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Del reparto y la vulgaridad  (por un debate sobre el Lucasnómetro)  I

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Se  trata de un fenómeno complejo que ha provocado más pavor y repulsa que la atención necesaria

Una  “verdadera desgracia” para la música del país, reflejo de “la ignorancia y la degeneración” que ha contaminado la música cubana. Pues, no, que no se habla del reggaetón, sino del Son. Así opinaba del género que hoy nos identifica el compositor Luis Casas Romero; diez años después que un grupo de soldados que lo  bailaban en Guanabacoa había sido  arrestado  y acusado por inmoralidad. El ahora patrimonio inmaterial de la nación fue  rechazado en sus orígenes por oriental, que “era una forma amable de decir que era africano” y porque carecía de sofisticación que “era la manera de plantear que era para la clase baja”, cual  lo señala Louis A. Pérez en su libreo Ser Cubano.

“Lascivo y licencioso, notablemente lujurioso”, calificó el crítico musical Earl Leaf a cierto “baile de contorsiones de la jungla africana” según lo vio y  valoró otro estadounidense, Sydey Clark, en  “oscuros lupanares de la ciudad”. Se trataba de la rumba, “música sincopada” objetada por el  ministro de Estados Unidos Bouz Long en carta al Departamento de Estado; porque sus danzas sensuales –advertía-“con frecuencia se tornan indecentes” y “tienen el efecto de crear  un espíritu de chusma”.

Para la burguesía de entonces, “la noción de que el son o la rumba simbolizaban a Cuba, era tan inconcebible como  inadmisible. En 1940, el secretario o de Educación Juan J. Remos denunció a los clubes que tenían a la rumba como atracción, porque los  turistas  no podían entender al país  visitando esos lugares, “porque  ninguno de ellos, ni el baile ni la música de la rumba, son típicos de Cuba”.

Recordé tales  lecturas frente alguno comentarios que circularon por nuestro ciberespacio a raíz de la trasmisión el pasado domingo, por el canal   Cubavisión,  de un resumen de las ya tradicionales galas del Lucasnómetro de Verano, preámbulo de los Premios Lucas.

https://www.cubahora.cu/blogs/candil-del-clip/del-lucasnometro-algunas-notas

Aunque en este caso no se  manifiesta solo la resistencia al cambio, ni en todos los casos es la histórica  reacción conservadora ante lo nuevo que viene de abajo o choca por  distinto  a lo que se considera culto.  Sí, en algunos comentarios hay algo de aquello tantas veces visto,  en nuestro país como en todo  el mundo. Como pasó más al Norte con el jazz, considerado  “la música del diablo”, y  como años después con el rock & roll;  por ser cosas de negros, por no entenderlos o  por no ser de su gusto, porque no querían ver alterado su status. Hay  estallidos de pánico moral  y  de cruzadas contra un género que se estigmatiza, pero también hay razones para la alarma y la acción consecuente,  en una sociedad  socialista, cuya constitución  está  presidida por el anhelo martiano de que “ley primera sea el culto de los cubanos  a la dignidad plena del hombre”. 

Se  trata de un fenómeno complejo que ha provocado más pavor y repulsa que la atención necesaria, desde diversas instituciones y con la participación mancomunada de muchos actores. No ha estado bien desconocer al género como un  fenómeno  cultural de la Cuba  de hoy, o culpar al proyecto televisivo LUCAS de su existencia y preponderancia en el gusto de nuestros jóvenes.

https://cubahora.cu/blogs/candil-del-clip/los-premios-lucas-2022-comenzo-la-actividad-i

“Está bien que se disparen las alarmas ante la vulgaridad reiterada y extrema, y a menudo vendida y comprada como si fuera arte” -apuntó el incandescente Luis Toledo Sande. Pero este mal no se concentra en un género,  ni en un determinado concierto,  “pulula en las calles, en los medios de transporte, en los mercados, en los espacios públicos en general, y hay indicios de que se manifiesta incluso en escuelas, y quién sabe en cuántas familias. Es algo que se debe enfrentar, combatir, erradicar”.

Resulta innegable la vulgaridad, la  cosificación y la violencia simbólica contra las mujeres en muchas, demasiadas,  propuestas del género urbano y urge criticar la proyección misógina y patriarcal de muchas de las letras  del llamado “reparto”. Mas, no considero pertinente meterlo a todos  en el mismo saco, no es lo mismo Bebeshito que Charly y Johairon o Alex Duval, por poner  ejemplos entre los que participaron las tres galas en el  Yara, junto a exponentes de otros géneros.

Lo reconoce el propio Cruzata quien  valora como un error y una vergüenza de los organizadores  “incluir el tema Hacha de Bebeshito, a pesar de todo el nivel de popularidad entre los jóvenes, es un juego evidente con el doble sentido sexual, y tiene momentos cutre, de mal gusto, además”.  “Y lo asumimos con vergüenza  como siempre, es un error doble pues tenemos una sección de crítica dónde se han  criticado fuertemente manifestaciones éticas como las señaladas a este tema”.

Sobre el reparto se podrían postear muchos comentarios, como  variopintas  investigaciones  y análisis acometer. Desde diversos campos, estéticos, sociológicos, políticos y hasta económicos, con salidas distintas  según los estratos  teóricos  o filosóficos y según la empatía, más elitistas o más  fraternales. Todas aportarían miradas y resultados valiosos, como acercamientos en la búsqueda de ciertas verdades y  de diagnósticos, para las tomas de decisiones.

En ese camino, urge respondernos, con rigor y sin prejuicios,  si puede hablarse de un “reggaetón  cubano”, si es el llamado “reparto”, y si pesa más en sus distingos lo musical o lo discursivo. Si  más que una expresión de nuestra “cultura popular”, la proyección en nuestro patio de la trasnacional “cultura de masas”, si responde más a motivaciones identitarias que a las snobistas. Si resultó el “campeón” entre otras representaciones, ya por el impulso de un acumulado cultural hambriento de  novedad, del “escape” de “luchadores” frente a la precariedad  que se vive en algunos de nuestros barrios,  o del cálculo de emprendedores  con una brújula miamera. Si, en definitiva, es  asumido por sus exponentes como arte o como un negocio, como búsqueda creativa  o facilismo rentable.

Para el  Barón de Montesquieu, “la perfección de las artes consiste en presentarnos las cosas de modo que nos produzca el mayor placer posible”. Entonces,  habría que analizar cuánto y por qué  ha cambiado el arte musical contemporáneo, con sus nuevos modos de producir placer. Y  en qué medida ha cambiado su  foco.  Si no es tan válido como complacer el alma, satisfacer al cuerpo, tanto los “placeres naturales” como los que el propio maestro y académico   califica como “placeres adquiridos”.   

Sin obviar que desde ese marco “moderno”, eurocentrista y  elitista  se ha equiparado  la estructura (y el orden)  de la sociedad con  la del cuerpo humano. En tal framing,  se significa como valioso lo de arriba y como “bajo” lo de abajo. Desde este surgen frases como las del barón francés: “Lo bajo es lo sublime del pueblo, quien goza en ver una cosa hecha para él y a su alcance. Las ideas que se le ocurren a las gentes cultas y de amplio espíritu son naturales, nobles o sublimes”. 

Un marco de significación que prevalece hasta el presente, desde el que se despreció el son o la rumba, y ahora en el presente al reggaetón o al reparto.  Aunque ya no se tientan a separar del cuerpo el  alma y el espíritu,  se colocan  éstas en la cabeza y  en el corazón. De modo que el buen arte, el sublime,  es aquel que se enfoca en tales partes. Del pecho o de  la cintura para arriba. Donde  no por gusto – se aboga desde la superioridad intelectual-, funcionan los órganos de los sentidos.  Bien cerquita de la razón cerebral  y de la corona.

En el extremo de esta lógica, el arte “civilizado” es el creado para pensar y el “bárbaro” o “trival”, para mover el cuerpo. El sublime es el “clásico”, de raíz europea, rico en acordes  y con más complejas  armonías. El “otro”, el africano, más rítmico y  percutivo, convoca a  la indecencia y empobrece el espíritu.

Más pernicioso resultaría  confundir lo histórico con lo interesadamente normalizado. O como diría nuestro Martí, lo natural  con lo artificioso. Sería  ingenuo, a lo menos,   no profundizar si los  contemporáneos cambios en el arte/negocio musical  redundan en una evolución o en una  involución  del homo sapiens. Si el corrimiento de los focos, como de los criterios de significación que  valorizan o cotizan la música, informan de  un “progreso” (“inevitable” y “normal”) o son la proyección en las prácticas músico-danzarías de una hegemónica  racionalidad capitalista, de los cálculos e inversiones de unas élites  insaciables, interesadas y excluyentes.

Como descartar de tajo, desde nuestros imperativos y contextos, su imbricación con otras estrategias de colonización cultural y subversión ideológica  del socialismo cubano.

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