Cultura

Los carteles, el país y el arte de comunicar

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La comunicación pública posee un compromiso más fuerte cuanto mayor es su vínculo con la cuestión de la construcción colectiva de sentido

Los carteles requieren de estudios de academia, de aplicaciones honestas de la teoría y de una recepción y una retroalimentación responsables. (Tomada de Cubarte)

La cartelística en Cuba posee toda una historia, momentos en los cuales se ha narrado la nación. Uno de los instantes más interesantes de la carrera de periodismo fue cuando nos dieron este asunto y vimos cómo había piezas que explicaban los tiempos de la invasión por Playa Girón y la Crisis de Octubre. La sencillez, el movimiento de las figuras en planos con colores bien logrados, el mensaje potente; eran detalles que hacían de la cuestión un tema de relevancia. Nadie puede decir que el diseño cubano ha sido mediocre, ni que sus cultores se han alejado de la historia que le da entidad a dicho oficio en este país. Desde la República, revistas como Carteles se caracterizaron por el cultivo de una forma de la comunicación desde el buen gusto. Solo que después hubo una consagración, una sistematicidad que dieron paso a entendimientos más profesionales. En todo esto, hay especialidades que aún hoy resuenan, como las piezas creadas para el cine y que adornan la entrada de la Cinemateca de Cuba. Allí, hay que detenerse en un arte en sí mismo.
 

Todo en el país tiene su metafísica, su encuentro con el sentido. Los carteles están en las orillas de las carreteras, en las tribunas, en los vestidos. Nada hay más universal que ese lenguaje gráfico que nos dice de la historicidad, de los dolores de una nación, de la necesidad de que la gente se movilice y esté en torno a un suceso. Porque los carteles luego de 1959 superaron su fase comercial y de publicidad para entrar en el mundo de la propaganda de orden público. En tal sentido, muchas de las prácticas de antaño fueron dejadas en desuso y ello impactó en una estética apologética de la realidad que a los efectos actuales es ineficaz. No se trata de que vayamos otra vez a la frivolidad de los anuncios más banales, sino de saber comunicar en el mundo de las redes sociales y de ser competitivos sin renunciar a una esencia social. La comunicación pública posee un compromiso más fuerte cuanto mayor es su vínculo con la cuestión de la construcción colectiva de sentido. Si se pierde esa conexión, no se va a ninguna parte. En esa línea hay un trabajo que debe realizarse desde los estudios de audiencia de las instituciones en cuanto a las campañas comunicacionales. Nuestro país requiere de mensajes efectivos, fuertes, que construyan una lógica fluida. Ahora mismo existe un trazado de dicha política, pero hay pocos resultados a nuestro juicio de lo que pudiera llamarse un producto a la altura de la competencia.
 

Recuerdo que hace unos años se hizo una campaña llamada La cultura en buenas manos, que poseía importantes aciertos como por ejemplo los testimonios de artistas en torno las leyes que rigen la jerarquía de las instituciones. Sin embargo, la cartelística era contraproducente al usar elementos del diseño que se prestaban para generar ruido en torno al mensaje central. Y no es que fuese una campaña del todo fallida, sino que los puntos a favor quedaban en entredicho cuando se consumía la visualidad de la propuesta. Hay que tener cuidado con la tipografía que se usa, con la gama de colores, con los fondos neutros que nada dicen, con la pose intelectual que queda en un limbo. En todo ello la gente ve sentidos y puede simplemente perderse o tomar el mensaje que no es. En Cuba hay maestros de la visualidad, que tienen un gran sentido de la estética, pero a la vez deben estar imbuidos de un aparato categorial que les permita desentrañar los fenómenos sociales y conducir las líneas lo más coherentes posibles. Un producto de bien público puede salvar una vida, posee el núcleo necesario para que las personas no se detengan y participen en la cuestión social e incluso para que hallen soluciones.
 

De manera que el diseño de carteles es una forma de hacer el espacio donde todos convivimos. La estética es un humanismo que posee una hondura filosófica, un encuentro con el sentido y una encrucijada con las maneras en las cuales nos construimos. Hay una ontología complicada, pero honesta en lo que deseamos como país y que posee un correlato en las cuestiones del diseño. En tal sentido, dejar este ámbito a la improvisación es peligroso. ¿Cómo se está comunicando hoy en los negocios privados, qué imagen se trasmite acerca del ser cubano en los espacios en los cuales pulula el turismo, qué procesos cognitivos concomitan en lo que se conoce como el interaccionismo simbólico de la nación? El cambio actual en torno a las formas de apropiación de la riqueza derivada de la productividad trae consigo un universo diferente. La estética no desaparece, sino que se recicla y nos dota de herramientas para identificar los rezagos de un proceso. Lo profesional es que se analice cada caso y se lleve una datación exacta de cómo van los carteles y su impacto en la gente.
 

Pareciera baladí hallar en esto una cuestión para el debate. Pero lo visual es en parte un reflejo de lo que somos metafísicamente y un país bello es también uno que se conoce y que sabe hallar los resortes de su libertad y desarrollo. Si se va a comunicar en el campo de la cultura y se habla de políticas públicas, lo honesto es no detenerse en lo nimio e ir a lo que nos compete a todos. A saber, el arreglo de asuntos a nivel macro que conspiran en la realización o no de la esencia del proceso social. La comunicación no hace magia, no construye por sí misma una realidad, pero sin comunicación no es posible realidad alguna. Hay una confluencia y una dialéctica entre lo que somos y lo que soñamos, como mismo la superestructura se relaciona con la base a través de contaminaciones de sentido. Por ello los carteles son un tema serio, uno que requiere de estudios de academia, de aplicaciones honestas de la teoría y de una recepción y una retroalimentación responsables.

Hace unos años, conversaba con un amigo comunicador que estaba haciendo una campaña para tornar visibles los valores de mi ciudad de origen. Según su visión muy profesional, no puede mentirse en los mensajes, porque eso va en contra del hallazgo de soluciones. Todo lo que se haga en el plano de la propaganda debe ir acompañado de una dosis de auto crítica y de sentido de pertenencia que traen lo más preciado del ser humano: sus ansias de transformación. La ciudad en cuestión es bella, pero posee daños en su patrimonio que, de no ser abordados, quedan como manchas en las piezas comunicacionales. Lo que pudiera ayudar es pues contraproducente, lo que genera prestigio y fuerza termina en la debilidad y el silencio.

Los carteles hablan sobre estas cuestiones serias y no deben quedar a la vera de un sentido del país que nos toca tener bien claro y compartido como parte del patrimonio de una colectividad.

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