Criaturas ocultas de la colonización cultural
La nacionalidad es una construcción social que, como resultado del consumo, puede colocarse en crisis
La cultura es uno de los fenómenos que más se afectan con las guerras económicas. Hay que remontarse al daño hecho por las invasiones en el medio oriente a las civilizaciones que son el rostro de la humanidad. Allí, las bombas dieron cuenta de palacios, de ruinas, de estatuas y de valores que no puede ser repuestos en dos días.
La cultura es, por demás, el arma de defensa más fuerte que poseen los pueblos y es un objetivo a abatir en todas las confrontaciones de algún peso específico. En Irak, las muestras de los antiguos sumerios pararon en colecciones particulares y en los peores casos destruidas. Y lo primero que la asimetría del poder busca es colocar al otro cultural en una postura de indefensión.
Desde las civilizaciones de antaño, las ocupaciones eran procesos de aculturización en los cuales se procede al borrado, a la eliminación de la religión y del relato ideológico del enemigo.
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Cuba, que es una pequeña nación en el concierto convulso internacional, no posee todas las posibilidades económicas para construirse una resistencia material infalible y por eso ve en la cultura a su valladar más fuerte. En un mundo en el cual priman elementos de la globalización y de la guerra más desleal, las redes sociales barrieron con la noción de la verdad y han impuesto los relatos como lo que tiene que prevalecer, como aquello desde lo cual se ejerce de manera efectiva el poder. Y es que las relaciones internacionales van de eso, de los choques culturales que expresan las contradicciones de los sistemas y sus bases económicas en constante lucha de contrarios.
Cuba no está exenta y cuando accedió a las redes sociales, ya había un ecosistema esperando por las construcciones ideológicas de la isla para enfrentar y frenar las visiones estatales y socialistas que por décadas construyeron el poder político en la mayor de las Antillas.
El choque tuvo que darse en materia de ideología y se trata de algo que se expresa en una primera instancia en la guerra por los espacios de debate. Todo, desde el deporte hasta la cocina, es reevaluado y puesto en crisis. Allí, el impacto del bloqueo a la nación caribeña es totalmente cultural, ya que atañe a los núcleos duros de la vivencia identitaria. Ya no solo hay un equipo Cuba, sino que se hacen intentos desde los relatos por replicarlo y darle otras connotaciones. Y así se puede evaluar la misma matriz desde otros puntos, desde otras variables.
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La nacionalidad es una construcción social que, como resultado del consumo, puede colocarse en crisis, ponerse en el candelero de los debates e incluso falsearse en dependencia de cuales sean los intereses que están detrás de los grupos mediáticos que empujan la batalla por el relato en las redes sociales. Así, en los últimos años hemos visto bienales de arte que replican las que se hacen en espacios oficiales o la ocupación de determinados conceptos que son patrimonio de las instituciones. Y es que internet genera la ficción de que puede determinar la realidad offline.
En ese poder que no es poco se basa el nuevo mecanismo del coloniaje cultural. Lo que antes venía con las cañoneras y los aviones, con lo misiles y los portaaviones, ahora viaja de la mano de los posts en Facebook, del uso de los macrodatos para establecer campañas de manipulación y de chantaje. En realidad, de lo que trata la posmodernidad que vivimos es de la muerte de la realidad a manos de quienes manejan el poder. Los hechos no poseen peso, sino su interpretación y de ahí a que los pueblos pierdan su identidad va un solo paso. Los que se rebelan están a expensas de ecosistemas de odio donde no habrá piedad.
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El nuevo colonialismo cultural es aquel que les permite a los imperios actuar de manera distante o sea sin bombas, ese que ejerce el control cognitivo sobre las masas y que establece marcos de percepción basados en los relatos del poder. Se trata de una vivencia de la cultura que es alienante y que no se inscribe en ninguna tradición de libertades. Al contrario, cuando vemos que el poder corporativo es el que tiene la voz cantante por ejemplo en una red social como X, la credibilidad de las cadenas de mensajes cae en picada y todo va de la mano de los altavoces. Quien tenga mayor capacidad de hacerse escuchar es quien va a ganar la batalla por el relato.
Cuba en ello lleva enorme desventaja, con una conectividad con dificultades, con servidores que a veces están desactualizados y con una potencialidad en informática que no acaba de ser explotada del todo. La isla caribeña no se pone de acuerdo con las fuerzas de que dispone en el campo comunicacional para la batalla que debe librar por su soberanía y en contra de los relatos que se le imponen. Y es que la verdad y la realidad no deben ser construidas a partir de los códigos que nos quieren imponer las grandes cadenas ni los algoritmos, sino con las armas que emanan de los procesos más transparentes. Hablamos aquí de los equipos multidisciplinarios en varios planos de trabajo que han arrojado resultados no siempre oídos y puestos en práctica.
La reciente ley de comunicación expresa de forma fehaciente los campos en los cuales debemos hacer más para una transformación de las realidades y las matrices en las redes sociales. Más allá de un intervencionismo estatal en el uso de las redes sociales, lo que se nos impone como tarea por delante es una alfabetización digital que termine con las ingenuidades, los errores y las debilidades en un campo que ha sido siempre de origen y de uso militar por parte de los grandes poderes globales.
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Pero más allá de la alarma por los icebergs que se asoman en medio de la travesía, deberíamos estar atentos a las profundidades del viaje y las criaturas que se sumergen para no mostrarnos su esencia. Allí, en lo oculto de los procesos, se esconde el germen de una colonización cultural que pareciera orgánica a los más naturales condimentos de la nacionalidad.