El Premio Casa de las Américas ante el dilema del nuevo mundo
La literatura en el presente exige no solo que se tenga en cuenta como parte del consumo, sino que posea esa dimensión transformadora
Hace ya mucho tiempo que el Premio Literario Casa de las Américas prestigia al continente y a Cuba. Lo han obtenido importantes autores dentro y fuera de la isla y ello ha contribuido no solo a la promoción de los talentos, sino a una visión alejada del mercado y cercana al buen gusto. Las obras que salieron de estos certámenes, en más de una ocasión, fueron libros que marcaron un cambio poético, narrativo y ensayístico, o sea, funcionaron como las piedras de toque de un entendimiento otro de la cultura. Ahora, cuando la posmodernidad, el consumo, las redes sociales y la horizontalidad de la comunicación ponen en vilo las formas verticales de entender la realidad; la Casa de las Américas tiene el reto de actualizar su entendimiento. No se trata solo del premio, de la publicación o de darle un espacio merecido al autor, sino de que en medio de todo eso persiste la necesidad de no quedarnos callados ante la dispar estructura de un mundo en el cual hallamos una división clasista de la cultura.
Cada año vemos el mismo debate en torno a los premios y es que la cuestión de ponderar una obra necesariamente jerarquiza y causa disposición hacia determinado registro. Entonces, lo que la Casa de las Américas ha hecho es ir contracorriente al crear un certamen en el cual no importa quién eres, ni de donde provienes; se abren las puertas a la publicación y a una vida literaria en las cuales se precisa de calidad. Hace unos años, conocí a un autor argentino, bastante joven, que resultó premiado en este concurso. Su obra, si bien no era de grandes pretensiones, poseía un aliento inmenso en cuanto a proyección humanista. No eran solo la calidad, el formato, el respeto a las cuestiones técnicas, sino el tema y cómo puede impactar en la descolonización del consumo. Dicha obra, que habla de un mundo distópico, era un llamado a preservar una ontología decente, antes de que lo vacío nos devorase.
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¿Cómo podemos debatir, por ejemplo, ante un suceso como la muerte de Vargas Llosa, sino desde la responsabilidad y la sabiduría del enfoque?Solo instituciones con un alto vuelo teórico, pero con los pies puestos en un basamento humanista pueden obviar lo conflictivo de dicho escritor y desgranar sus valores como artista. También en ese aspecto, la Casa de las Américas posee prestigio y prestancia y dispone de los departamentos capaces y especializados. Y no se trata de borrar la historia, sino de escribirla en su justo peso, dándole a los lugares y los seres aquellos que mejor los enmarca. Porque premiar literatura implica hacer literatura, dar un juicio nos conduce a un ejercicio de crítica que tiene que ser necesariamente algo justo, ponderable, en la cuerda de una política cultural humana.
Lo que la cuestión de los símbolos supone es que existe un campo siempre en disputa hacia el cual se proyectan los sujetos de la historia. El papel de las instituciones como creadoras de sentido es luchar una porción en esa batalla por las representaciones. La Casa de las Américas, con su historia vinculada a las guerras culturales latinoamericanas, posee el sustento necesario para en el presente encabezar todo un entramado. La cosa está en hallar el punto de quiebre con visiones arcaicas del siglo pasado y darle paso a un nuevo lenguaje que, sin que se pierda la marca de calidad y de exigencia, se contacte a sí mismo y a los demás desde la lógica más rápida, acorde con las amplias avenidas de la informatización.
La literatura en el presente exige no solo que se tenga en cuenta como parte del consumo, sino que posea esa dimensión transformadora de antaño, según la cual sus autores eran capaces se influir en las cuestiones más macro. Dígase, desde la política hasta las condiciones de subsistencia de los intelectuales y su papel en la sociedad. No es menos cierto que, con la irrupción de las tecnologías, lo que se está ponderando es la figura del influencer más allá de la del escritor, lo cual no tiene que ser necesariamente pernicioso, siempre y cuando se incluya una versión humana y responsable de la política en esos formatos. Pero el Premio Casa tiene el reto de hacerlo, de colocar los valores en esa plataforma actual y de darle la jerarquía necesaria a lo que vale y brilla, con independencia de si en el mercado es lo que vende.
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Casa de las Américas fue el faro que en el pasado unió a los escritores, les dio paso como parte de la vanguardia continental y sirvió como plataforma para una lucha que era estética, ética y cultural. Allí estaban las bases para que en el siglo XX los pueblos hallaran un sentido. Su premio se entiende de esa manera y por ello no conviene banalizarlo. Sigue siendo riguroso, posee un prestigio en los lares donde se cuece la buena creación y sobre todo ha sido el puesto de avanzada de aquellos que se interesan por escribir sobre lo que otros callan. La institución con su compromiso no solo libera a la literatura, sino que la convierte en un sujeto transformador de la realidad. Allí se definen los ingredientes de un mundo otro de la cultura.