Aproximación crítica a las parrandas
Las parrandas son un ejercicio de expresión del poder de la cultura. En tal sentido, hay mucho que analizar en el trayecto de un fenómeno que en los últimos años no solo ha entrado en una crisis que amenaza sus valores, sino en algunos poblados en la franca extinción.
Cuando fueron elevadas al más alto rango que existe para un proceso patrimonial en el mundo, las parrandas obtuvieron un aval que las relocalizó en el mapa de los festejos globales. No solo se estaba hablando de la que acontece en Remedios, sino de aquellas que poseían una tradición igualmente fundante y que estaba en los pequeños lugares de la geografía cubana. Pero, con la crisis material vino la de los valores espirituales y los mecanismos de cohesión social.
Las fiestas, como un suceso aglutinador, sufren de la erosión del éxodo, de la escasez de medidas proteccionistas y de una visión reducida que las condena a ser un objeto de turismo en el mejor de los casos o una meta que se realiza a regañadientes.
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Uno de los aspectos que permiten que las parrandas se hayan mantenido es precisamente su genética cultural, ese ingrediente que va en el sustrato de la resistencia social y que resulta intangible. La identidad que se pasa de una generación a otra no solo constituye una realidad, sino que no permite que la erosión actúe impunemente sobre los grupos sociales gestores y portadores.
Las parrandas han organizado, de forma autónoma, vías para resistir su crisis, en las cuales está lo bueno y lo malo de lo auténtico.
Por una parte, los grupos de las redes sociales pecan de una información no contrastada, de índole popular, que pudiera sufrir de sesgos de confirmación; pero por otra parte son un ejercicio de democracia en el que nada queda fuera de una visión inquisitorial en ocasiones hasta injusta.
Las parrandas no han muerto del todo porque los grupos, dentro y fuera de los espacios de expresión pública, la sitúan y defienden y se crea un diálogo rico y conflictivo con las instituciones.
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En estos años, las vías estatales para apoyar la gestión de las parrandas han sufrido de los embates de la inflación, la inestabilidad con el presupuesto, la no existencia de reservas materiales, las decisiones tomadas a destiempo y los mecanismos ineficientes de autofinanciamiento que jamás han suplido las necesidades de los barrios. O sea, más allá de la crisis que se avizoraba desde finales del siglo pasado, las parrandas han entrado en un ciclo en el cual no se hace posible la realidad de sus proyectos y ello repercute en la naturaleza de las propuestas.
Por ejemplo, se está haciendo habitual el alquiler de las piezas de un poblado a otro, el reciclaje, el uso de un mismo tema reiterado en función de vestuario viejo y gastado, la no realización de concursos porque no se dispone de recursos para variar el discurso artístico…Todo ello forma parte de una conflictividad en las parrandas que no las dejan ser como está codificado en su genética.
Las fiestas son lo que han podido, lo que los tiempos han permitido. Y ello, en términos de desarrollo, puede ser incluso beneficioso un tiempo corto, pero no un largo periodo de tiempo sostenido en el cual no sabemos si todos los poblados van a mantener su tradición.
Una de las variables que se están viendo es la de la salida de un solo barrio, tal y como se ha producido en Zaza del Medio y en Guayos. Ello ante la imposibilidad de hacer las parrandas con la gestión meramente estatal.
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La vida es mucho más rica que la teoría y cuando vemos en eventos teóricos que se plantea la grandeza de las parrandas y su esencia de resistencia, quizás pensamos en cómo ello entraña sufrimiento, años de desgaste e incluso la lucha contra lo absurdo; todo ello pudiera evitarse con políticas públicas coherentes que se ocupen de los valores del fenómeno y le den una orientación no solo hacia la salvaguardia, sino hacia el desarrollo de los discursos estéticos.
Las parrandas sufren de un proceso de amorfia en el cual pierden sus contornos y comienzan a morir. Parecido al cáncer, las metástasis comenzaron por los poblados más pequeños y ya están en las plazas mayores.
Los síntomas son la falta de personal calificado y con disposición para el trabajo en las naves, la imposibilidad de gestión de los grupos portadores, la presencia de intereses que van más allá del arte y que dañan el procedimiento creativo. Todo ello, unido a un mal tan terrible como la no legislación o alegalidad de las parrandas que pende como una espada de Damocles sobre los pocos gestores que quedan y que pudieran irse totalmente en los próximos años.
Para que un patrimonio se mantenga, se requiere de un trabajo que no sea meramente cosmético o expositivo, sino de transformación desde las bases y de estudio científico social.
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En ese aspecto, las cuestiones hasta ahora vistas desde la comunidad que se acerca a las parrandas en el campo de la investigación siguen haciendo esfuerzos en zonas que ya hoy no son determinantes en la pervivencia de las tradiciones. Este elemento no es de poco peso si se analiza la necesidad de que las personas portadoras tengan un representante en la ciencia que los defienda.
Cuando estamos a la altura del 2024, la casi totalidad de las parrandas del último año se hicieron desde el reciclaje de piezas y no la creación. Solo en las plazas mayores como Remedios y Camajuaní se puede hablar de un proceso desde cero.
Quedan excepciones como Chambas con todo ese esfuerzo desde la periferia y la lejanía. Esto es para ser analizado ya que el país no cuenta con tantos festejos de esta índole y pudiera a partir de un estudio y de una mirada diferentes tener otra praxis gubernamental desde los beneficios presupuestarios.
La solución no puede ser prescindir de las tradiciones, como está pasando con el poblado de Tayaguabón cuyas parrandas son de las más antiguas de la isla, sin embargo, fueron declaradas de poco interés.
Este ejercicio discrecional de poder está muy lejos de ser lo que los pueblos necesitan. De hecho, se genera un roce incómodo con las comunidades portadoras a partir del cuestionamiento de procesos complejos en los cuales la cultura interviene desde su horizontalidad. Si no se detienen estas prácticas y se comienza a actuar con inteligencia política, las parrandas pueden volverse un boomerang en manos de los gobiernos locales.
El caso de Iguará en Sancti Spíritus es icónico, ya que contra todas las banderas e incluso desde el desconocimiento institucional, lograron rescatar las tradiciones y defenderlas a un nivel heroico.
Las parrandas primigenias de Remedios, con el apoyo de capital privado y la concurrencia de muchos de sus seguidores a lo largo del mundo, han seguido su curso aunque no con pocos escollos. Su núcleo está atravesando un proceso de reconversión en el cual se requieren de mecanismos legales.
Este acontecimiento será replicado en la medida en que el país tenga condiciones que requieran que las parrandas para vivir deban aspirar a otra realidad económica. Hoy, hacer una carroza o un trabajo de plaza no solo es un ejercicio duro, sino que entraña un nivel de contradicciones.
Y la cultura no debería estar abocada a esos fenómenos de desgaste. Por ello, las parrandas están en una crisis que va más allá del dinero del que dispongan o de los materiales; se necesita de una conciencia diferente en los decisores y de un trabajo público a partir de políticas conscientes y bien asesoradas con los grupos portadores.
Guayos ha dado una lección con la salida espectacular de uno de sus barrios, pero el escenario vacío del otro barrio nos mostraba la realidad dolorosa de unos grupos portadores que no son capaces humanamente por sí mismos de sostener el festejo.
Hace falta un pensamiento creativo y diverso, abierto, que se salga de los salones y vaya a las naves y escuche. De ello depende el espíritu de una tradición que define los estados de ánimo, los decretos de vida y la belleza de las existencias humanas a lo largo de una amplia geografía ya no solo cubana, sino global.