Cuestión de jerarquías
En esta era de las redes sociales y la digitalización masiva se hecho evidente en varios sectores la pérdida de ciertas nociones de la jerarquía cultural que solían guiar elecciones y apreciaciones. Nuevos esquemas de consumo, impulsados por plataformas como Instagram, TikTok y YouTube, han redibujado el mapa cultural, donde ahora los likes y los seguidores determinan la relevancia, relegando a un segundo plano referentes tradicionales como la literatura, los medios de comunicación convencionales, el teatro y el cine.
El fenómeno plantea desafíos significativos para la conservación y valoración de un acervo cultural sólido y diverso.
La facilidad con la que se accede a información en la actualidad es indudablemente un avance. Nunca antes había sido tan fácil para una persona tener a su alcance una cantidad tan vasta de contenidos y recursos educativos, artísticos y culturales.
Sin embargo este exceso de fuentes y la saturación de contenidos muchas veces confunden más de lo que esclarecen. La ausencia de jerarquías culturales claras provoca que mucha gente se pierda en un mar de información, sin la capacidad de discernir entre lo que enriquece y lo que simplemente entretiene.
Es en este contexto donde la responsabilidad de los padres y educadores se vuelve crucial. No se trata de imponer valores ni de denigrar el uso de Internet o de las redes sociales, sino de promover un equilibrio sano. Es fundamental guiar a las nuevas generaciones hacia una interacción más consciente y crítica con los contenidos que consumen. Los padres y educadores deben ser mediadores activos, que no solo sugieran buenas prácticas, sino que también ofrezcan opciones culturales variadas y de calidad.
La clave está en enseñar a aprovechar las potencialidades de las nuevas plataformas sin obviar la riqueza de los medios tradicionales. Las redes sociales pueden ser poderosas herramientas de aprendizaje y difusión cultural si se utilizan de manera adecuada. Pueden conectar a los jóvenes con obras literarias, con producciones cinematográficas significativas o con piezas teatrales innovadoras, a las que probablemente de otra manera no tendrían acceso.
Sin embargo, para que esto suceda, es necesario un esfuerzo consciente por parte de quienes educan y guían, promoviendo la curiosidad y el criterio propio.
El concepto de jerarquía cultural no debe interpretarse como una herramienta de exclusión, sino como un recurso que facilita el acceso a las mejores opciones y garantiza la solidez de un acervo cultural.
Estas jerarquías ayudan a distinguir entre lo efímero y lo trascendente, entre lo superficial y lo profundo, y ofrecen una guía para aquellos que buscan nutrirse con contenido de calidad. A medida que estas jerarquías se diluyen en la era digital, se corre el riesgo de perder la conexión con elementos culturales que han sido fundamentales para el desarrollo intelectual y emocional de generaciones enteras.
Otro aspecto esencial es reconocer que no todos los contenidos tienen el mismo valor educativo o cultural. Mientras que las redes sociales pueden ofrecer entretenimiento y conexión, los libros, el teatro y el cine siguen siendo fuentes insustituibles de reflexión, aprendizaje y enriquecimiento personal.
Enseñar a las nuevas generaciones a valorar estas experiencias no es imponer una visión, sino enriquecer su horizonte y proporcionarles herramientas para una vida más plena y consciente.
Equilibrar la balanza entre el consumo de contenidos digitales y el acceso a referentes culturales tradicionales no es una tarea sencilla, pero es imprescindible.
Los padres y educadores deben estar dispuestos a involucrarse activamente, explorando juntos con los jóvenes las opciones disponibles, discutiendo sus elecciones y promoviendo un uso responsable y crítico de las plataformas digitales. Al hacerlo, no solo estarán contribuyendo a la formación de individuos más cultos y críticos, sino también al sostenimiento de una rica herencia cultural que es patrimonio de todos.
En definitiva, la disolución de las jerarquías culturales en tiempos modernos no es un problema de acceso a la información, sino de exceso y dispersión . La solución pasa por recuperar el valor de los referentes culturales sólidos, no como una imposición, sino como una guía que facilita la navegación en un vasto océano de contenidos. Así se podrá aprovechar al máximo las oportunidades que brinda la tecnología, sin perder de vista lo que realmente enriquece y alimenta.