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Haydée, la intrépida moncadista

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“No quiero a Yeyé muerta, quiero que viva por lo que representa como ejemplo”

A Haydée Santamaría Cuadrado, singular mujer que prestigió a la Revolución y supo aunar para la creación, como una virtud excepcional, hay que evocarla viva en su dimensión humana y revolucionaria, de profunda vocación martiana.

A 44 años de su fallecimiento el 28 de julio de 1980, Cuba la recuerda como la muchacha dulce y apacible, de mirada penetrante, nacida el 30 de diciembre de 1922 en Encrucijada, antigua provincia de Las Villas, que forjó una personalidad rebelde cuando apenas era Yeyé, savia que dio vida a la “María” de la Clandestinidad y a la Heroína del Moncada.

Melba Hernández Rodríguez del Rey, la otra cubana de la gesta del 26 de Julio, su amiga y hermana inseparable desde los tiempos fundadores en el departamento de 25 y O, en el Vedado, enalteció su ternura, inteligencia política, fibra revolucionaria y valor.

“No quiero a Yeyé muerta, quiero que viva por lo que representa como ejemplo”, dijo una vez, emocionada.

Martha Rojas, periodista que asistió al juicio por los sucesos del Moncada,  el 16 de octubre de 1953 rememoró la primera vez que la vio sonreír de nuevo, cuando Fidel le dio la misión de editar 100 mil ejemplares y distribuir La Historia me absolverá.

La calificó desde entonces como una mujer audaz, con el don de la inteligencia y la expresividad.

Vilma Espín Guillois, Heroína de la Sierra y el Llano, regaló sus más íntimos recuerdos de la Haydée combatiente clandestina, entregada con fervor a la causa , junto a Frank País,  en la organización del levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, para apoyar el desembarco del Granma.

Subrayaba su fidelidad a Fidel, la indescriptible alegría que conmovió a Yeyé cuando se encontró con el líder rebelde en la Sierra Maestra; y el cariño que despertó en su alma sensible el pueblo santiaguero, por su apoyo en los días difíciles de la lucha.

Asela de los Santos, compañera de avatares e ideales, evocó facetas poco conocidas  sobre el cumplimiento de una misión por ocho meses en Estados Unidos, para recaudar fondos y armas tras el fin de abastecer al movimiento revolucionario en la Isla.

Allí demostró su entereza y espíritu de sacrificio, al dar una alta prueba de patriotismo -recalcó-, pues decía que no podía faltar a una orden de Fidel, a pesar de su gran necesidad manifiesta  de permanecer siempre en la Patria.

Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas, quien trabajó a su lado los últimos 15 años, recordó que cuando ella asumió esa responsabilidad ya era una figura legendaria, de prestigio, autoridad y capacidad para convencer y aglutinar.

Siendo su vida tan plena y fundadora, expresó, no tuvo orgullo mayor que haber estado al lado de seres como aquellos, bajo la conducción iluminada de Fidel, la madrugada grandiosa del 26 de Julio.

A Celia Sánchez la unía una amistad conmovedora, y muy especialmente también con Ernesto Che Guevara, con el cual compartía las medicinas para combatir el asma desde los tiempos de la Sierra Maestra.

Siempre Haydée evocaba con orgullo aquella tarde en que Abel llegó a la casa con un nuevo compañero, sin ocultar su alegría por haberlo encontrado: era Fidel. En lo adelante, su vida pertenecería a la historia de Cuba.

Abel fue decisivo en su existencia. Juntos combatieron la sumisión a los designios imperiales, la división del movimiento obrero, el robo y la corrupción de la sociedad de la época, atraídos, además, por la denuncia de Eduardo Chibás con su consigna Vergüenza contra dinero, tras la profunda renovación exigida luego del golpe militar del 10 de marzo de 1952.

Con ese aval, cuando se decide asaltar el cuartel Moncada, entre los afortunados estaba ella. En los preparativos de la acción y en la Granjita Siboney resultó hermana solícita, y en la posición que le tocó defender desde  el antiguo hospital Saturnino Lora, para salvaguardar a los atacantes, curó heridos, incluso de las tropas enemigas, bajo el tiroteo.

Siempre iba y venía con Abel prendido a su corazón, nunca pudo restañar la herida ni se curó del dolor por esa pérdida tan lacerante;  ni la de Boris Luis Santa Coloma, su novio, y de tantos otros compañeros valiosos, a los cuales tenía alta estimación.

Tiempo después ella misma explicó con claridad la evolución ideológica que llevó a los moncadistas a abrazar la doctrina marxista, cuando el proceso se radicalizó: “Allí fuimos siendo martianos. Hoy somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos, porque no hay contradicción en esto, por lo menos para nosotros”.

Nunca la abandonó la fe en la victoria y en quienes se arriesgaron hasta conquistarla. Aquella ocasión en que Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro, y los otros asaltantes salieron de la cárcel de Isla de Pinos, ella evaluó el hecho escueta y elocuentemente: “Fue vivir otra vez”.

Haydée integró el primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, constituido el tres de octubre de 1965, como reconocimiento a quien fuera de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio y luego también de la del Partido Unido de la Revolución Socialista.

Tuvo el honor de ostentar  la Orden Ana Betancourt y al colocarla en su pecho Fidel hacía justicia, porque él mismo había señalado refiriéndose a ella y a Melba, en su autodefensa por los sucesos del Moncada: “Nunca fue puesto en un lugar tan alto el heroísmo y la dignidad de la mujer cubana”.

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