El marzo que estremeció a Villa Clara
Todavía la Dra. C. María de Lourdes Sánchez Álvarez no puede apartar el recuerdo de aquellos días. A veces hasta la despierta un sobresalto ante tantas tensiones vividas al frente del Laboratorio de Microbiología y Química Sanitaria del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM) de Villa Clara.
Allí se vivió la etapa más difícil de la COVID-19. Por un lado, los resultados de las pruebas, por otro, el reto de villaclareños y cubanos que trataban de vencer angustias y aguardaban impacientes el veredicto de un diagnóstico.
Ya en el mundo se hablaba de un nuevo holocausto aterrador, de las muertes y contagios que a diario aparecían en las noticias, pero lo que nunca imaginó la Dra. C. María de Lourdes fue la crudeza de aquellos tiempos en que un virus desconocido aterró a la humanidad.
En medio de todo, se albergaba la esperanza de que esa pesadilla no llegara a nuestras fronteras e irrumpiera de manera implacable como el más terribles de los huracanes.
Mas el momento llegó cuando el 11 de marzo de 2020 ocurrió el detonante. Cuba reportaba los primeros casos a partir de tres turistas italianos, procedentes de Lombardía, que fueron ingresados en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), en La Habana; luego, un resultado en el Laboratorio villaclareño quebró la rutina.
Recuerdo que Sánchez Álvarez me dijo en cierta oportunidad: «Diagnosticamos al primer cubano afectado entre los estudios realizados en el Laboratorio de Biología Molecular. Ya estábamos de cara a la pandemia y era necesario aplicar los tres componentes que definen el modelo cubano de gestión sanitaria: el área epidemiológica, la organización de los servicios de Salud, y la gestión desde la ciencia, en la que no puede excluirse la participación vital de la sociedad para alcanzar los objetivos propuestos».
Y prosiguió: «Fue el combate nuestro, la hora de los hornos de todo un colectivo llamado a probarse y demostrar lo que éramos capaces, de aplicar habilidades, saberes, de recurrir al virtuosismo y a la ética para seguir adelante, desafiar los temores, darnos mutuo aliento y afrontar la causa en favor de la humanidad».
Sin duda, aparecía una zona roja en aquel recinto de la carretera a Camajuaní. Largas jornadas por todo un equipo sin reparar en el reloj, días de no retornar a la casa, de dormir apenas dos horas. Un mundo reducido a un espacio en el que sus «habitantes» estaban arropados con trajes, caretas, nasobucos, a veces irreconocibles… con la disposición de proteger a cada integrante del colectivo para que no infestaran ni enfermaran a sus respectivas familias.
«Había que extraer el material genético del virus con óptima calidad y realizar un diagnóstico profesional confiable enfrentando los desafíos de las nuevas y complejas tecnologías. Más que números fríos, estadísticas o teorías, tuvimos vivencias inolvidables durante la pandemia. Sin duda, la realidad suele ser más rica, variada, difícil y siempre con mayores matices ya que, de una manera u otra, todos fuimos protagonistas de esta historia».
Aquel mundo interior
La Dra. C. ´María de Lourdes Sánchez rememoró que si bien vencieron el miedo ante el potente desconocido, también proliferó la incertidumbre, la ansiedad por la peligrosidad contenida en las muestras.
«Recuerdo una jornada, después de 48 horas sin prácticamente descansar, que nos anunciaron el arribo de un examen procedente de una provincia distante a llegar en la madrugada. Las pruebas eran recibidas a toda hora según la emergencia epidemiológica de los territorios, y en breve nos convertimos en un laboratorio territorial que asumía el diagnóstico de cinco provincias de la región central, desde Camagüey hasta Villa Clara, sin descartar la inclusión de 12 demarcaciones del país».
—¿Un reto de María de Lourdes a María de Lourdes?
—Nunca antes había sentido tanto compromiso sobre mis hombros en el ejercicio de la profesión, a pesar de que había enfrentado otras pandemias como el VIH/Sida el H1N1, epidemias de dengue y cólera, por citar algunas, pero la COVID-19 marcó un antes y un después, no inscribe precedentes, teníamos una obligación social y de las consecuencias de cada uno de los actos al servicio de los enfermos, los cuales se encontraban en un peculiar estado de dependencia y vulnerabilidad».
—¿Aun a sabiendas de que era un virus letal?
—No hablo solo por mí, estábamos expuestos a diario, con riesgo de contagiarnos y morir, pero lo hacíamos con tenacidad y amor. Traspasar las puertas del Laboratorio era enfrentar jornadas muy convulsas, dinámicas, buscando vías a fin de vencer los retos que acontecían ante la dramática situación. En un inicio éramos tres profesionales para emitir un dictamen en 24 horas, y a medida que la situación epidemiológica se complejizaba aumentaba el número de muestras con grandes volúmenes a examinar.
—En un período complejo, de tantas pérdidas humanas en que los golpes afloran y se encuentran ¿pudiera hablarse de enseñanzas dejadas por el SARS-CoV-2?
—Diría que demasiadas, sobre todo, en lo que podíamos hacer que estaba a nuestro alcance, pero algo fundamental resultó la proliferación de valores: la solidaridad, la dignidad, la honestidad, honradez, modestia, sencillez, patriotismo, humanidad, responsabilidad, laboriosidad y el altruismo que forma parte de las virtudes humanas, y en especial la entrega de los profesionales de la Salud como pilares en esta batalla. Creo que constituyen los fundamentos primordiales para cumplir con el mandato de Hipócrates y el legado martiano.
Sentimientos compartidos. Villa Clara fue Cuba
Sería imperdonable rememorar una historia sin referencias a los tantos baluartes que enfrentaron este capítulo sin precedentes. Pensemos en los tantos estudiantes que jamás imaginaron vivir el silencio de las aulas, de no sentir el olor a tiza y la enseñanza cotidiana de sus profesores, de imaginar los pasillos silentes de sus instituciones, de interrumpir sus estudios para, junto a sus profesores, «asaltar» las barriadas y realizar las pesquisas.
Sumo a las instituciones educacionales, a sus profesores que abandonaron su tradicional ejercicio docente y al resto de los trabajadores que, de la noche a la mañana, se convirtieron en guardianes de la vida al asumir los centros de aislamiento.
Un lugar para los diferentes medios de transportación en busca del paciente confirmado a fin de emprender su ingreso.
Y no podré olvidar, en funciones de cobertura periodística, a aquel galeno que salió desesperado de una sala de terapia intensiva porque fue imposible salvar a un enfermo que no era de su familia, pero lo sentía igual.
Y a los técnicos de Electromedicina, protagonistas sin descanso para tratar de solucionar inconvenientes ante la inminente falta de oxígeno que golpeó bastante por aquellos días. Eran tiempos en que innovar no admitía un después.
Vi a personal de la Salud llorar porque, mediante un teléfono móvil, su niña le imploraba al padre galeno el porqué no iba a la casa. A veces las palabras faltaban ante tanta inocencia, o aquella enfermera que no pudo asistir al cumpleaños de su mamá sin imaginar que sería el último en la vida de su progenitora.
Hay muchos episodios más, otras acciones dignas de resaltar que, podría herir susceptibilidades por no mencionarlas; sin embargo, cada quien ejerció su papel y porta la medalla honorífica en el alma por cuánto dio de sí esos días en que Villa Clara vistió los colores de Cuba.