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Histórica cena de Nochebuena en la Ciénaga de Zapata

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Fidel junto a Nuñez Jiménez, escuchan a los carboneros repentistas que animan la cena de Nochebuena en la Ciénaga de Zapata.

Al atardecer del 24 de diciembre de 1959, cuando los vecinos del caserío de Soplillar, en la Ciénaga de Zapata se encontraban organizando la tradicional y típica cena cubana de Nochebuena, se les aparecieron de improviso el Comandante en Jefe Fidel Castro, Celia Sánchez y otros compañeros.

Soplillar es un pequeño y perdido caserío de carboneros cenagueros situado a unos 3 kilómetros de la costa este de Bahía de Cochinos y a 5 kilómetros de Playa Larga. Lo rodean bosques, abundante vegetación y pequeñas y profundas lagunas.

Allí residía Nemesia Rodríguez Montano, la niña campesina que fue ametrallada por aviones mercenarios cuando la invasión por Playa Girón en abril de 1961, y que inmortalizara el poeta cubano Jesús Orta Ruíz (El Indio Naborí) en elegía Los Zapaticos Blancos.

El carbonero Rogelio García quien trabajaba en la Cooperativa de Soplillar, desconocía que él sería el anfitrión esa noche de la cena donde participaría, nada menos que el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, y que sus familiares y vecinos acogerían en su   modesto bohío a tan ilustres visitantes.

Ya Rogelio y su vecino Carlos tenían todo lo necesario para la cena. El arroz, los frijoles, las viandas, la lechuga, el vinoy por supuesto, el lechón adobado listo para asarlo en púas, encima de brasas del carbón vegetal que ellos mismos producían.

Mientras tanto, cerca de allí, Fidel acompañado por Celia Sánchez, el Comandante Pedro Miret, ministro de Agricultura, el Capitán Antonio Nuñez Jiménez, director del Instituto Nacional de Reforma Agraria, y otros dirigentes y técnicos, realizaban un recorrido por el sur de la provincia de Matanzas.

Al paso de la caravana por los poblados el pueblo saluda cariñosamente a Fidel. En el central Australia toman por la carretera que cruza la Ciénaga de Zapata hasta el entronque con el canal que va a la Laguna del Tesoro, donde abordan un aerobote que los conduce a ese hermoso lugar.

Se despliegan mapas sobre la mesa, se revisan decenas de documentos sobre los proyectos de inversiones que se realizarán en la zona. Se discuten y se analizan minuciosamente durante varias horas, hasta el atardecer. Es 24 de diciembre, Nochebuena.

Alguien pregunta entonces ¿Dónde ir? Y la respuesta de Fidel no se hace esperar: con los carboneros, a cenar con ellos.

Parten en helicóptero rumbo a Soplillar. Se encienden los reflectores de la nave cuando comienza a descender. De los bohíos salen personas adultas y numerosos niños. Eran las familias de Carlos y de Rogelio que contemplan extasiados junto con la algarabía de los niños, la maniobra de aterrizaje de la nave.

Luego de las sorpresa recibida y de los saludos de los recién llegados, Fidel se sentó en un taburete debajo de un árbol de soplillo y comenzó a conversar con los recios carboneros que todavía no salían de su asombro por verlo allí, hablando de tú a tú con ellos.

Al patio del humilde bohío llegan más vecinos para participar en la cena carbonera entre ellos Felipe Socorro con su guitarra, personaje muy popular en la Ciénaga, al que se le une el viejo Pablo Bonachea, quien es poeta y uno de los que mejor improvisa en la zona.

Con una botella y una cuchara improvisa instrumentos musicales y su voz se escucha en estas hermosas décimas revolucionarias:

«Ya tenemos carretera

Gracias a Dios y a Fidel»

«Ya no muere la mujer

De parto por donde quiera»

«Con tu valor sin igual

Gracias, Fidel Comandante,

Tú fuiste quién nos libraste

De aquel látigo infernal»

Fidel se pasea por el patio y conversa con los carboneros allí reunidos, pregunta, escucha. Le cuentan cómo eran las difíciles condiciones en que vivíanantes de la Revolución. Ahora en Soplillar hay ciento cuarenta y ocho cooperativas, en Buenaventura ciento noventa y en Pálpite más de ochenta. Hay carreteras y playas. La ciénaga se transforma.

El olor del lechón que se asaba a la criolla, cubierto con hojas de plátano, inunda el patio. Ya casi está y se invita a Fidel a que lo pruebe, lo cual hace sonriente.

Antes de las doce de la noche todos se sentaron a la mesa. Colocaron el lechón asado, las fuentes con yuca, con arroz blanco. La ensalada de lechuga y rábanos y el vino de frutas cubanas. La alegría era inmensurable. Jamás había ocurrido algo así. Pero era real allí estaba sentado Fidel cenando con los carboneros, con sus familiares y sus hijos.

Sin dudas fue una cena de Nochebuena inolvidable en aquel remoto lugar de la Ciénaga de Zapata que la Revolución logró transformar con numerosas obras sociales y turísticas.

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