Cultura

La vida en versos: Amor, el niño loco de la loca sonrisa

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Para todos los amores hay versos, incluso para los que andan a hurtadillas, los que cargan imposibles, para los «amores prohibidos», hasta para aquellos cobardes que «no llegan a historias, ni a amores».

El poeta cubano José Ángel Buesa tiene varios textos que podrían servir de ejemplo, algunos bastante conocidos, como el de la Despedida y el del Renunciamiento, pero he preferido compartir esta Balada del loco amor porque aún cuando lo vivimos en silencio, nos salva la certeza de que nunca el amor llega tarde.

Buesa no es el autor preferido de los críticos, sin embargo, muchas generaciones se lo aprendieron de memoria y más de una historia de amor surgió o se alimentó de sus versos. Fue, eso es seguro, un poeta popular, de los que uno dedica a su enamorado porque, hasta el más intelectual de los seres humanos, ha sentido en la cuerda de sus palabras bajo los efectos de ese cursi inevitable: el amor.   

BALADA DEL LOCO AMOR

I

No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.

No, amor no llegas tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde.

II

Amor, el niño loco de la loca sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene aprisa;
pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse un poco.
Así ocurre que un niño travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda herido de muerte.
Y más, cuando la flecha se le encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión, y arde, y arde,
y ni siquiera entonces el amor llega tarde.

III

No, yo no diré nunca qué noche de verano
me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo a ti te digo
se me encendió en la sangre lo que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos.
Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde el amor.

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