En el ardor de esta Isla, Gómez
Con sus hechos y dichos, machete en mano en la manigua, enfrentando a la muerte, Gómez dejó constancia de lo que Martí definiera como: «Dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio»
«¡Si estoy muerto, enterradme, caballeros!», exigió el guerrero. Dirán que, por el tono sereno y activo, la expresión no parecía dicha por un moribundo, aunque, minutos después, a las seis de la tarde del 17 de junio de 1905, su médico de cabecera anunciaba el desenlace fatídico: «Señores, el general ha muerto».
Una vez esparcida la noticia, «las calles llenas de colgaduras negras y banderas enlutadas, un aspecto extraño de multitudes que discurrían… la isla quedó paralizada». Así describió el intelectual Pedro Henríquez Ureña las horas y jornadas subsiguientes al deceso.
La emboscada mortal de una enfermedad arribista le puso fin a la existencia del quijote dominicano, protagonista de 235 combates –casi todos en los campos de Cuba–, en los que, pese a lo temerario que era y gracias a su astucia como guerrillero, sufrió apenas un par de heridas.
Más que en sus dotes como estratega militar, cuyas tácticas se estudian casi un siglo y medio después en academias, en el ardor con que defendió esta Isla, y en sus virtudes humanas, está lo real imperecedero de aquel a quien entendidos ingleses apodaron El Napoleón de las Guerrillas Cubanas.
Con sus hechos y dichos, machete en mano en la manigua, enfrentando a la muerte, Gómez dejó constancia de lo que Martí definiera como: «Dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio».
Ciento dieciocho años después, sigue el Generalísimo en Cuba pendiente arriba, derribando obstáculos, cuando se plantea la Isla, con idéntico afecto y acento martiano, la misma interrogante: «¿Cuándo olvidaré el rostro de Gómez sudoroso y valiente y enternecido, cuando subía las lomas resbaladizas, las pendientes de breñas, los ríos a la cintura, con un rifle, un revolver y un machete? (…) como compañeros nos vamos halando hasta el alto».
En su épica resistencia, acaso el compromiso de este pueblo es el mismo que, en días de amargura y adversidad, escribiera paternalmente el jefe mambí: «Cuba, cuenta siempre conmigo, mientras respire te amaré siempre y te serviré».