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Irrealidad y realidad de la colonización cultural

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La colonización es un proceso complejo que expresa luchas por el poder y específicamente la conquista de la mente y sus funciones cognitivas

La realidad del mundo posmoderno contemporáneo es la de la colonización cultural. Se dice fácil, pero nada más hay que analizar la mayoría de los productos que surgen en los estantes del mercado mundial para darnos de bruces con que todos aluden a un universo inmaterial o sea nuestra mente y precisamente a partir de la conquista de ese terreno se dan las matrices y los mecanismos de encadenamiento a la estupidización de las personas.

Estamos en una era en la cual pesa más la palabra de un youtuber que la de un científico o la de un investigador social, en un mundo donde los políticos dejaron de hablarle a las personas para usar las redes sociales como herramientas coloniales que se adentran en las zonas más emocionales de los públicos y así lograr un resultado concreto ya sea electoral o de pleno dominio de las masas. Y eso aplica para todo y tiene repercusiones en la conformación de las ideas y de las acciones.

Ese coloniaje tiene su correlato en la realidad de un mundo en el cual se sigue aludiendo a la plusvalía como esa porción de la riqueza que no se reparte, sino que es la esencia de la producción y reproducción del capital.

El dinero es la entelequia, la mercancía de mercancías, y como tal media en las relaciones humanas y las torna alienadas en el sentido de una irrealidad posible. O sea, no es que estemos hablando de algo nuevo o que solo es propio de la posmodernidad, ya que hubo colonización cultural por ejemplo en la conquista de América por los europeos o en los procesos anteriores en el mundo en los cuales una civilización se impuso a otra y cambió los cánones de comportamiento para tornarlos predecibles, obedientes y dentro de un marco determinado.

Por ejemplo, ahora mismo tiene más peso una idea que se comparta millones de veces en una red social, que una verdad hallada tras décadas de investigación. Ello da paso a que las realidades se distorsionen a partir de narrativas y que finalmente ni la ciencia ni la certificación de fuentes sean lo que el público tome en cuenta para formarse una opinión, una matriz, una acción diaria.

Si en los inicios del siglo XX era la radio con su masividad y lo directo de la relación con los oyentes, en esta centuria estamos hablando de una web colaborativa en la cual se les hace creer a las personas que las ideas que postean, comentan o proponen son suyas, cuando en verdad fueron concebidas a partir de laboratorios de opinión en los cuales se hicieron estudios previos de audiencia.

La colonización cultural no es solo una cuestión de naciones, de entidades supra que están en una pelea por la supremacía o por la geopolítica; en realidad se trata de una batalla cognitiva en la cual las personas entregan las llaves de su mente a poderes externos a cambio de gratificaciones.

El placer momentáneo como juego que envuelve las sensaciones y que ofrece un sentido efímero de la vida es el motor del proceso de esclavización de las ideas.

Se deja de lado la racionalidad porque se nos vende la idea de que este objeto es la piedra filosofal de la felicidad y que solo si tenemos determinado dinero podremos acceder.

En ese fenómeno del fetiche de la mercancía, nosotros somos la mercancía. En un famoso cuento de Julio Cortázar, un hombre compra un reloj y al darse cuenta de que estará todos los días atado al objeto y que su existencia quedó determinada por sus caprichos; termina concluyendo que el reloj lo compró a él. O sea, no existe como tal una verdad más terrible que la del fetiche que convierte nuestra ontología en una irrealidad y nos introduce en el universo de lo inauténtico en el cual se pierde la vida en cuanto significado.

Sucesos que han estado ocurriendo en la sociedad cubana apuntan a la introducción de matrices que antes nos eran ajenas y que vienen ligadas a nociones como las de propiedad, individualismo, apego a la materialidad del mundo y desinterés por el cultivo de las ideas.

En ese proceso de reconversión de valores se pueden ir dejando de lado conductas altruistas que eran la base de una propuesta y asumir otras que están cimentadas en la violencia, el expolio, el poder o simplemente la crueldad. Todo ello debió pasar antes por una batalla cognitiva en la cual las personas hicieron una renuncia total de su soberanía como seres humanos y por tanto perdieron su decencia y valores honrados. Porque la colonización también va de crear problemas sociales, delincuencias que justifiquen la enajenación social y que provoquen que las personas se aíslen y hallen el placer por ejemplo en una gratificación digital.

Si no se toma en cuenta la complejidad de los procesos y la urgencia de que los estudios críticos académicos se introduzcan en las políticas públicas y en los planes de investigación, se estará en pocos años a las puertas de un proceso colonizador a gran escala en el cual no solo estará en juego la geopolítica nacional, sino la propia racionalidad de las personas como entes funcionales.

No se puede concebir a la carrera de periodismo desligada de las ciencias sociales y políticas que le otorgan entidad al proceso de comunicación. Y eso es lo que, por desgracia, hemos estado viendo cuando se privilegian visiones posmodernas que se inscriben en una tradición reciente de estudio de las redes sociales desde el acriticismo y la asunción de paradigmas liberales.

La introducción de un mundo de posmodernismo y de irracionalidad en los estudios es parte de la colonización y de la renuncia de las universidades a la aspiración a la verdad. Los sesgos cognitivos no son solo individuales, sino que están presentes en muchos procesos sociales a nivel macro y se toman por ciertos e incluso se erigen paradigmas a partir de ese mal proceder de la conciencia.

En Cuba, como en cualquier país, habrá de hacerse la contracultura hegemónica, pero no prohibiendo, no sesgando ni negando el mundo. Existe en la concepción de la entidad nacional la visión martiana que descoloniza y que asume el cosmopolitismo desde una posición culta, crítica, con filtros. Y en ese sentido hay que trabajar, buscando siempre el equilibrio del mundo en nuestra nación y no la eliminación de los discursos, que por demás es una irrealidad de la política.

José Martí en su ideario no podía renunciar a la riqueza de la tradición cultural del mundo, pero tampoco hacia caso omiso de las urgencias de la conciencia consigo misma ni de la necesidad de eliminar sesgos cognitivos que esclavizan. Por ello, en la obra que nos legara los cubanos podemos encontrar la savia para la liberación de la batalla cultural que se hace en un mundo moldeado por las redes sociales, en el cual sin embargo todo pareciera al alcance de la mano, democrático, barato, desechable.

Los sucesos ligados a la violencia, al expolio, solo se pueden combatir desde el conocimiento pleno, desde el diálogo de ideas; y no encerrando el país en una urna de cristal. Hay que asumir el reto ideológico de un universo en el cual priman la contradicción, la lucha por los sentidos, las narrativas.

La presunción de que somos los guardianes de una verdad determinada ya no será el paradigma sobre el cual erigir un proceso social. En ese punto es donde la colonización cultural y la descolonización se hacen dos fenómenos concretos y bajan del Olimpo de ideas en el cual solemos verlos.

La propia vitalidad de las personas, su sustento, dependen del entendimiento de lo que somos y de la funcionabilidad de un sujeto que tiene que existir en el mundo real y no el de las matrices de las redes sociales.

Ir a Martí nos torna no solo sabios, sino cautos y por lo menos en ese viaje podremos autoconocernos mejor para valorar una identidad que está bajo ataque y que requiere beber su fuerza no solo de un triunfalismo evidente, sino de los quiebres, de las derrotas y las decepciones.

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