Cuba: polo moral
En las actuales circunstancias, pensar en Fidel y en la responsabilidad histórica que le cabe a esta Isla ante la historia y el mundo, ante las miles de personas a las que ha tendido su mano amiga, a los que se inspiran en Cuba mirándose en ella como espejo de lucha y resistencia, a los que solidariamente batallan en el mundo por nuestras causas, es un imperativo.
En el distrito de Sókol, en Moscú, se inauguró el 23 de noviembre de 2022 una estatua de bronce del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, personalidad histórica universal, venerada por diferentes generaciones de rusos. Al monumento, desde entonces, no le faltan flores como muestra de respeto y admiración por él y por Cuba.
El pueblo ruso ama profundamente su historia y cultura, pilares de la sobrevivencia de su nación. La Revolución Cubana forma parte entrañable de su propia historia. Para ellos Cuba sigue siendo la Isla de la Libertad, y Fidel, un faro.
En una de las actividades académicas en el contexto de la inauguración del impactante monumento, un destacado politólogo ruso, al explicar la necesidad de la multipolaridad en el equilibrio global, expresó que en el mundo existía un solo polo moral, y ese polo moral era Cuba.
Con lujo de detalles refirió el significado de la Revolución Cubana a escala planetaria y la importancia y necesidad de su permanente desarrollo, prosperidad, fortaleza y consolidación. Agregó que en Cuba estaba en juego el futuro de un proyecto humanista, ético y solidario imprescindible, y que se debía apoyar a la Isla en esa responsabilidad.
Esa visión sobre el simbolismo de la Revolución Cubana y Fidel la reflejan diariamente los visitantes cubanos y extranjeros que recorren el Centro Fidel Castro Ruz. Los primeros, orgullosos y admirados al reconocerse en la imponente obra realizada por este pueblo, en medio de las más adversas condiciones y frente a la agresividad del imperio más poderoso que haya conocido la historia. Los segundos, admirados por el desprendimiento, solidaridad, desinterés y capacidad de resistencia de un pueblo heroico.
Los imperios son orgullosos y no toleran la insubordinación y la rebeldía, mucho menos en su entorno geográfico. Se sienten omnipotentes, responsables y dueños de los destinos del mundo. Con esa sicología se dogmatiza el pensamiento de sus ciudadanos, haciéndoles ver que han llegado a la tierra con la responsabilidad —Destino Manifiesto—, de llevar sus costumbres y cultura a toda la humanidad.
Frustrada la guerra de independencia de Cuba con la intervención militar de Estados Unidos, en 1899 se publicaba al unísono en las principales ciudades estadounidenses el libro Our New Possessions, en el que se presumía la nueva extensión territorial de ese país, al sumársele Filipinas, Puerto Rico, Hawai y Cuba.
La historia respecto a nuestra Isla es conocida. En 1902 nació una república condicionada por la Enmienda Platt y el derecho del vecino del norte de intervenir militarmente siempre que lo considerara pertinente. Eliminada la ley en 1934 como consecuencia de las luchas populares, no terminó, sin embargo, la subordinación política, económica y militar. Como dijera Earl Smith, penúltimo embajador de Estados Unidos en Cuba en su libro El cuarto piso: «…Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano».
Para la Cuba de los 50, Estados Unidos había diseñado un deslumbrante y desigual modelo de sociedad capitalista que, en un ambiente de manifiesto anticomunismo, la mafia y el Gobierno espurio de Fulgencio Batista debían promover como ideal para nuestra América. La Isla, con una industria cultural concebida y regida desde el vecino del norte, sería Las Vegas del Caribe.
El 1ro. de enero de 1959 nació, en las narices del imperio, un modelo de nación totalmente soberano y autóctono, cuyo fundamento primario era el humanismo, la justicia social y la solidaridad. La digna osadía de desafiar al imperio y materializar los más nobles sueños de generaciones de hijos de esta tierra brava, irritó e irrita aún al imperialismo estadounidense que, impotente, decidió ahogar en sufrimientos al pueblo cubano pretendiendo, inútilmente, rendirle.
En los complejos desafíos que enfrenta hoy nuestra Revolución, tiene mucho de qué sentirse orgullosa. Una sola mirada a la obra gigantesca en Educación, Cultura, Salud, Deporte, a la solidaridad al compartir lo poco que tenemos y hasta nuestras propias vidas, la coloca en un lugar muy especial en la historia de la humanidad.
Ese ejemplo inspirador de altruismo, dignidad y resistencia lo quiere desaparecer el imperialismo yanqui. Por ello recrudece el genocida bloqueo con sus consecuencias.
Llevamos 64 años de gloriosa y creativa lucha. Ninguno de ellos ha sido fácil. Fidel nos enseñó a crear, a adelantarnos en el tiempo, a ser previsores, a no rendirnos, a que no hay imposibles, a ser quijotes revolucionarios, a elevarnos con nuestra historia como pedestal, y no olvidar jamás al acaudalado Céspedes que liberó a sus esclavos, a los bayameses que incendiaron su ciudad antes de que fuera capturada por el enemigo, a quienes acompañaron a Maceo en la Protesta de Baraguá, al pueblo que movilizó Martí, cuando muchos lo creían imposible y lo lanzó a la lucha por su independencia.
Este pueblo digno y heroico representó el mayor contingente internacional, atendiendo a cantidad de habitantes por países, que combatió por la república en la Guerra Civil Española. Cubanos combatieron contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y tras el triunfo de la Revolución contribuyeron, empujando la historia, a acelerar el proceso de descolonización del continente africano. La epopeya de Angola y la victoria de Cuito Cuanavale no tienen parangón en la historia. Tampoco lo tiene la del ejército de batas blancas que Cuba ha desplegado por el mundo, llevando salud y vida.
En medio de tanta gloria, impactados por una bien diseñada estrategia enemiga de desmontaje de nuestra historia revolucionaria, impotentes ante las nuevas realidades, algunos revolucionarios, agobiados, pierden la fe. Me viene a la mente Martí y los momentos amargos que vivió con revolucionarios de la talla de Ramón Roa, Enrique Collazo, Manuel Sanguily o Enrique Trujillo, descreídos por las divisiones que minaron la confianza, cuando el Apóstol solo pensaba en el futuro. Martí convenció con su ejemplo, y todos lo secundaron en el proyecto del 95.
Vivimos momentos como aquellos. El enemigo desmoviliza y divide. La Revolución moviliza y une. Son tiempos de releer aquella fábula magistral que escribiera en mayo de 1905 el patriota mambí Esteban Borrero, titulada El ciervo encantado, basada en la historia de una ínsula ficticia, en la que sus habitantes, divididos en trazar estrategias para atrapar la divina pieza, no se percataron de que un extranjero, vecino poderoso, se la apropió y con ella a la Isla.
Aún en las complejas y difíciles condiciones económicas que vive hoy nuestro pueblo, Fidel y la Revolución continúan inspirando, en un mundo donde el capitalismo neoliberal, la impronta del mercado, el incremento de los enfoques derechistas, la banalización de la cultura, la colonización del imaginario y la intoxicación informativa de los medios de comunicación y las redes sociales insisten en despolitizar al ser humano y manejar a las multitudes como meros instrumentos de mercado.
En las actuales circunstancias, pensar en Fidel y en la responsabilidad histórica que le cabe a esta Isla ante la historia y el mundo, ante las miles de personas a las que ha tendido su mano amiga, a los que se inspiran en Cuba mirándose en ella como espejo de lucha y resistencia, a los que solidariamente batallan en el mundo por nuestras causas, es un imperativo.
En la juventud está el futuro de la consolidación de ese polo moral que hemos construido. Ayer los pinos nuevos y viejos con Martí, seguidos de la Generación del Centenario del Apóstol que, en 1953, con Fidel, asaltó el Moncada. Hoy, en los albores del centenario del natalicio del Comandante en Jefe, junto a la dirección de nuestro Partido, fortalezcamos ese faro de luz y ejemplo que es, para los pueblos del mundo, la Revolución Cubana.