Yunier Fernández, con medallas de humildad y oro en París 2024
Se coronó en el para tenis de mesa de estos Juegos Paralímpicos, y es el primer cubano en lograrlo en esa disciplina
París.- SI PUDIERA caminar, seguramente habría salido corriendo a abrazar a Rieldis Ortega, su entrenador, pero la ergástula de su silla de ruedas le obligó a contener el festejo.
Yunier Fernández levantó los brazos y luego se desplomó sobre la mesa, la acarició, llevó sus manos a la cabeza y se rascó la cabellera, reposó unos segundos sin notar nada distinto, apenas un cúmulo de sensaciones atoradas, que a fin de cuentas había vivido antes.
Era campeón paralímpico de la clase TT1 en el para tenis de mesa, pero no había cambiado nada, esos primeros instantes de euforia dieron paso a otros más reposados de asiento, aún con la misma incredulidad.
Tapó su rostro y vio pasar ante sí la ira incontenible ante la resignación, negó con la cabeza cualquier cosa, humedeció los rostros ajenos con sus lágrimas y se repuso con una sonrisa clara y transparente, casi tímida.
Y entonces uno adivina cómo ha podido afrontar la broma de mal gusto de su suerte, y no fue descubriendo el don y el sino, fue esa sonrisa envidiable, ese carisma sin par y la voluntad férrea que le devuelve el doble de cuanto le han quitado.
Es un lujo verle pelear en la sala. Amarra la raqueta a su mano porque la afectación medular que le aqueja le impide agarrarla, le priva del tacto fino, y se transforma en una fiera que no gana sino aplasta.
Grita un punto a favor, lamenta el error propio, vocifera histriónico su superioridad, se da golpes en el pecho y suelta una palabrota que no entienden en lal Paris Arena Sud, donde se juega la final de estos Juegos Paralímpicos.
Intimida con la mirada, invita a temerle, poco a poco destroza al británico Robert Davies y este no sabe cómo defenderse, ha llegado con el palmarés de campeón paralímpico en Río de Janeiro 2016 y no entiende la superioridad táctica de Yunier, que lo devora frenéticamente.
Todavía le quedan vestigios del joven díscolo de sus dos primeras citas bajo los tres agitos, pero ha ganado mucho en aplomo, «llegó a mi vida la sicóloga Anel Ruiz y me ha convertido en un campeón», agradece como retribución.
«Hace mucho tiempo sé que yo podía conseguirlo, pero ahora me lo creí de veras y salí concentrado a buscarlo», y lo logró salpicado de la épica que acompaña a los hombres grandes.
Y cuando uno cree finalizado el espectáculo sublime de su hazaña, conjuga el verbo agradecer en todos los tiempos y formas, las palabras van como envoltura material de su pensamiento y su bondad sin límites.
«Esta medalla también es de Rieldis», el entrenador y el hermano, el incondicional, el vecino, el confidente, su lazarillo, su amigo.
Recuerda a su familia que le apoyó «en las buenas, en las malas y en las peores», cavila sobre su gente.
«Pienso en la Revolución cubana que me ha permitido representar a mi país, y gracias a Fidel he cumplido un sueño», sentencia emocionado, como si otra vez volviera a marcar ese punto que le hizo campeón.
Y también se acuerda de La Taconera, su pueblo, ese humilde barrio de Guanajay, en la provincia de Artemisa, donde harán procesión a su llegada.
Le aclamarán como el rey del barrio, beberán licores y festejarán por el más mundano apóstol del panteón de los impuros y venerarán para siempre al santo patrono de los más humildes.