.
Ahora la Casa Blanca no solo debe lidiar con la crisis interna por la pandemia, sino también con el dilema de forzar aventuras militares de intimidación que eleven los contagios dentro de las unidades de combate, o peor aún, que se conviertan en un factor de propagación en fuerzas militares aliadas o en las decenas de países donde operan bases y misiones militares estadounidenses.
Para el sociólogo británico Michael Mann, todos los grandes imperios han basado sus sistemas de dominación en cuatro áreas estratégicas: la militar, la política, la económica y la ideológica. En el caso del Imperio estadounidense, afirma Mann, «la capacidad real de Washington para utilizar el comercio y la ayuda como influencia política, es severamente limitada».
Estas limitaciones en los recursos de poder blando ha provocado que Estados Unidos, a medida que declina como superpotencia, utilice de forma agresiva y desproporcionada su poderío militar con el objetivo de mantener una posición hegemónica en el escenario internacional, involucrándose en guerras suicidas que también socavan su imagen y su propia infraestructura.
El escritor Chalmers Johnson, interpretado por el politólogo estadounidense John Ikenberry, comenta:
«El Pentágono ha reemplazado al Departamento de Estado como el principal moldeador de la política exterior. Los comandantes militares en las jefaturas regionales son procónsules modernos, diplomáticos guerreros que dirigen el alcance imperial de los Estados Unidos. Johnson teme que este imperio militar corroerá la democracia, arruinará a la nación, provocará oposición y finalmente terminará en un colapso al estilo soviético».
A la par del dólar, el poderío militar estadounidense es la base orgánica de su hegemonía, y el coronavirus parece estar trastocándola de manera impactante.
Concluyendo»¦
Hace dos años, el historiador y analista estadounidense Gareth Porter publicó un exhaustivo artículo de investigación donde analizaba la privatización del Pentágono a finales de la Guerra Fría.
Así, el Pentágono se transformó en una especie de sociedad anónima para contratistas militares privadas que habían cristalizado una enorme influencia sobre las palancas del poder público estadounidense.
Porter afirma: «Entre 1998 y 2003, los contratistas privados obtenían aproximadamente la mitad de todo el presupuesto de defensa cada año. Las 50 compañías más grandes estaban recibiendo más de la mitad de los aproximadamente $900 mil millones pagados en contratos durante ese tiempo, y la mayoría eran contratos sin licitación, de origen exclusivo, según el Centro para la Integridad Pública».
Esta modelo público-privado tomó la forma de un perverso metabolismo político y económico: a más guerras en el extranjero, mayores eran los presupuestos y mayores aún las ganancias de las contratistas privadas encargadas de las áreas sensibles del sector militar como la fabricación de armas, el entrenamiento de tropas y el mantenimiento de equipos.
El resultado es lo que llama Porter el «Complejo de Guerra Permanente», una inmensa maquinaria económica de saqueo presupuestario y guerras geopolíticas sin sentido que se reproduce a sí misma.
La pandemia ha cortocircuitado este mecanismo y los resultados pueden ser tan diversos como catastróficos: la erogación de recursos hacia la industria de defensa en menoscabo de la población, ruidos de sables si Trump presiona demasiado a los militares o una guerra disparatada que cierre el breve recorrido (pero aun así devastador) del Imperio estadounidense por la historia humana.