Propiedad sobre todos los tiempos
Casi al inicio de la hermosa e inquietante novela de Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, el protagonista llega a una sala de conciertos, y mientras colocan los instrumentos de una orquesta sinfónica, piensa:
«…bajo las carátulas de las particellas se estampaban en signos los mandatos de hombres que aun muertos, yacentes bajo mausoleos pomposos o de huesos perdidos en el sórdido desorden de la fosa común, conservaban derechos de propiedad sobre el tiempo, imponiendo lapsos de atención o de fervor a los hombres del futuro».
Releyendo el pasaje, es imposible sustraerse al paralelismo entre esos grandes músicos, y quien lo escribiera: a 120 años de su nacimiento, Carpentier sigue captando la atención de los lectores (por gozo, o con fines de investigación) y despertando el fervor de la admiración y el entusiasmo. No es difícil prever que ese derecho suyo de apropiarse del tiempo continuará en épocas sucesivas.
Cada cual aportará sus razones luego del acto íntimo de la lectura, pero no es posible ignorar que Carpentier era un genio, por el estilo, por las innovaciones, por la profundidad de sus planteamientos literarios, históricos y filosóficos; en fin, por la creación en casi todos sus libros de universos poderosos, redondos, transformadores para los demás.
Fue, en adición, un hombre trabajador, polifacético, y entregado a los sueños que creyó valederos. Al otro extremo de la visión estereotipada que de él ha ganado espacio, de sabio meditabundo y de léxico aplastante, sus íntimos lo describían como un hombre tímido con los extraños y muy alegre en confianza, sin maledicencias, siempre con algo positivo para decir de amigos y de adversarios.
Alejo decidió abandonar comodidades para regresar a la Isla y jugarse la suerte con la joven Revolución real maravillosa. Militó en el Partido Comunista, y entregó a la causa sus muchos esfuerzos, incluidos los literarios, hasta la muerte.
Evocándolo, su amigo Roberto Fernández Retamar nos acercó más a la esencia del autor de Viaje a la semilla: «Lo que más impresionaba en la cercanía de aquel creador de genio, de aquel sabio insondable era que, coronando sus virtudes, fue, para decirlo con palabras de Antonio Machado, un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Ya había escrito Beethoven que no conocía más superioridad que la bondad. La bondad fue el ápice de la grandeza de Alejo».