Género e inclusión

¿Manejas tu estrés o te maneja a ti? (I)

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El consenso actual en sicología habla de varios estilos de afrontamiento al estrés

Las personas cambian cuando se dan cuenta del poder que tienen para cambiar las cosas.

 Paulo Coelho

Todos tenemos días tensos e intensos, y cuando la mente anda a mil podemos ser muy estresantes también para los demás, en especial para la pareja, los padres y los hijos, porque en el fondo confiamos en que su amor es infinito y nos van a perdonar cualquier error de juicio o acción.     

En su inocencia y naturalidad, los niños resuelven muy fácil muchas situaciones que para los adultos son causa de irritación, depresión, malas decisiones y hasta rupturas (la paciencia tiene límites), y el miedo o la certeza de ese riesgo profundiza las crisis.

La diferencia tiene mucho que ver con nuestros recursos para afrontar situaciones novedosas, desafiantes, fuera de control o incómodas, algo que en la adultez puede ser todo una tormenta en un vaso de agua, mientras que en la infancia ocurre todo el tiempo, y por imitación o intuición, los chicos desarrollan estrategias para lidiar con ello sin perder la alegría de crecer.

El consenso actual en sicología habla de varios estilos de afrontamiento al estrés. Ninguno es mejor que el otro ni aplicable en el ciento por ciento de las situaciones, por tanto es bueno conocerlos e identificar nuestras tendencias automáticas y, ante cada hecho, tomar un respiro, observar el contexto y ajustar la respuesta para ganar en eficacia.

Resolución y pasar página

Muchas veces el estrés no lo causa un problema en sí, sino su permanencia en el día a día por falta de acción de nuestra parte (o de alguien cercano, lo cual irrita más). Puede ser algo tan grave como una enfermedad no tratada, o tan tonto como el goteo de una pila. Si no se resuelve, tarde o temprano pasa factura emocional.  

Caridad Martínez, la coordinadora de la tertulia de JR en Holguín, tiene una frase que describe el modo adecuado de afrontamiento en ese caso, enfocado en la resolución del problema: «¡Vamos a dejarlo para ahora mismo!».

Ese primer estilo tiene cinco estrategias. Además de actuar de inmediato, sirve de mucho planificar los pasos de esa acción, empezar por tareas periféricas que contribuyan a la solución (de lo simple a lo complejo); calcular el momento oportuno (y aprovecharlo) e invocar tu red de soporte familiar o social para enfrentarte al reto con mejores perspectivas y recursos. 

El segundo estilo de afrontamiento al estrés se enfoca en regular las emociones, lo que pudiera resumirse en el proverbio «al mal tiempo, buena cara», y contiene otras cinco estrategias, fácilmente identificables en una sana conducta infantil, por lo que aplicarlas en la adultez te devuelve esa natural condescendencia hacia ti y los demás.

No obstante, si abusas de ellas, puedes desconectarte de la realidad y «pasarle la pelota» a otros, a veces de manera muy injusta, como esos padres que piden a sus hijos tomar partido por uno u otro para ganar una discusión, sin resolver el trasfondo de sus diferencias.

Las tres primeras son: buscar soporte emocional, respaldo moral o empatía en gente cercana o desconocida; reinterpretar en clave positiva la experiencia, como una lección de vida (no hay mal que por bien no venga) y aceptar las situaciones y personas como son, lo cual implica admitir que no está en tus manos cambiarlas, sino adaptarte a ellas.

La cuarta es depositar tu fe en algo superior (Dios, naturaleza, organización social, azar) y confiar en sus señales u orientaciones para atravesar el momento; y la quinta es tomarte un instante para analizar la emoción, más allá del origen del conflicto, dejar de identificarte con lo que estás sintiendo y recuperar tu paz mediante ejercicios, meditación, música u otra acción relajante.

El tercer estilo se enfoca en afrontamientos adicionales, y puede funcionar por un tiempo, pero si el problema es serio, tarde o temprano necesitarás los anteriores o el estrés irradiará a quienes comparten tu convivencia.

Consta de tres estrategias: negación o rechazo del agente estresante (ojos que no ven, corazón que no siente); acción arbitraria que agrava el problema o genera otros (la típica violencia contra quienes están a tu alcance para descargar frustración y ansiedad); y la distracción con otros asuntos menos prioritarios, como esperando que el problema se resuelva solo, que también pasa a veces, pero no se puede abusar de ese mecanismo, porque tal vez tu «magia» es una fuente de estrés adicional para alguien más.

La meta no es eliminar todos los factores estresantes, sino propiciar tu bienestar sicológico, de cuyas dimensiones te contaré la próxima semana.

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