La calidad del proceso educativo
El curso escolar 2023-2024, que comienza este lunes, plantea inmensos desafíos al sistema educacional y a todo el entramado social cubano. Asumamos que la educación es la base de todo el desarrollo del país, la garantía de un proyecto de nación. Y el momento es particularmente complejo.
Para garantizar que todos los estudiantes del país reciban sus clases se ha debido explorar alternativas, pues no está cubierta toda la plantilla de maestros. La crisis económica ha impactado en un sector que recibe, en comparación con no pocos actores económicos, bajos salarios. Es comprensible el éxodo hacia otras áreas, motivado por necesidades puntuales o por legítimas aspiraciones.
Es una de las inequidades más dolorosas. A diferencia de otros profesionales, los maestros tienen pocas posibilidades de acceder al pluriempleo, pues se exige su presencia en las aulas durante toda la jornada laboral. Y, por supuesto, están fuera de los esquemas empresariales.
El reconocimiento público no paga las cuentas en tiempos de galopante inflación.
Estamos hablando de una labor que exige altas cuotas de vocación y sacrificio cotidiano. Y no todos los que la asumen, lamentablemente, están a la altura de las demandas del alumnado.
La ecuación es difícil, pues de la calidad del proceso educativo en el primer nivel de enseñanza dependen en buena medida los niveles medio y superior. Por eso se precisa de un enfoque integrador en los actuales planes de estudio. Los maestros no pueden asumir toda la responsabilidad en la formación académica de los estudiantes… aunque mantengan la responsabilidad mayor.
El esfuerzo que implica garantizar que todos los estudiantes del país tengan en sus aulas un docente, aunque no siempre sea el docente ideal, debe encontrar articulaciones efectivas en la base.
Urge consolidar intercambios eficaces entre los maestros con más experiencia y los que recién se incorporan a las aulas. La asesoría, el seguimiento y las oportunidades de superación son esenciales. La aspiración debe ser honrar los planes de estudio, desde el rigor, la ética y el compromiso.
El país estará siempre en deuda con sus docentes. Todos lo estamos. La instrucción y la educación son derechos inalienables. No podemos darnos el lujo de cruzarnos de brazos ante la crisis de ciertos procesos.