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Manuel Corona: Laberintos de una vida

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Lo encontraron muerto una mañana invernal en un camastro con las ropas raídas, envuelto en viejos periódicos tratando de cubrirse del frío. Pobre sombra lastimada por el dolor, los muchos sufrimientos.

Un grupo de vecinos se había detenido en la puerta entreabierta y daban su criterio: “Es un indigente. Un indigente. Otro. Yo lo he visto varias noches llegar hasta aquí, caminaba con dificultad; parecía muy enfermo”. Una mujer con cara de susto, comentó: “A lo mejor es alguien que está escapando de la justicia”.

Muy apenado llegó al lugar el dueño del Jaruquito, un bar en Marianao, quien le había dado cobijo al ahora difunto: “No saben lo que están diciendo. Este hombre es Corona, Manuel Corona, uno de los más grandes compositores de Cuba. Vivía en la mayor miseria; por eso, le permití dormir aquí. Qué otra cosa podía hacer», dijo a modo de excusa.

El deceso de Corona aquel 9 de enero de 1950 no tuvo repercusión en la prensa. Solo Bohemia con la firma del periodista Ángel Quintero, quien fue su amigo, publicó una breve nota necrológica. Se cuenta que en la despedida de duelo, en el cementerio de La Lisa, el director de orquesta y compositor Gonzalo Roig, exclamó emocionado: “Desenfunden sus guitarras trovadores que ha muerto el mejor de todos”.

Una vida

Nacido el l7 de junio de 1880 en Caibarién, Las Villas, su familia se trasladó a La Habana cuando el padre se incorporó a las tropas mambisas. El primer trabajo que tuvo Corona  fue de limpiabotas. Más tarde, fue eficaz operario en el arte de torcer tabacos, oficio que había aprendido en la fábrica La Eminencia.

Su natural inclinación por la música y su práctica de la guitarra lo llevó a componer. A los quince, viajó a Santiago de Cuba y allí conoció al maestro Pepe Sánchez. Todo sucedió en el Café Colón, donde además estaban Manuelico Delgado y Pepe Banderas. Al escuchar las interpretaciones del joven visitante, el autor de Tristezas, le vaticinó: “Tú serás algo notable, Corona”.

Y claro que el tiempo le dio la razón, pues el creador de piezas como Longina y Santa Cecilia ,dejó números antológicos en el cancionero cubano.

En reuniones familiares o teatros, la guitarra de Corona tejía prodigiosas melodías. De aquellos primeros escenarios pasó luego a la peña de Egido y Merced y al café Vista Alegre de Belascoaín, entre San Lázaro y Malecón, sitios donde se desarrolló parte de su vida. Allí, también era visita frecuente Sindo Garay.

Precisamente, Corona, conocido por sus ingeniosas réplicas, fue el que más contestaciones hizo a otros músicos como el mismo Sindo, Rosendo Ruiz, Patricio Ballagas y Jaime Prats, entre otros.

La expansión del disco fonográfico posibilitó que la obra del inmortal trovador se difundiera y, en especial, su bolero Doble inconciencia.

En 1948, el compositor cubano, denunciaba la apropiación de su obra:

“En una película que están exhibiendo en casi todos los cines de La Habana, utilizan música mía sin mencionar mi nombre para nada… Se trata de una película: La bien pagada, realizada en México. Ahí cantan un bolero que hice en al año 1900 dedicado a Leovigilda Ramírez, una obrera despalilladora y que denominé Doble inconciencia. En la película, se le ha cambiado el título por el de Falsaria, aunque se utilizó la letra y la música originales. ¡Ese bolero es mío! ¿Por qué han de robármelo, si lo único que tengo en la vida son mis canciones?”

La pieza fue grabada por María Teresa Vera y Floro Zorrilla para el sello Víctor entre 1918 y 1920.
 
En 1946, María Teresa en dúo con Lorenzo Hierrezuelo, viajó a Mérida, Yucatán. Durante ese viaje por tierra azteca, actuaron en los cabarets Los Tulipanes y Motembo y tuvieron una acogida sensacional, sobre todo, por el bolero Doble inconciencia… Ocurrió que el famoso diestro español Manuel Rodríguez, Manolete, se apasionó con esa pieza de tal manera que los seguía donde quiera que se presentaban y hasta expresó su deseo de conocer personalmente a Corona, a quien ya mucho admiraba:

Cuán falso fue tu amor
me has engañado
el sentimiento aquel era fingido
y solo siento, mujer,
que  eras tú el ángel
que yo había soñado
solo siento el haberte prodigado
mi amante corazón, triste y herido
y  lo has herido tú y hasta has vendido
por vil metal tu corazón ajado.
Conque te vendes es noticia grata;
no creas que te odio y te desprecio
y aunque tengo poco oro y poca plata
y en materias de compras soy un necio,
espero que te pongas más barata;
sé que algún día bajarás de precio.

Acerca de esta obra, la conocida ensayista Margarita Mateo, me explicó:

“Veo en esta canción de Corona un sedimento de despecho, de amor herido que se traduce en esa forma agresiva e irónica de acercarse a la mujer, que contrasta con otras piezas de su cancionero como Longina o Santa Cecilia, donde, por el contrario, hay una idealización de lo femenino. Pero creo que eso no es más que parte de la diversidad de sentimientos que despierta el amor, en sus muchísimas manifestaciones, y no creo que sea contradictorio con otra visión de la mujer que hay en sus textos”.

En visita a México, en 1978, los músicos Carlos Puebla y Rafael Lay lograron hacer justicia al restituírsele a Corona la autoría de esa notoria canción.

El creador de hermosos boleros fue, también, un innovador de otros géneros. El musicólogo Odilio Urfé consideró que “Corona reafirmó los perfiles modernos de la guaracha cuando entre 1915−20 escribió, editó y grabó para el fonógrafo sus antológicas El servicio militar obligatorio, La choricera y Acelera, Ñico, acelera, Las tres guarachas, escritas en compás de 2/4 (todavía en ese momento se escribían mayoritariamente en 6/8) inspiraron sus correspondientes danzones”.

Y, aclara Urfé:

“Corona fue el primer trovador de la canción que asimiló el son oriental una vez que el danzón El bombín de Barreto, de José Urfé, lo integró a ese género (como parte final). El hecho mismo de que él conoció el cadencioso estilo músico danzario durante su visita a Santiago de Cuba pudo influir mucho en la enriquecedora asunción e hizo de tan novedoso (…) género.

Consigna también que Corona perteneció a varias agrupaciones soneras en La Habana. Además, para la actriz y cantante del vernáculo Hortensia Valerón, hizo registros fonográficos con un sexteto de son.

Tuvo Corona una existencia llena de pobreza, incluso vivía en el barrio de San Isidro, conocido en su época por ser una zona de tolerancia, donde chulos cubanos y franceses luchaban por la supremacía del negocio de la prostitución. Allí se relacionó con Alberto Yarini, para quien en numerosas ocasiones cantó complaciendo sus peticiones.

A pesar de que su fama crecía, Corona ganaba unos pocos pesos por sus canciones y debía ayudar a su mamá ya viejita. La bohemia, la vida desordenada y el alcohol fueron minando su débil salud.

Era considerado un gran guitarrista, quien incluso acompañó a María Teresa Vera en sus viajes para grabar en Estados Unidos, pero un mal amor impidió que siguiera tocando con el virtuosismo de antes. Se enamoró de una mujer que vivía por Peñalver y Antón Recio llamada Juliana González y sorpresivamente en una riña, el rival lo atacó con un cuchillo; pudo salvar la vida, pero le quedó inutilizada la mano izquierda, y ya no fue igual la manera en que tocaba la guitarra. Esto fue arruinando su trayectoria artística y su economía.

Su itinerario personal también estuvo marcado por otros sucesos dolorosos y, entre ellos, la muerte de sus dos únicas hijas nacidas de su relación con Eulogia Real, Yoya. De esas descendientes, la mayor se suicidó a los 17 años y la otra falleció a los 5 años de edad, víctima de acidosis, enfermedad que hizo estragos en aquella etapa.

Después de la “guerra de las portañuelas”, entre cubanos y franceses por el control de la prostitución, donde perdió la vida Yarini, San Isidro fue decayendo, pero el trovador se mantuvo en ese barrio. Pernoctaba en un cuartucho, donde pagaba 40 centavos por la cama donde dormía.
 
Muy enfermo de tuberculosis y solo, muy pocos amigos sinceros acudían en su ayuda. Entre ellos se encontraba Félix Cobo, quien organizó un cancionero con la obra de Corona. Otros como el periodista Ángel Quintero pagaban algunas de sus medicinas.

En 1941 ingresó en el hospital La Esperanza, donde llevó un diario hecho en una simple libreta, en la que anotaba todo lo que le iba aconteciendo como su estado de salud, las visitas y los regalos, incluso los pocos centavos recibidos.

Muy triste fue el final del autor, cuyos restos descansan hoy en Caibarién, su terruño amado…
 
El compositor que tanto se lució con su guitarra acompañando a María Teresa Vera en teatros y grabaciones en Estados Unidos, el que más canciones dedicó a la mujer, 80 en total, uno de los cuatro grandes de la trova, vive en el alma cubana.

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