Determinación
No es necesariamente fruto del egoísmo, sino más bien del instinto, esa batalla interior que se libra en la mente de todo ser humano cuando tiene que elegir entre sus valores morales, sus convicciones, sus principios, y sus posesiones materiales.
Aunque lo segundo casi siempre depende del cómo se ha conducido la vida gracias a lo primero, es innegable el rotundo golpe que nos produce en el corazón, casi más que en el cerebro una frase: perderlo todo.
Sin embargo, grande es aquel que se detiene a definir ese «todo» y, al final, por encima de la descrita disyuntiva, reconoce que no son sus bienes materiales lo que lo definen en realidad, y que ese componente de la vida puede incluso llegar a ser prescindible si en peligro está lo que verdaderamente compone su esencia. Esa mitad intangible que no tiene precio, ni posibilidad alguna de canje, y que, de perderse, puede dejarnos sin «nada», aun si lo tenemos «todo».
Es mucho el coraje que se necesita para tal decisión, y mucha tiene que ser la grandeza que habite a un hombre, a una mujer, para inclinar la balanza del lado que, probablemente implique supremos sacrificios; pero, a la larga, deja en la conciencia la seguridad de lo correcto, y dice más de nuestra valía que las ropas que vestimos.
De eso tenemos mucho los cubanos como herencia, en ese árbol genealógico simbólico que no nos viene por sangre, sino por Patria, y que nos hace portadores de un testamento sagrado, firmado por aquellos que llamamos padres fundadores, y las huestes generacionales que los siguieron por mérito y liderazgo.
Y para quienes todavía se preguntan de dónde nos viene el valor cuando nuestros enemigos creen que sucumbimos, de dónde nos viene la perseverancia si alguien nos acuña un imposible, de dónde nos viene la fuerza que arrasa con los obstáculos cuando cualquiera pudiera calificarlos de infranqueables.
Que busquen en la Historia; no habrá respuesta más contundente; porque 156 años después, este sigue siendo el mismo pueblo que un día, antorcha en mano, redujo a Bayamo a cenizas para no entregarla al enemigo.
Los tiempos pueden cambiar, los siglos correr, pero esa determinación sigue intacta.