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El 30 de septiembre y la insurgencia estudiantil

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Los hechos que posteriormente son considerados como históricos no explican por sí mismos el movimiento de las sociedades en un tiempo específico. Trascienden por sobre otros acontecimientos, a partir de que señalan un nuevo momento respecto a su pasado, y adquieren un sentido simbólico de cara al futuro. La manifestación del 30 de septiembre de 1930 reavivó la insurgencia del estudiantado contra la dictadura de Machado y es tomada, junto a la huelga de marzo de ese año, como uno de los puntos de arrancada de la revolución de los años 30.

La Universidad se había convertido en un espacio revolucionario de la mano de las luchas en favor de la reforma que encabezó Mella en 1923. Su renuncia a la dirección de la feu a fines de ese año, la dedicación a la actividad política fuera del ámbito universitario, y su expulsión del centro en octubre de 1925 debilitaron el movimiento estudiantil.

La investidura de Gerardo Machado con un Doctorado Honoris Causa en 1926 coronó su operativo para revertir los tímidos avances de la reforma universitaria y anular cualquier posibilidad de revueltas en la Colina.

La protesta del 30 de marzo de 1927 abrió un nuevo ciclo en las luchas universitarias, cuyo objetivo central no sería transformar la casa de altos estudios, sino contener los esfuerzos de Machado por mantenerse en la presidencia, a pesar de la promesa antirreeleccionista que había hecho en campaña. Esta aspiración, avalada al año siguiente mediante una reforma constitucional, generó el rechazo de distintos sectores de la sociedad, y derivó en organizaciones como el Directorio Estudiantil Universitario contra la Prórroga de Poderes (DEU). El reconocimiento a Mella, en el exilio desde inicios de 1926, como presidente de honor del (DEU), refrendaba la persistencia de su ejemplo ante nuevas hornadas de estudiantes.

El Directorio quedó desarticulado –entre diciembre de 1927 y mayo de 1928– con la expulsión de sus principales líderes de las aulas: José Chelala Aguilera, Gabriel Barceló, Aureliano Sánchez Arango, Eduardo Chibás, entre otros. En esa etapa, el Consejo de Disciplina Único juzgó a unos 113 alumnos, sancionando a 91, de los cuales 64 fueron expulsados por distintos periodos, algunos de hasta diez y 15 años. Estas medidas, sumadas a la militarización del recinto académico, aplacaron las muestras de oposición del alumnado.

A finales del año 1929 se emprendió la reorganización del Directorio. Ilegalizada la feu, mas no las agrupaciones por facultades y con fines culturales y deportivos, el proceso tuvo como centro a la Facultad de Derecho y su asociación de estudiantes que organizaron un ciclo de conferencias que sirvió como punto de encuentro para los alumnos con mayores inquietudes políticas.

La celebración, a inicios de 1930, del Congreso Internacional de Universidades, motivó la desmilitarización de la Colina y el anuncio de que los estudiantes sancionados en 1927-1928 podrían reincorporarse si lo solicitaban, lo que fue rechazado por ellos, mediante un manifiesto.

En septiembre de 1930 empezó a organizarse un homenaje nacional a Enrique José Varona, con motivo del cincuentenario de su primer curso de Filosofía. El insigne pedagogo era profundamente admirado por los estudiantes, quienes veían en él un referente de integridad y, además, un apoyo de elevado prestigio a sus movilizaciones desde los tiempos de Mella.

Pablo de la Torriente Brau, secretario de Fernando Ortiz –uno de los promotores de ese homenaje–, fue comisionado para atender los detalles de la organización, y entró en contacto con los representantes del DEU, en especial Raúl Roa, amigo como él de Martínez Villena. Ese nexo explica su presencia luego en la tángana del 30 de septiembre.

La decisión tomada por el rector, de aplazar el inicio del curso, de octubre a noviembre, catalizó el descontento estudiantil, y es en ese contexto que se produce la manifestación aludida. Aquella mañana, la Universidad amaneció rodeada de un fuerte dispositivo policial y los manifestantes partieron del Patio de los Laureles, descendieron la Escalinata para tomar San Lázaro y congregarse en el Parque Eloy Alfaro, en Infanta. La residencia de Varona, que fue inicialmente prevista como lugar donde desembocar la protesta, fue cambiada por el Palacio Presidencial. La Policía rodeó al grupo y tuvo lugar el enfrentamiento, en medio de golpes, gritos, piedras y disparos.

Rafael Trejo, vicepresidente de la asociación de Derecho, cayó herido de bala. Fue trasladado al cercano Hospital de Emergencias, y tras una delicada operación, murió al día siguiente. La cabeza de Pablo de la Torriente se convirtió en un manantial de sangre. Vendado, en una camilla del hospital fue captado en una conocida foto. Extraordinario cronista, relataría luego Pablo esos momentos en La última sonrisa de Rafael Trejo. Por otra parte, Raúl Roa compartió sus recuerdos, sobre ese día y sus antecedentes, en La jornada revolucionaria del 30 de septiembre.

La muerte de Trejo provocó una honda conmoción en la sociedad. Su sepelio fue una demostración masiva de duelo por la Calzada de Diez de Octubre. Ingresaba su nombre en la lista de mártires universitarios que se iría ensanchando durante el régimen de Machado, y después con la represión batistiana. Por entonces, los ocho estudiantes de Medicina fusilados en 1871 y Julio Antonio Mella, asesinado en 1929, eran los únicos asumidos como tales.

En pocos años, conmemoraremos el centenario de este y de otros hechos que, enlazados orgánicamente, conforman lo que –para no entrar en discusiones sobre la denominación– definiríamos como la Revolución de los años 30. Distintos autores se han dedicado al rescate de la memoria de estas luchas: Ana Cairo, Fernando Martínez Heredia, José Tabares del Real, Francisca López Civeira, entre otros. No obstante, quedan varias aristas por desentrañar, así como hombres y mujeres que honrar, con investigaciones que muestren la complejidad de su trayectoria vital. Hacerlo, con nuevas interpretaciones de este proceso, y divulgarlo de forma eficaz, será el principal desafío para quienes lo asuman.

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