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Brochazos de chapucería

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Por más que rebobino años y recuerdos, no registro en mi alejada infancia, adolescencia y juventud una escena similar a lo que hoy sucede con total naturalidad en cualquier o, para no ser absoluto, en muchísimos lugares.

Se ha tornado, cada vez más recurrente, ver a obreros pintando bordes de acera, a brochazo o escobazo «limpio».

No es esa labor, sin embargo, el motivo que me inclina sobre el teclado, sino el modo –muy distinto hoy– en que, por lo general, transcurre.

Por nada del mundo en los años 70-80 del pasado siglo, alguien la realizaba de ese modo, salpicando a diestra y siniestra, con el consiguiente embarre o derrame de cal o de pintura, por encima y por debajo de la línea o borde que delimita la acera de una calle, parque o plaza.

Era algo así como un reto a la perfección, a la cultura del detalle, del buen gusto.

Pareciera que la modernidad de este tiempo serruchó de cuajo o le pasó brocha gorda a aquel modo impecable de hacer, para instalar en su lugar una nueva forma de despreocupada chapucería que, si bien reporta «alta productividad», sepulta de manera tajante los contornos de la belleza, la calidad del trabajo.

Tampoco es la única expresión de la chabacanería y del pésimo gusto que suelen germinar con gran facilidad a ras de sociedad.

La soltura con que algunos (supuestamente) limpian de malas yerbas un área, la incorrecta siembra de frutas, vegetales, cultivos…, los remiendos que a modo de remedio se tornan peores que la enfermedad en carreteras, los costurones con que ciertos ¿chapisteros? cosen carrocerías que ni el pincel de Da Vinci podría disimular, o la vulgaridad con que aparentes compositores descomponen la música, son apenas algunas de las expresiones primas o hermanas de la brocha vomitando cal.

Lo más triste no es que suceda en muchas partes. Es que el iris humano –sobre todo el de jefes, directivos y responsables– lo perciba ya como «cosa normal y cotidiana» o que, incluso conscientes de que se trata de una burda chapucería, nadie (o tal vez casi) mueva un dedo para impedirlo o para corregirlo a tiempo.

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