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Ya sabemos

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Cuando hoy se dedica al menos un instante a conmemorar y dignificar a las víctimas del genocidio, a «pensar» en cómo prevenirlo, nos parece mejor invocar todas esas resistencias que lo enfrentan.

Hay quien quiere que uno dedique un día del año a lo que lleva luchas de vidas enteras. Hay quien quiere lavar su conciencia con actos simbólicos y aislados que generen postales conmemorativas, fáciles de colgar en las historias de WhatsApp.

La palabra genocidio no alcanza para describir ciertas cosas, determinados traumas históricos y tremendos, de los que la mayoría de nosotros y nosotras provenimos.

Genocidio, según la academia de la lengua, es el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. Pero siempre ha tenido un poco más detrás de lo que dice, porque la raza y la etnia la inventaron, la religión y la política la manipulan y la nacionalidad la prostituyen.

Ya sabemos quiénes son, conocemos el olor de cómo miran y el espectro sordo que hacen sus aviones cuando se lanzan a romper la barrera del sonido y otras cuantas barreras más.

Ya sabemos cómo hablan, que hay palabras que repiten mucho y otras que jamás mencionan, que les encanta rifar culpas y responsabilidades, que cambian rápido de tema, que pueden hacerlo, tienen con qué.

Genocidio… ¿Qué se pensarán que entendemos nosotros por que nos maten gente? ¿Un crimen común que se borra con tres días de llanto, cuatro meses de dolor y cien velorios?

Ya sabemos que no son solo nuestros cuerpos lo que les estorba: les sobran, también, la libertad plena y distinta y rica de nuestras sensibilidades, la voluntad de empeñar la palabra y la vida en función de la palabra y la vida, las maneras otras de decir cómo se organiza un pueblo o dónde y para qué o para quiénes se coloca la riqueza, el «a mí no me da la gana» parecido a la perreta que no tiene precio…

Este 9 de diciembre, día en que gran parte del mundo dedica al menos un instante a conmemorar y dignificar a las víctimas del genocidio, a «pensar» en cómo prevenirlo, a nosotros nos parece mejor invocar todas esas resistencias que lo enfrentan.

Las cotidianas que ni ellas mismas saben que existen, las pretéritas, las altisonantes, las que saben llorar, las que prefieren guardar la lágrima para más tarde, la silenciosa, la futura, la que asume, como dijera el poeta, «que todas las palabras con que le canto a la vida vienen con muerte también».

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