Cómo aprender a vivir el jazz… y no morir en el intento
Vivir el jazz es un acto personal, totalmente privado, que le permitirá desarrollar un sentimiento ecléctico de la vida y la música
No voy a mentir si digo que entre los eventos culturales de corte masivo que se celebran anualmente en Cuba, el Festival de Cine y el Festival de Jazz son prácticamente mis contemporáneos. Digamos que son los eslabones de mi generación —lo que no excluye a las anteriores y posteriores—con un mundo y un ambiente cultural bastante sui génesis.
Eso no niega que nos hayamos permitido vivir algunos otros eventos y acontecimientos de crucial importancia cultural con sus implicaciones sociales, que no son menos importantes en nuestras historias personales, y que ahora no vienen al caso.
El cine, como forma de arte y comunicación es directamente proporcional a la vida misma. Primero en el acto social de “vestirse para ir al cine a ver una película de estreno” o ser el lugar ideal para descubrir el amor y algunos de sus secretos más oscuros; y por consiguiente hacer la cola o estar pendiente (en el caso de mis contemporáneos) de saber si la película en cuestión estaba apta para nuestra edad física o emocional; y como complemento el aspirar a poder ver “aquellos filmes para mayores de 16 años” cuyo contenido desataban los demonios de nuestra imaginación.
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Con el paso de los años y el desarrollo de la tecnología el cine pasó a formar parte de la intimidad doméstica y “al nuevo ser social” prácticamente le privaron de aquel ejercicio de hedonismo social colectivo. Ahora se nace y la lactancia materna tiene como complemento el artefacto tecnológico que durante todo el día le conectará con personajes que le habrán de modelar el pensamiento y la conducta a futuro. Entonces nadie debe sorprenderse de que sus primeras palabras no sean los habituales reconocimientos de “mamá o papá”, sino el nombre de ese personaje que le ha acompañado en su primera soledad.
Sin embargo; el jazz es otra cosa. El jazz se va descubriendo con el paso de los años. Creo que fue Germán Velazco quien un día me sentenció que el jazz es “…un reflejo condicionado que se desarrolla con los años y en la medida que se descubre uno no se puede desprender de él…”.
Y no le falta razón. Mas para algunos en mi generación el jazz —en un principio— fue considerado como una música incomprensible y compleja, propia de intelectuales. Ese acto de negación respondía al pensamiento de una época, hoy superada.
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El jazz ha evolucionado junto con la sociedad. Y como todo proceso evolutivo ha dejado sus profundas huellas en el tejido social, ha tenido sus héroes y también sus villanos; pero la más importante ha sido el disfrute y su inserción en el modo de vida de algunas personas. La escucha del jazz contribuye, de cierta forma, al pensamiento cultural y social y su evolución.
Entonces cómo aprender a escuchar jazz y a vivir esa experiencia en estos tiempos.
El primer paso debe ser, desde mi punto de vista, intentar recordar esas melodías que hemos almacenado en nuestra memoria sonora y repetirlas una y otra vez. Es decir, una operación de escucha primaria. En el caso cubano hay algunos temas obligados, esos que llaman estándar: “Manteca” de Chano Pozo; “A Puerto Padre” de Emiliano Salvador; “Misa negra” de Chucho Valdés; y “Sandunga, Mondongo y Gandinga” o “Sherezada” de Frank Emilio Flynn, que fue por años tema de una emisora de radio.
Esa primera escucha se puede complementar conociendo otros clásicos como “Una noche en Túnez”, la “Rapsodia en Azul”; la “Serenata a la luz de la luna”; o simplemente disfrutando de la música de Benny Moré como un acto de chovinismo tropical innegable.
“Manteca”, de Chano Pozo, entre los temas obligados si de aprender a escuchar y entender el jazz cubano se trata. Foto: Tomada de CubaPlus Magazine
Está también el caso del cine. Aunque ya no haya que vestirse para ir a ese lugar. Trate de ver El cantante de Jazz —primera película sonora—; las biografías de algunos músicos de ese género (Miles Davies, Nina Simone o Chicago, por citar algunas de amplia repercusión en las taquillas de estos últimos tiempos); o películas relevantes como Cotton Club; Los paraguas de Cherburgo, Vals para un millón, o ciertos pasajes musicales de Vampiros en La Habana.
Un tercer paso importante y obligado; en el caso del jazz cubano, es ser capaz de diferenciar el afrocuban jazz del jazz latino y a sus exponentes.
El latin jazz es una categoría musical que involucra, en lo esencial, al jazz hecho en el continente latinoamericano después de los años sesenta fundamentalmente y que no excluye a los músicos cubanos. El afrocuban jazz implica, sobre todo, el asumir la herencia afrocubana que involucra rezos e instrumentos de las distintas liturgias asentadas en Cuba provenientes de África y fusionarlas o volcarla al jazz; y el ejemplo más cercano, el que a todos complace es el trabajo de Irakere en sus dos primeras etapas, y que ha seguido impulsando y es la base de casi todo el trabajo de Chucho Valdés o del pianista Omar Sosa, y en algunas propuestas de grupos como Opus 13, Afrocuba y Habana Ensamble como referencias históricas hoy prácticamente olvidadas.
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No es secreto que parte importante del afrocuban jazz está implícito en la música popular bailable cubana de hoy y su vínculo con la timba, sobre todo en la combinación piano/bajo/percusión.
Obligado conocer, escuchar y saber diferenciar el estilo de algunos pianistas cubanos, tanto clásicos como de estos tiempos. Las recurrencias más comunes son Chucho, Gonzalo Rubalcaba, Emiliano Salvador; pero hay otros nombres de pianistas que pocos conocen como los de Ramón Valle, Gabriel Hernández, Hernán López Nussa. Y más recientemente Rolando Luna; Harold López Nussa; David Virelles; Alfredito Rodríguez; Pepe Rivero; Iván “Melón” Lewis; Tony “el Loco” Pérez; Jorge Aragón Jr., Dayramir González, y otros nombres que harían extensa esta relación.
Y así debe ser con el resto de los instrumentos y sus ejecutantes.
Con esta información usted podrá sentirse como todo un buen diletante y estará listo para empeños mayores. Entonces podrá ser parte de ese grupo, cada vez mayor, que se agolpa en los teatros y espacios de la ciudad en que se escucha jazz; al margen de las implicaciones económicas correspondientes.
Pero lo más importante, será parte de esos que cada año persiguen la programación del Festival de Jazz y podrá tras el concierto al que asista emitir su criterio y hasta especular sobre las virtudes del músico o la propuesta que ha disfrutado; y ante la mirada de muchos podrá tener su propio círculo de seguidores o admiradores por el conocimiento que se gasta.
Se puede decir que ya sabe escuchar jazz. Solo le queda vivirlo.
Vivir el jazz es un acto personal, totalmente privado, que le permitirá desarrollar un sentimiento ecléctico de la vida y la música.
Solo que en los espacios públicos de estos tiempos su gusto musical —es decir, el jazz y todo lo que implica— esté condenado al ostracismo.
Sea entonces feliz de ser un marginal sonoro… un sobreviviente cultural.