Lo que nos “roban” las pantallas
La foto está en las redes sociales y casi siempre acompañada de frases similares a “si ella supiera cómo lo va a extrañar…”
Pero aunque la imagen que encabeza este texto no resulte novedad, sí lo es que niños, adolescentes y los de la primera juventud no hayan experimentado, todavía, el anunciado arrepentimiento de haber perdido la oportunidad de disfrutar más a sus abuelos o a sus padres, cambiando ese tiempo irrepetible por horas frente a las pantallas.
Como apunta el refrán, nadie escarmienta por cabeza ajena, y cuando se es nativo del mundo digital, como los llamados Centennialls o la generación Alfa, cuyas interacciones más significativas se concentran sobre todo en espacios virtuales, entonces, se hace difícil entender ciertas cosas.
Foto: tomada de elcorreo.com
Algunos llaman hiperconexión a esa conectividad permanente que se convierte casi en la principal fuente de afectos y vivencias. Pero soslayar las relaciones interpersonales sustituyéndolas por una pantalla no solo ocurre en contextos de alto desarrollo tecnológico, es una conducta que va expandiéndose por las más disímiles realidades, a pesar de la conocida brecha digital, incluyendo a Cuba, y afecta la comunicación cara a cara así como la dinámica de las familias.
El acceso a Internet y sus innumerables opciones es una opción magnífica, un avance en el desarrollo de la humanidad, pero los excesos, la casi absoluta dependencia de la comunicación digital, pueden dificultar habilidades sociales y la necesaria empatía.
Aseguran que en aquellos que pasan muchas horas en línea, sobre todo los jóvenes, pueden ser más comunes la ansiedad, la depresión y la soledad. A la vez que, al comparar su existencia cotidiana con las vidas supuestamente maravillosas que exhiben las vidas sociales, podrían ver afectadas su autoestima y sentirse aquejados de sentimientos de insuficiencia e incapacidad.
Según un estudio reciente realizado por la Universidad de Stanford, el 72% de los jóvenes entre 13 y 24 años considera que las redes sociales como Facebook, Instagram y TikTok son parte esencial de sus vidas. Tal dependencia de esas plataformas digitales les ha llevado a una disminución en la calidad de las interacciones personales, con un aumento en la ansiedad social y la dificultad para establecer relaciones profundas y significativas.
Foto: PXHERE
La sobreexposición a las pantallas también ha generado un preocupante fenómeno conocido como «phubbing», en el cual las personas ignoran a quienes tienen físicamente cerca y atienden solo a sus dispositivos móviles.
Es así que a estas alturas resultan más usuales que lo deseado escenas donde varios amigos o parientes permanecen reunidos en un mismo pero permanece cada uno absorto en su propio mundo digital.
En familia
No es casual que los grandes gurús de esta era digitalizada como Bill Gates, Steve Jobs y otros, prohíban o limiten a sus hijos el uso de dispositivos móviles.
El más conocido biógrafo de Steve Jobs, Walter Isaacson, contaba que durante sus visitas a la casa del creador del iPod, el iPhone y otros aportes, constató que la relación de este con sus hijos no se centraba nunca en alternativas que implicaran un uso directo de tecnología.
Steve Jobs y sus hijos. Foto: tomada de successstory.com
La razón esgrimida por el inventor: no matar la creatividad y evitar un uso abusivo de tales implementos.
La comunicación verbal y la no verbal se resienten de un modo significativo cuando uno o varios miembros de la familia permanecen juntos en casa con la atención solo fija en el celular, el tablet o el ordenador. La comprensión mutua se debilita, a la vez que momentos importantes pueden pasar inadvertidos perdiéndose así lo que podrían ser vivencias compartidas o recuerdos irrepetibles.
Esa dependencia tecnológica puede también generar en casa discusiones y conflictos, porque la desatención, el no implicarse en las necesidades de los familiares o en la dinámica hogareña se podría identificar como desconsideración, egoísmo, irrespeto, o peor, desamor.
Foto: Shutterstock
Hoy, situaciones similares a la de la foto que encabeza estas líneas se repiten también puertas adentro de muchos hogares y lo mismo a la hora del almuerzo que durante una conversación entre parientes.
Es una presencia-ausencia que no solo lastima a quienes se sienten no tenidos en cuenta, sino que daña también a su protagonista que, sin saberlo, anda perdiéndose todo lo que implica la comunicación afectiva.
Cuántos de esos muchachos que hoy permanecen horas y horas frente a sus dispositivos quizás se lamenten después cuando los abuelos y los padres ya no estén: ¿por qué no le pregunté?, ¿por qué no escuché lo que me contaba?, ¿por qué no la abracé entonces?