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Vino macho y será Camilo

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Ese es Camilo, el adolescente travieso y rebelde, el muchachón cuya pupila se dilata al ver lindas muchachas, el joven galante con sus novias, el guerrillero que termina ganando no solo la batalla de ese Yaguajay que lo asume como a un «tronco de hijo», sino también la confianza total de Fidel.

Febrero 6 de 1932. Lawton comienza a abrir sus párpados. En Pocitos No. 228, sin embargo, Emilia Gorriarán no ha pegado un ojo esperando ese tercer fruto de su vientre. Ya tiene dos varones. Desea una niña. Ansioso, Ramón Cienfuegos, su esposo, aguarda. Por fin aparece la comadrona con la criatura en brazos. ¡Otro macho!, exclama. Y, tras largar una sonrisa, el hombre añade: «Bueno, de tres, tres… Por lo visto, los Cienfuegos no se rajan, como decía mi padre. Por eso llevará su nombre: ¡Camilo!».

Nadie imagine una suntuosa canastilla, agraciada cuna, mosquitero de fino encaje… La crisis económica mundial no tiene escrúpulo con Emilia y Ramón: emigrados españoles que compartirán espacio, en el mismo cuarto, con los hijos Osmany y Camilo. Humberto, el mayor, tendrá que «acomodarse» sobre un catre, en el comedor.

Si la pobreza definiera el carácter, Camilo fuese el más triste y tímido de todos los niños. ¡Nada de eso! Ama locamente el beisbol, juega voleibol, nada como un pez, monta bicicleta, lee cuanto libro le cae a mano; es amable, risueño, «tremendo bailador», y siempre tiene una sana maldad en el directo, sin que por ello deje de ser respetuoso, responsable, humano y solidario.

«No creo que existiera en el barrio un muchacho que no fuera amigo de él», afirmará Ramón. Y tiene razón. El cariño por Camilo, y de Camilo, va incluso mucho más allá: guarda los centavos que le dan para la merienda y luego entrega los ahorritos a sus padres, para ayudar a infantes acogidos por el Hogar de Niños Españoles.

Por ello, le abrirá en dos tapas de gratitud el pecho al Che, cuando comparte con él la única lata de leche condensada que había sobrevivido al revés de Alegría de Pío.

Ese es Camilo, el adolescente travieso y rebelde, el muchachón cuya pupila se dilata al ver lindas muchachas, el joven galante con sus novias, el guerrillero que termina ganando no solo la batalla de ese Yaguajay que lo asume como a un «tronco de hijo», sino también la confianza total de Fidel; el cubano de las mil y más anécdotas, el bromista que en plena noche derriba al Che de la hamaca y lo embiste a caballo, mientras el argentino ríe como un niño y repite: «Ya la pagarás, ya la pagarás…».

Helo ahí: autor de confesiones como «contra Fidel ni en la pelota», o «más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza», o «esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos», o aquel «Vas bien, Fidel» (con que respondió la pregunta del Comandante en Jefe), o «para detener esta Revolución cubanísima, tiene que morir un pueblo entero».

No por gusto, al tomar Columbia, los militares de la tiranía lo aplauden. ¿Acaso se habrá visto antes cosa igual?

Yaguajay. En original tributo, hoy quedará plantada la palma real 93 para Camilo. No harán la siembra dos, cuatro, diez manos de allí, sino, en esencia, millones de manos de toda Cuba. (Pastor Batista Valdés)

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