Los de la corriente
Esta portada de periódico va pensando en nombres específicos, pero que bien podrían representar a mucha gente.
Pensando, por ejemplo, en Ramón, un tipo calvo, con tono y mañas de guajiro, jubilado de las Fuerzas Armadas, que le resuelve las «boberías de corriente» a todo el barrio. Desde el cortocircuito hasta la lámpara nueva. Desde el equipo viejo que sí o sí tiene que volver a encender, hasta los paneles solares recién llegados a la cuadra.
En cada casa va metiéndose Ramón, con sus ojos reclaros y su mirada entre lo cariñosa y lo punzante. «La electricidad es una sola», le espetará al ingeniero que lo contraríe, porque si algo compite contra un título universitario, desde que el mundo tiene universidades, es la experiencia.
Pensando también en Ronaldo, ingeniero eléctrico ya montado en los 50 y tantos, que se parece a Juan Carlos, un tipo que dirige hospitales en tormenta y calma. Pero Ronaldo, el ingeniero, no dirige hospitales, sino a la gente de la «alta tensión».
Lo vimos un día tras Rafael, pensando en cómo levantar inmensas torres metálicas de 45 metros de alto, y nos habló de Ian, o más bien de los días que vinieron después, cuando su esposa andaba ingresada en el hospital y su hijo a punto de nacer, y alguien lo amenazó con sancionarlo en la empresa si no salía urgente del desastre posciclónico de Pinar del Río para La Habana, a conocer al niño.
–¿La gente no los mira con mala cara cuando llegan a los barrios, por eso de que les quitan la luz?
–No, porque la gente sabe que nosotros somos los que la ponemos.
Pensando en Yunier, que nunca sacó cien puntos en ninguna prueba de Matemáticas, ni de El mundo en que vivimos, ni de Español ni de Historia, que siempre le dijeron bruto, pero que con diez años ya sabía cómo hacer la instalación eléctrica de una casa o cosas que nadie sabe o imagina, como que, a veces, las luces no encienden porque tienen «comején en la cajita».
Yunier, que enamoró a su esposa después de repararle una olla de presión por la que nadie hubiese dado un kilo; que cuando las pesetas dejaron de servir para algo, reparó arroceras con pesetas; que una vez le enseñó a un primo menor lo que era un interruptor de «simple polo-doble tiro» para que impresionara a la maestra de Física, y eso que él nunca había logrado aprenderse ni una fórmula.
Pensando en Quintín, el liniero de Majagua, y en el Bola, quien se inventa los probables arreglos para una microhidroeléctrica que alimenta las casas de más de 500 personas perdidas a la orilla de un río, en las profundidades de la sierra guantanamera.
Pensando en los que saben la diferencia entre la generación y la capacidad de generación, en los que, como Lídice, apuestan sus días en este país a inventarse otro megawatt, por lo menos otro más, aunque tengan que sacárselo a lo que sea, hasta al sol.
Esta portada de periódico va pensando en el «eléctrico» famoso, que sufre todos los días frente a las cámaras de televisión y al que el pueblo de Cuba ya ha aprendido a nombrar por el diminutivo.
Pero esta portada va, sobre todo, para el «eléctrico desconocido», del que nos acordamos cuando viene el ciclón y luego, al pasar la «furia» colectiva, sigue trabajando, amarrado a un poste; al que resuelve la tempestad cotidiana que se parece al bombillo comunitario o al «¡se disparó el catao!», y hasta en el viejo de al lado, que siempre guarda un cable para el día cualquiera y probable en que a ti mismo o misma te haga falta y te salve de la noche.
Resulta que este 14 de enero es el día de todos ellos.