Cuba en modo Jazz
Mi amor por el jazz es reciente, tendrá unos cinco años. Y como todo amor joven, intenta buscar, descubrir, afianzarse. En esas etapas que todos hemos vivido, también resentimos no haber visto mucho antes el tesoro que nos embelesa en el presente. Tan cercano, en estos cuarenta años de festivales, me demoré demasiado en traducir aquellas “disonancias” a su lenguaje real, a sus significados emocionales.
Un lenguaje extraordinario el de este género que permite, en una sola pieza, hacer un recorrido desde el caos, el desamor y la nostalgia, hasta la serenidad y el silencio que añoramos y que, de pronto, nos impone el tramo final de unas notas tan bien hilvanadas como el mejor encaje del universo.
Apenas por la mitad del Jazz Plaza 2025, habría tanto que decir, que sería imposible la encomienda. Ya los medios hacen esa tarea, que es enorme, porque la calidad y el currículo de los participantes, no solo como intérpretes consagrados sino además como pedagogos y en apoyo al acceso de los niños y los jóvenes a la educación artística, es simplemente apabullante.
Los invitados extranjeros son ejecutantes magistrales. Figuras premiadas, reconocidas en los circuitos mundiales del género, nos brindan interpretaciones de altos quilates técnicos. Reflejos de la riquísima tradición jazzística que han heredado. De una poderosa cultura musical.
En el plano personal, lo que hacen los artistas del patio me parece extraordinario. Tienen detrás, por supuesto, una riqueza musical fuera de serie, y la explotan hasta sus confines. El empaste que logran en esas fusiones, nos deja con deseo de más. Nadie quiere que la función termine.
El músico, y el cultivador del jazz aunque sea esporádico, hacen uso de una libertad que no tienen que pedir y que los reconcilia consigo mismo. Los espectadores la agradecemos infinitamente. Es que mientras interpretan en el aquí y el ahora, se van sin abandonarnos o nos arrastran hacia ese infinito que tan bien conocen en el mar de sus emociones. Con observarlos nos basta comprobarlo.
Invitados a seguirlos o extasiados por el poder de esos sonidos entrelazados y por sus intervalos, nos identificamos con toda suerte de sentires. Una aventura que al final hace que predomine la felicidad por habernos facilitado ese recorrido por nuestra interioridad. Y hasta quizás, nadie lo sabe porque cada cual es un pequeño universo, salimos del espectáculo con una visión más clara de nosotros mismos.
De manera que los invito a amar una vez más, que siempre hay tiempo para ejercer ese misterio. No perdamos esta oportunidad de acercarnos a este género antes que lamentemos el retraso. Con mente abierta al talento interpretativo y el corazón expuesto a lo que pueda acontecer con nuestros sentimientos, atendamos al jazz cubano o no, que la experiencia puede venir con unas cuantas sorpresas.