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José Martí encarna la sabiduría, la justicia, la virtud… ( + INFOGRAFIA)

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Nació el 28 de enero de 1853 en La Habana colonial. Más de 160 años después, José Julián Martí y Pérez, descendiente de canarios y valencianos, continúa siendo un referente inobjetable para los cubanos. 

Se formó como un hombre iluminado. Hasta él afluyó lo más avanzado del pensamiento que le antecedió en Cuba. A través de su mentor Rafael María de Mendive, se puede establecer un linaje intelectual que pasa por Félix Varela y conecta a Martí con el obispo Juan José Díaz de Espada, promotor de la renovación del pensamiento y la educación en la Isla. Además, sus estudios en Europa y vivencias en Estados Unidos contribuyeron a la formación de quien se convertiría en el más universal de los cubanos.  

Martí fue el artífice de la unidad en torno al interés común. Aunque no participó en la Guerra de los Diez Años, muy poco después de su finalización se vinculó a los preparativos para la reanudación de las gestas independentistas. De tal modo, durante la etapa de la Guerra Chiquita, entre 1879 y 1880, el Héroe Nacional alcanzó notoriedad dentro de los círculos conspiradores. Fue en esa época cuando devino dirigente de alcance nacional, al transitar desde un club en La Habana a ser una figura política imprescindible dentro del movimiento anticolonial. 

Desde entonces, el prominente intelectual habanero estaría ligado a toda la historia revolucionaria de la Mayor de las Antillas. Incluso después de muerto, otras generaciones invocarían sus doctrinas en las luchas por la soberanía nacional y la justicia social.

En los años de lo que él mismo denominó “reposo turbulento”, no hubo quietud para el único hijo varón de Mariano Martí y Leonor Pérez. Se dedicó a ganar la confianza de los líderes de la primera generación de mambises y logró allanar, en gran medida, las discrepancias, rencores, frustraciones y recelos que se venían acumulando prácticamente desde los años iniciales de las guerras redentoras. No concebía un triunfo para la causa nacional sin una sólida unidad entre los patriotas.
 
Con esfuerzo de predicador inclaudicable, diseñó un nuevo proyecto independentista que echó a andar en los campos de Cuba el 24 de febrero de 1895. A escasos años del fin del siglo, detonaba la última guerra mambisa, la que fundamentó como Guerra Necesaria. Evidencia de la genialidad política y la integridad ética de su principal impulsor, la guerra fue concebida contra el colonialismo y no contra el español.

El hombre de La Edad de Oro fue un previsor decimonónico de lo que sería la codicia sin fin y el avance desenfrenado del naciente imperialismo norteamericano. En consecuencia, intentó combatirlo. De sus postreras líneas al jurista mexicano Manuel Mercado, amigo de los últimos lustros, se desprende una enseñanza a no obviar: quien esté interesado en mantener la verdadera soberanía de esta nación, ha de ser antimperialista.

Tras su prematura muerte en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895 nació el símbolo. Líderes de arraigo popular como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena reivindicaron su ideario en la centuria siguiente, aunque el proyecto martiano de país no pudo ser llevado a cabo esos años. La Generación del Centenario, en la década de 1950, se lanzó a la insurrección enarbolando el ideario martiano y sacudió a Cuba de la dominación imperialista que decenios antes el Apóstol intentara impedir.  

El tiempo no ha sido valladar entre Martí y las generaciones de compatriotas que lo sucedieron. Sus aportes a la nación son reconocidos por casi todos, sin importar otras consideraciones. Él encarna la sabiduría, la justicia, la virtud…
 
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