Día Mundial del Medio Ambiente: Un desarrollo sin plásticos, un planeta en números rojos y la acción urgente
En 2023 se cumplen 50 años del Día Mundial del Medio Ambiente, que se celebra desde 1973 y tiene en esta ocasión como tema central “Sin contaminación por plásticos”, recordatorio de la envergadura del problema, uno de los tantos que en las últimas décadas engrosa la lista de la crisis medioambiental y climática que vive la Tierra.
Están por doquier, en cada sector, rincón y minuto de nuestra realidad. Cómodos, prácticos, ligeros, flexibles y maleables, duraderos, modernos, rentables, resistentes, limpios, multiusos… Mire a su alrededor y mucho de lo que verá, e incluso de lo que no verá, es de plástico a ojos vistas o contiene microplásticos: muebles, cubiertos; equipos electrodomésticos y de computación, médicos y deportivos; móviles, pinturas y esmaltes, calzado, ropa sintética, cosméticos, juguetes, envases, cubiertas…
Desde su invención a inicios del siglo XX, y con más fuerza desde la generalización de su uso tras la Segunda Guerra Mundial, se han hecho cada vez más importantes e indispensables en nuestra vida. Pero en los últimos años esa frase, “están por doquier”, ha cobrado otro significado que devela uno de los rostros oscuros de la comodidad y la practicidad modernas. A ese lado es que apunta la campaña #SinContaminaciónPorPlásticos, a la que la ONU invita a sumarse este 5 de junio.
En años recientes, estudios diversos han revelado que los microplásticos (partículas que miden desde menos de 5 mm hasta el nivel nanométrico, integradas intencionalmente en mucho de lo que usamos, pero también fragmentos de objetos plásticos que se van descomponiendo en partes cada vez más pequeñas cuando son desechados al entorno) están en el aire que respiramos y en las aguas, en comidas (naturales o industriales), en aves que habitan islas remotas en medio del mar, en pingüinos de la Antártida y en la nieve del Ártico, en el camino del Everest y en la Fosa de las Marianas, y, ya más serio, en tejidos humanos.
Presumiblemente, perduran por siglos. Algunos datos y hechos revelan el nivel que ha alcanzado la contaminación por plástico:
- Cada año se producen a nivel mundial más de 400 millones de toneladas de plástico. Se estima que la mitad de este material se concibe para una vida útil de un solo uso.
- Menos del 10% se recicla. Gran parte del resto va a mares, ecosistemas terrestres y aire, se degrada en pequeñas partículas y termina en la cadena de alimentación, en las especies que habitan el planeta (la humana incluida). Más de 800 especies marinas y costeras son afectadas por esta contaminación vía ingestión, enredo y otros peligros, incluidas las tortugas.
- La producción de plástico se disparó de dos millones de toneladas en 1950 a 348 millones de toneladas en 2017, convirtiéndose en una industria mundial valorada en 522 600 millones de dólares. Se espera que duplique su capacidad para 2040 (con lo cual se triplicará la fuga de plástico hacia los océanos y se cuadruplicará el volumen total de contaminación por plástico en ellos).
- Según datos del Pnuma, la exposición a los plásticos puede dañar la salud humana, afectando potencialmente la fertilidad y la actividad hormonal, metabólica y neurológica. Son algunas de las alertas que han saltado hasta la fecha en el campo médico. La quema abierta de plásticos contribuye a la contaminación del aire.
- Hacia 2050, las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción, uso y eliminación de plásticos supondrían el 15% de las emisiones permitidas, según el objetivo de limitar el calentamiento global a +1.5 °C respecto a los niveles preindustriales (1850-1900).
- Según datos de la ONU que acompañan la campaña del movimiento #SinContaminaciónPorPlásticos, “el plástico se fabrica predominantemente a partir del petróleo. Cuanto más plástico fabricamos, más combustible fósil se necesita y más intensificamos la crisis climática. Los productos de plástico generan, además, emisiones de gases de efecto invernadero. Si no se toman medidas para controlar el ciclo de fabricación del plástico, esas emisiones contaminantes podrían ser el 19% del total de emisiones permitidas por el Acuerdo de París en 2040 para limitar el calentamiento a 1.5ºC”.
- Añade que “un cambio hacia una economía circular puede reducir el volumen de plásticos que llegan a los océanos en más de un 80% para 2040; reducir la producción de plástico virgen en un 55%; ahorrar a los Gobiernos 70 000 millones de dólares para 2040; reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 25%, y crear 700 000 puestos de trabajo adicionales, principalmente en el sur del mundo”.
En un consenso histórico, 175 naciones aprobaron en marzo de 2022 la resolución “Poner fin a la contaminación por plásticos: hacia un instrumento internacional jurídicamente vinculante”, considerado el documento más importante en materia medioambiental desde el Acuerdo de París.
Es un paso importante en el propósito de avanzar hacia un proyecto de acuerdo global legalmente vinculante para finales de 2024, “una póliza de seguro para esta generación y las futuras, para que puedan vivir con el plástico y no estén condenadas por él”, dijo entonces Inger Andersen, directora ejecutiva del Pnuma.
Recientemente, el director general de WWF International (Fondo Mundial para la Naturaleza), Marco Lambertini, afirmó que “estamos atrapados en un sistema en el que producimos cantidades de plástico mucho mayores de lo que cualquier país puede manejar adecuadamente. Esto ha provocado una crisis de contaminación por plástico que afecta tanto al ambiente como a la sociedad”.
A raíz de un informe en el que WWF insta a los Gobiernos a promover y apoyar prohibiciones globales y la eliminación gradual de los productos de plástico de un solo uso, los “más peligrosos e innecesarios”, Lambertini sostuvo que los negociadores “deben trabajar juntos para crear un tratado con reglas globales vinculantes, exhaustivas y específicas que puedan cambiar el rumbo de la crisis del plástico”.
El hogar es todo. En todas partes a la vez, se calienta (y no solo por el cambio climático)
Me gusta recordar a menudo, entre otras, la frase del poeta y ambientalista Gary Snyder, “la naturaleza no es un sitio a visitar. Es el hogar”. Porque no estamos en un sitio y la naturaleza en otro. Es el mismo espacio. Somos parte de ella, vivamos en una aldea en medio de la selva o en el centro de una ciudad. Y dependemos de ella, nos afectan positiva o negativamente sus fenómenos, muchos de ellos provocados por nuestra especie, como nos vino a mostrar dolorosamente la pandemia de covid.
O la muy citada y parafraseada, hasta ser casi mítica, carta del jefe Seattle, de la tribu Suquamish, al presidente de EE.UU. mediado el siglo XIX: “La tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra (…) Hay una unión en todo. Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra”, y “el hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo”.
Entre ambas, una frase del abogado y pensador Robert Ingersoll: “En la naturaleza no hay recompensas ni castigos; hay consecuencias”.
Ya se ha hecho frecuente en años recientes leer sobre devastadoras temporadas de incendios: desde Australia a la Amazonia, desde el oeste de Estados Unidos en 2020 al bosque ártico ruso y la Península Ibérica. En Canadá, en 2022 y por estos días en el noroeste de Quebec. Que las selvas tropicales del mundo, las de mayor biodiversidad y que más secuestran CO2, están perdiendo esa capacidad, como ha sucedido con el bosque amazónico, ese ecosistema inmenso que genera “ríos voladores” que transportan humedad muy lejos, a otras partes de Sudamérica, mucha más que los 17 000 millones de toneladas de agua que lleva al océano cada día el río Amazonas, y que marcha rumbo a convertirse en sabana en algunas décadas.
Que los humedales, donde habita o se reproduce casi el 40% de las especies vegetales y animales y brindan servicios vitales a 4 000 millones de personas, desaparecen a un ritmo tres veces superior al de los bosques.
Que los glaciares de Groenlandia (el 20% del agua fresca mundial) están perdiendo masa y los ríos que de ellos salen contribuyen a la elevación del nivel del mar.
Que el deshielo del permafrost o suelo congelado del Ártico liberará grandes volúmenes de metano (que ya emiten la industria del gas y el petróleo, la ganadería y la agricultura, vertederos y aguas residuales, humedales…), otro gas que acelera el calentamiento, de menor permanencia en la atmósfera que el CO2 (se descompone en poco más de una década), pero decenas de veces más potente (de 20 a 80 veces, según distintas estimaciones científicas).
Que el calentamiento y la acidificación del océano por la absorción de más y más CO2 y calor amenazan a las especies marinas y los arrecifes de coral (hábitat del 25% de esas especies, claves, entre otras cosas, para el sustento de millones de seres humanos en comunidades costeras).
“Sabemos por nuestras mediciones que las concentraciones de gases de efecto invernadero están en niveles sin precedentes; de hecho, son más altas que en cualquier otro momento de los últimos 800 000 años.
“El aumento de los niveles de dióxido de carbono de 2020 a 2021 fue superior a la tasa media de crecimiento del último decenio y las concentraciones de metano experimentaron la mayor subida interanual desde que comenzaron las mediciones” (Petteri Taalas, secretario general de la OMM, mayo de 2023, a raíz de la aprobación de la iniciativa Vigilancia Mundial de los Gases de Efecto Invernadero).
Que, según pronosticó en mayo la Organización Meteorológica Mundial (OMM), es probable que las temperaturas mundiales alcancen niveles sin precedentes en los próximos cinco años, impulsadas por los gases de efecto invernadero que retienen el calor y el fenómeno natural de El Niño.
“Hay un 66% de probabilidades de que entre 2023 y 2027 la temperatura media mundial anual cerca de la superficie supere en más de 1.5 °C los niveles preindustriales durante al menos un año. Hay un 98% de probabilidades de que al menos uno de los próximos cinco años, así como el lustro en su conjunto, sean los más cálidos jamás registrados”, declaró el secretario general de la OMM, Petteri Taalas.
“Estos datos no significan que vayamos a superar de forma permanente el nivel de 1.5 °C previsto en el Acuerdo de París, que se refiere al calentamiento a largo plazo durante muchos años. Aun así, la OMM da la voz de alarma sobre el hecho de que superaremos el nivel de 1.5 °C de forma transitoria y cada vez con más frecuencia”, agregó.
Es solo una lista escueta de las manifestaciones y frentes de la actual crisis medioambiental y climática, que también lleva a la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad, alterando el equilibrio de ecosistemas y desencadenando reacciones en cadena. La biodiversidad es clave para la salud de los sistemas naturales y, por tanto, para la salud humana que de esta depende.
En días recientes, Nature publicaba un informe de la Comisión de la Tierra (Earth Commission), que agrupa a reconocidos científicos de varios países, según el cual la actividad humana ha llevado al mundo a la zona de peligro en siete de ocho indicadores recientemente definidos de seguridad y justicia planetaria.
El estudio, que combina los signos vitales de la salud planetaria con indicadores del bienestar humano, advierte que la Tierra enfrenta crisis crecientes de disponibilidad de agua, carga de nutrientes, mantenimiento de ecosistemas y contaminación por aerosoles, que plantean amenazas a la estabilidad de los sistemas de soporte vital y empeoran la igualdad social.
El profesor Johan Rockström, uno de los autores principales del estudio, dijo que “hemos llegado a lo que llamo un punto de saturación en el que tocamos el techo de la capacidad biofísica del sistema terrestre para permanecer en su estado estable. Nos estamos acercando a puntos de inflexión, estamos viendo más y más daños permanentes en los sistemas de soporte vital a escala global”.
“Es imposible estabilizar el clima sin proteger los ecosistemas”, señala el informe, según el cual el límite “seguro y justo” para esa estabilización es que entre el 50 y el 60% del mundo tenga ecosistemas predominantemente naturales. Pero la realidad –advierte– es que solo del 45 al 50% del planeta cuenta con ecosistemas intactos
Otro de los científicos de Earth Commission involucrados, David Obura, director de Investigación y Desarrollo de Océanos Costeros en el Océano Índico, comentó que hay soluciones pero el tiempo apremia. “Los poderes regenerativos de la naturaleza son robustos, pero necesitamos mucho más compromiso”, dijo.
Similar llamado hizo semanas atrás en su último informe el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, inglés).
Los expertos recordaron que, en 2018, el IPCC reveló la escala sin precedentes del desafío que suponía limitar el calentamiento a 1.5 °C. “Cinco años después, el desafío es aún mayor debido al aumento constante de las emisiones de gases de efecto invernadero. El ritmo y la escala de las medidas adoptadas hasta el momento, así como de los planes actuales, son insuficientes para hacer frente al cambio climático”.
Según el IPCC, la quema de combustibles fósiles y el uso desigual e insostenible de la energía y las tierras durante más de un siglo “han provocado un calentamiento global de 1.1 °C por encima de los niveles preindustriales. Como resultado, se han producido fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes y más intensos que han generado impactos cada vez más peligrosos en la naturaleza y las personas en todas las regiones del mundo.
“Cada aumento del calentamiento se traduce en peligros que se agravan rápidamente. Las olas de calor de mayor intensidad, las lluvias más fuertes y otros fenómenos meteorológicos extremos exacerban los riesgos para la salud humana y los ecosistemas. En todas las regiones, el calor extremo está causando la muerte de personas. Se prevé que la inseguridad alimentaria y la inseguridad hídrica asociadas al clima se incrementarán debido al aumento del calentamiento. Cuando los riesgos se combinan con otros fenómenos adversos, como las pandemias o los conflictos, resulta aún más difícil controlarlos”.
Advierte, además, que es indispensable en esta década la acción acelerada para adaptarse al cambio climático y reducir la brecha entre las medidas de adaptación en vigor y las que se necesitan.
“Con el fin de limitar el calentamiento a 1.5 °C con respecto a los niveles preindustriales, se precisan reducciones drásticas, rápidas y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero en todos los sectores. Las emisiones ya deberían haber disminuido y será necesario reducirlas casi a la mitad de aquí a 2030, si se desea limitar el calentamiento a 1.5 °C.
“El desarrollo resiliente al clima [integrar las medidas de adaptación al cambio climático con acciones orientadas a reducir o evitar las emisiones, de manera que aporten mayores beneficios] se torna cada vez más difícil con cada aumento del calentamiento. Por este motivo, las decisiones que se tomen en los próximos años serán fundamentales para determinar nuestro futuro y el de las generaciones venideras”.
El panel de expertos climáticos sostiene que “existe suficiente capital en el mundo para disminuir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero si se reducen los obstáculos existentes. Para lograr los objetivos climáticos a escala global, es importante aumentar la financiación destinada a las inversiones en la esfera del clima.
“Los Gobiernos, mediante la financiación pública y unas señales claras a los inversionistas, son fundamentales a la hora de reducir estos obstáculos. Los inversionistas, los bancos centrales y los reguladores financieros también pueden aportar su contribución en este sentido”.
En los últimos años, como en otros frentes en los que se lidia con la crisis, se ha avanzado en el terreno de la financiación.
Sin embargo, Reuters publicó en la semana recién concluida el informe de una investigación que reveló que proyectos de financiación climática de varios países del Primer Mundo fueron a parar “a lugares extraños” (quiere decir, emprendimientos con poca o ninguna conexión directa con el cambio climático).
Según Reuters, que junto con Big Local News, un programa de periodismo de la Universidad de Stanford, examinó miles de registros que los países enviaron a la ONU para documentar las contribuciones (alrededor del 10% del total de informes), “se gastaron al menos 3 000 millones de dólares no en paneles solares o parques eólicos, sino en energía a carbón, aeropuertos, lucha contra el crimen u otros programas que hacen poco o nada para aliviar los efectos del cambio climático”.
La agencia británica recordó que las naciones desarrolladas se comprometieron a canalizar un total combinado de 100 000 millones de dólares anuales para ese objetivo, lo cual afirmaron durante las conversaciones que llevaron al Acuerdo de París, en 2015.
“Todavía no han cumplido la meta. Entre 2015 y 2020, 35 Gobiernos informaron un total de más de 182 000 millones en subvenciones, préstamos, bonos, inversiones de capital y otras contribuciones [como financiación climática de ayuda a las naciones en desarrollo para reducir sus emisiones y adaptarse al cambio climático]”, pero la agencia documentó “miles de millones que se destinaron a proyectos que involucran combustibles fósiles u otras iniciativas que tienen poco o nada que ver con la reducción de emisiones o la adaptación”.
El reporte subraya que “la falta de transparencia del sistema hizo imposible saber cuánto dinero se destina a los esfuerzos que realmente ayudan a reducir el calentamiento global y su impacto.
“Los países no están obligados a informar los detalles del proyecto. Las descripciones que divulgan suelen ser vagas o inexistentes, tanto que en miles de casos ni siquiera identifican el país al que fue destinado el dinero. Incluso, los países receptores enumerados en los informes a veces no podían decir cómo se gastó el dinero”.
Hay compromisos y esperanza, pero faltan transparencia y cooperación al nivel que requiere la crisis.
En un mundo donde unos sobreviven talando para cocinar con leña y otros gastan 20 veces más energía mayormente proveniente de combustibles fósiles, donde se ha normalizado en la práctica la desigualdad y las guerras calientes, frías y tibias llenan contratos militares, cónclaves de élites y titulares de prensa que reflejan crecientes brechas en medio de fuertes tensiones geopolíticas y desconfianza, es difícil el consenso para actuar.
Y se necesita hoy tanto el esfuerzo individual y lúcido de los 8 000 millones de humanos que pueblan el planeta, como el consenso internacional entre Gobiernos para la acción urgente y decidida, eficaz y equitativa que se requiere: compromiso político, políticas coordinadas, cooperación internacional, administración de los ecosistemas y gobernanza inclusiva, empuje a partes iguales de mundo empresarial, entes políticos, sociedad civil y ciudadanía.
Carl Sagan lo planteaba tan temprano como en 1985 ante el Congreso de EE.UU, poco antes de que fuera creado el IPCC y publicara su primer informe, en el cual ya se establecía que “las emisiones producidas por las actividades humanas (…) potencian el efecto de invernadero”.
Sagan afirmaba que “hemos alcanzado claramente la etapa en la que somos capaces (tanto intencionada como inadvertidamente) de alterar de forma significativa el clima y el ecosistema a nivel global. Probablemente llevamos haciéndolo –aunque en menor escala– desde hace mucho tiempo”.
Reducir las emisiones –consideraba–, “requerirá un consenso global que ahora mismo dista mucho de estar cerca. Lo esencial es adquirir una conciencia global, una visión que trascienda nuestras identificaciones exclusivas. Todos los grupos políticos y naciones deben cooperar, porque en este invernadero estamos todos juntos”.
Hay otra frase, esta del cine, que vale la pena recordar.
“La cosa es que nosotros realmente lo teníamos todo, ¿no?”, dice el doctor Mindy en la escena final de Don´t Look Up (No mires arriba).
Realmente, hay quienes lo tienen todo o casi todo, hay quienes tienen poco, hay quienes tienen casi nada. Pero, como civilización, este es todo el mundo que tenemos y necesitamos mantener ese verbo en presente y en futuro, porque un breve estudio de la historia de este único planeta que tenemos deja entrever cuántos factores y circunstancias, desde azar hasta cadenas de procesos físicos y químicos rozando la categoría de milagro, debieron confluir para el origen y evolución de la vida aquí.
En Don´t Look Up se acerca un gran asteroide que inevitablemente destruirá la Tierra, luego del fracaso de un proyecto mercantilista que arruina la solución científica y condena al planeta a la destrucción.
Hoy no se plantea un escenario apocalíptico como la llegada inminente de un masivo asteroide (según un reciente estudio, al menos por otro milenio no estará cerca ese tipo de evento), pero sí hay amenazas a nuestro modo y calidad de vida en el planeta, en todos los ámbitos (alimentación, salud y enfermedades emergentes, biodiversidad y extinciones, seguridad, migración y desplazamientos, clima, cambios en ecosistemas, eventos climáticos extremos y desastres, temperaturas, regímenes de lluvia, agricultura…) en una dimensión que aún no podemos cabalmente imaginar.
Hoy no debemos mirar arriba, sino a todos lados, porque es cierto que lo hemos tenido todo y que con cada especie que se extingue, cada bosque talado o quemado, cada río o metro de mar contaminados con plástico, cada centésima de grado que asciende la temperatura o cada punto que aumentan las concentraciones de gases de efecto invernadero, quitamos oportunidades de futuro a todas las especies, la nuestra entre ellas.
El planeta, con condiciones puntuales que dieron lugar a la vida, es finito. Hace tiempo es una verdad incontrastable.
La historia de la Tierra se remonta a unos 4 600 millones de años. Si partimos desde que apareciera el Homo Sapiens u hombre moderno, hace 130 000 años, hemos vivido en ella el 0.003% de ese tiempo; desde que comenzó hace unos 200 años la Revolución Industrial, el 0.00000004%, y el 0.00000003% si tomamos en cuenta la era del petróleo, más pronunciadamente desde la segunda mitad del siglo XX.
Entre ese ínfimo 0.00000004% y 0.00000003% de un tiempo terrestre de 4 600 millones de años, hemos desencadenado lo que muchos científicos consideran la sexta extinción masiva de vida en la dilatada historia de este mundo; hemos consumido indiscriminadamente sus recursos, recalentado su atmósfera y sus mares a un paso que no puede soportar el sistema natural, contaminado sus ecosistemas al punto de que el 90% de los humanos respiran hoy aire contaminado y los desechos tóxicos de nuestra actividad se han insertado en la cadena alimentaria.
Para sostener nuestros estilos de vida como civilización (nunca es demasiado insistir en que unos lo hacen más que otros, unos consumen más recursos y hasta casi 20 veces más energía que otros, y muchos no tienen más opción que consumir recursos naturales como sola opción de supervivencia), estamos consumiendo el equivalente a 1.6 planetas Tierra.