Cultura

Que el Calendario no se deshoje

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Calendario

A más de una semana de transmitido el último capítulo, incluso de su singular premier con un cine Yara repleto, pudiera parecer este un texto fuera de lugar, atrasado.

Pero lo escribo precisamente ahora para ser consecuente con una de las ideas que aquí expongo: la serie Calendario no debería ser de esas entregas que van desdibujándose en la memoria, como otras, a los pocos días de su final.

Es casi seguro que durante los próximos domingos, en el horario habitual en que esta era transmitida, no pocos televidentes sientan su ausencia y hasta sea tema de conversación en las familias.


Foto; @RtvcomercialC

Pero no basta con eso. Haría falta que Calendario fuese siempre recordada porque ha sido un buen espejo donde mirarnos, ponernos a pensar y a sentir.

Porque cuando pase el tiempo, y muchachos y adultos como los representados en esa serie quieran conocer cómo fuimos los cubanos de este primer cuarto de siglo XXI, tendrían que asomarse a esta entrega televisiva, cuya hondura fue creciendo con cada una de sus tres temporadas.

No, claro que no es un libro de Historia; por supuesto que, ni remotamente, recoge todas las problemáticas que hoy nos marcan como sociedad; mas las que eligió, las abordó con una seriedad, con un respeto por la realidad y sus matices, con un respeto por nosotros, sus destinatarios, que bien merece detenerse una y otra vez ante sus planteos, y hasta emplearlos como material de estudio.


Foto: tomada de medium.com

Porque Calendario —es decir, sus guionistas, su directora, su equipo todo— dijo lo que no se trata cotidianamente en nuestra prensa, lo que no se escucha en actos y discursos, lo que ni siquiera a veces se menciona, al menos como lo hicieron ellos, en la conversación cotidiana.

Por supuesto que la mayoría de los temas que abordó son conocidos por todos, desde la venta de medicamentos, la emigración, la diversidad en la orientación sexual y la homofobia, la intransigencia religiosa, el papel de las redes sociales en los intereses de la juventud, la singularidad de las familias, la marginalidad, la pobreza, el acoso, la violencia de género y un largo etc.

Sin embargo, estar en el pueblo y no ver las casas es más común de lo que se supone, y los cubanos, de tan sumergidos en nuestra complicada cotidianidad, quizás a veces no nos detengamos lo suficiente a meditar sobre los por qué, los cómo, los cuándo, los quiénes…

Justamente ese es uno de los aciertos de Calendario: hacernos reflexionar y, a la vez, enseñarnos. Porque sí, como mismo el eje principal de la serie es un grupo de estudiantes en su aula, con su maestra; igual la serie se convierte en sí misma en escuela, donde cada una de las historias es un aprendizaje.

Y lo consigue como habrían de hacerlo todas las escuelas: apelando a lo más humano de cada quien, defendiendo singularidades, sin pretender imponer moralejas y, mucho menos, poniéndole traspiés a las verdades, por feas que tengan las caras.


Foto: tomada de medium.com

Calendario nos posibilita —y en ello igual va su éxito— cuestionar algunas de las soluciones propuestas, añadir, quitar, aplaudir, llorar…, a la vez que junto a sus creadores, pero nosotros frente al televisor, seguimos construyendo y reconstruyendo subtramas, historias de vida, que podrían parecerse a las nuestras.

Además de su factura, de las actuaciones, del acertado ritmo conseguido por la edición, y de otros logros en el plano de la realización, ajena a cualquier atisbo de mal gusto —que merecerían comentario aparte—, otro tanto a favor de esta serie es no pretender la perfección ni «quedar bien con todo el mundo». Porque «soy impuro, completamente impuro», como recordaba uno de los versos que la profe Amalia recitaba al final y que parece resumir no la justificación, sino la esencia del actuar de cada personaje, entendiendo por impuro el ser imperfecto, humano, a fin de cuentas.  

Se percibe, a veces desde la sutileza, constantemente desde la autenticidad y evitando frases acuñadas, el abrazo a las raíces, a veces desde el dolor, otras, desde la dicha. Pero siempre suscribiendo, de las más diversas maneras, aquello que no por casualidad —nada es casual en esta entrega— coreaban en el capítulo final: «llevas una isla adentro».

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