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Guerrillera

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Corrían los primeros días de 1957. El asesinato del revolucionario William Soler, un adolescente de apenas 15 años, tenía a Santiago de Cuba en carne viva. Como protesta, comenzó a organizarse una concentración de mujeres por la calle Enramadas.

Para entonces, el Movimiento 26 de Julio ya estaba entretejido en las venas de la ciudad. En casa de la familia de Vilma Espín Guillois se escondían muchos miembros vitales de la organización, y Frank País le prohibió expresamente asistir, por el peligro que podría suponer para todos.

Pero ella no podía con la inquietud: si bien no dudaba de la decisión de las madres, temía que, ante la arremetida de los soldados, la manifestación se dispersara. Con una chaqueta roja y la cámara, salió, después de asegurarle a Frank que solo tomaría fotos.

No obstante, cuando un jeep con tropas del Ejército interceptó a la gente en San Félix, y Vilma vio que eso causaba cierta impresión, no pudo quedarse callada y gritó: «¡A cantar el himno!»

Todos lo hicieron, cada vez más fuerte. Un cabo le plantó cara a la muchacha, que era un foco rojo en medio de la multitud enlutada, y ella le ripostó. Al otro día la foto de la discusión salió en primera plana.

El suceso le costó un fuerte regaño de Frank; nunca más violaría sus órdenes de no actuar sin autorización, ni siquiera durante el amargo momento de su entierro.

La disciplina definía a Vilma, Alicia, Mónica, Déborah… pero también la intrepidez: era ella misma la que sacaba fotos comprometedoras de su cartera sin que los soldados a punto de detenerla se dieran cuenta; la que se descolgaba por los muros, y se les iba, como agua entre los dedos, a los perseguidores, sedientos de su sangre.

«Si la agarran la van a descuartizar», escribió, en un mensaje, Raúl. Sucesora natural de Frank, la coordinadora provincial de Oriente estaba entre las más buscadas en el llano. Siempre a la orilla de la tortura y la muerte, sus compañeros veían en ella a la jefa, no solo por ser líder natural, sino por una serenidad que dejaba pasmados a quienes compartían el terror cotidiano de la lucha clandestina.

Un periodista que pretendía subir a la Sierra, luego de sentirse ofendido por la apariencia adolescente de Déborah y sus medias de colegiala, tuvo que corregirse tras ser glacialmente interrogado por ella: «Aquel movimiento que tenía mujeres de aspecto tan juvenil y al mismo tiempo tan duras, tenía que ser un movimiento muy serio».

Llegado el momento en que Santiago se le hizo una trampa mortal, Vilma quedó como delegada de la Dirección Nacional en el ii Frente Frank País.

Allí surgió el amor para toda la vida con Raúl, y también se le consolidó para siempre el espíritu de guerrillera que ya llevaba y no la abandonaría más.

Porque Vilma, la segunda mujer cubana graduada de Ingeniería Química, luego del triunfo y entre un sinfín de tareas, asumió batallas de las más difíciles, aquellas que tenían que ver con flagelos acendrados en la conciencia colectiva e individual: causas como la defensa de las mujeres y sus derechos, los procesos educativos, el cese de la discriminación…

Sin pelos en la lengua denunció el machismo en las filas revolucionarias, descubrió a quienes montaban falsas apariencias para una visita suya, denunció en pleno congreso mundial el intento de aprobar un informe que nadie había leído. Y se ocupó de cada caso de niño, mujer o anciano como si de su familia se tratara.

Siguió siendo Déborah. En la paz puso también todo el arrojo.

Jose Antonio Zuloaga Martínez

Jose Antonio Zuloaga Martínez

Periodista, director de programas en CMHS Radio Caibarién.

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