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La sonrisa y el ejemplo bajo un sombrero alón

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Quienes no saben de tormentas –esas a las que Camilo jamás temió; todo lo contrario: agradecía, enfrentaba y vencía–, nunca entenderán por qué cada 28 de octubre Cuba entera convierte en florido rosal las olas (no importa si serenas o encrespadas) de su mar, los ríos, arroyos, lagunas, embalses y cuanto espejo de agua esté al alcance de niños, jóvenes, adultos…

No tengo referencia de una tradición similar, mediante la cual generaciones completas llevan a virtual y virtuosa realidad el reencuentro con uno de esos hijos, modestamente sublime y en verdad ilustre, que un pueblo da a luz para que nunca muera… Así pasa con el tributo al comandante guerrillero Camilo Cienfuegos Gorriarán.

Consignan la prensa del momento, los libros de la posteridad y el dolor eterno, que sucedió a bordo de una avioneta Cessna 310, mientras volaba de Camagüey hacia La Habana, luego de neutralizar, sin más arma que su presencia y grandeza humana, un complot contra la naciente Revolución, encabezado por el traidor Hubert Matos.

¿En qué bendito lugar de tierra o mar pudo haberse precipitado la pequeña aeronave rojiblanca? Jamás se supo. Más de diez días de incansable y milimétrica búsqueda por parte de un pueblo consternado, entero, no arrojaron la más leve evidencia.

Apenas 27 años tenía el hombre carismático, de las mil anécdotas y de las mil batallas, brazo derecho y confianza de Fidel a ojos cerrados (¿Voy bien, Camilo?), cuando su misteriosa desaparición cobró la incierta forma de muerte.

Aprovechó –como de costumbre– la lengua enemiga aquella infeliz oportunidad para tejer, a punta de viperina agujeta, falacias de todo tipo que el tiempo se ha encargado de convertir en polvo y nada.

Para quienes no entienden de tormentas superadas por los valores del pecho, un magnífico ejercicio sería preguntarse a punta de qué pistola o mediante qué mecanismo de presión, millones de cubanos salimos cada 28 de octubre a depositar flores para el Héroe de Yaguajay: pueblo en cuya toma quizá tocaron cima sus más brillantes dotes tácticos y estratégicos de guerrillero, o por qué motivo nacidos y por nacer siguen adorando su legendaria figura.

Búsquese dentro del propio Camilo –y en el seno de su humilde familia– la principal razón, desde que odió el abuso, siendo niño; o cuando, muy joven, se le vio enrolado ya en justas protestas contra el poder avasallante, o cuando se fue a la Universidad a manifestarse contra el golpe de Estado del dictador Fulgencio Batista…

Quiso no solo la historia, sino también él mismo, que fuese el último hombre elegido por Fidel para integrar la audaz expedición del yate Granma y que, sin proponérselo, terminara la no menos intrépida invasión hacia Occidente entre las primeras y más importantes figuras de la epopeya.

Cuando más «se apriete el zapato», cuando parezca que todo es oscuridad o que no hay salida, vaya usted con toda serenidad hasta el litoral. El recuerdo del héroe sonriente, de sombrero alón, nos dirá que no hay derrota mientras haya optimismo, convicción y una causa justa.

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