Ataraxia
Esta es una palabra interesante. Por un lado, posee un significado positivo porque para la filosofía tiene que ver con la serenidad; mientras que para la medicina se trata de un estado físico determinado por la falta de respuesta ante estímulos externos, es decir, síntoma de una grave enfermedad como un ictus o de un golpe muy fuerte en la cabeza. Hoy hablaremos de su primera acepción.
Para empezar, por su raíz griega este término viene de la expresión “ausencia de turbación”. Es una condición que, de acuerdo con los epicúreos, estoicos y escépticos, se alcanza cuando logramos disminuir todo aquello que nos puede alejar del equilibrio mental, y, por tanto, nos permite enfrentar la adversidad con mejores habilidades.
La ataraxia no tiene que ver con el temperamento sino con un contexto de tranquilidad sin pasiones desenfrenadas ni temores que pudieran perturbarnos. Según las corrientes filosóficas que desarrollaron este tema, solo así se podrá alcanzar la felicidad.
Ya sé, suena como vivir en una burbuja, casi imposible, una utopía. Sin embargo, podemos analizar y reconocer que de todos los asuntos que tenemos en mente y condicionan nuestro pensar y comportamiento, hay muchos que se nos escapan como lo material, o lo que concierne solo a terceros; cuando la espiritualidad, ciertamente, solo requiere de nosotros mismos.
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De tal modo, ataraxia sería controlar todo aquello y las emociones impulsivas como la ira para mantenernos serenos. A veces es confundido con un estado de ánimo laxo bajo el que no se tienen sentimientos; no obstante, para la filosofía griega no es más que una meta para vivir con plenitud: despojarse de todo lo negativo e inquietud.
No sé si alguna persona logre experimentar la ataraxia, lo que se dice ataraxia, al menos, por cortos períodos; pero sí conozco quien parece que todo “le resbala”, como si de verdad viviera en un mundo aparte y nada pudiera dañarle, como si todo le diera igual, y, además, pareciera estar más que en calma, feliz.
Dicho así, sería muy bueno, al menos a cada rato, intentar que no nos importe ni nos afecten los demás ni lo externo o la falta de algunos elementos que creemos necesarios, si en realidad no incide directamente en nuestro bienestar. Puede ser considerado con desinterés, indiferencia, desmotivación, conformismo, pasividad o apatía, pero no tiene que ser necesariamente así, y no debería banalizarse que los demás intenten encontrar esa disposición anímica para encontrar equilibrio en sus vidas.