Marea que nunca baja
Mónica Sardiña Molina
Por una cola desfila Cuba, con todos sus rostros, colores, aromas, voces y edades; entre lamentaciones y chistes, problemas e ideas que vale la pena escuchar para solucionar algunos, preguntas atrevidas y respuestas arriesgadas, exageraciones y sentencias firmes, escepticismo y esperanzas… un baño de realidad, sin burbujas ni cortinas.
«¡El último!»
«Es una muchacha que va detrás de mí, pero fue un momento a llevar a los niños a la casa de la cuidadora. Yo sigo a aquel señor con el bastón en la mano, y él va detrás del hombre de la motorina roja».
«Niño, disculpa que te pregunte: ¿ese cartón de huevos lo compraste por aquí cerca? ¿Y cuánto te costó? ¿¡Ya subieron otra vez!? ¡Ay, Marco Antonio Solís, “¿a dónde vamos a parar?”».
«Señora, sobre ese tema, mejor no hablar. Hace tiempo vivimos para garantizar lo imprescindible y cada día cuesta más conseguirlo, porque los precios de la comida, transporte, aseo y todo lo básico para una familia aumentan de un día para otro o de la mañana a la tarde. No importa si el dólar sube o baja, si hay más o menos combustible y si los cultivos están o no en temporada. La irracionalidad se está haciendo millonaria».
«No hay para dónde virarse. Tal parece que se pusieran de acuerdo, porque se mantiene el mismo precio en casi todas partes, y si hay algún cambio, es para arriba. Los establecimientos estatales no difieren mucho de los privados, porque lo poco que hay anda por las nubes. Se habla mucho de competencia, pero yo solo veo la disputa por quién vende más caro».
«Imagínense mi caso, con dos niños a punto de comenzar el curso escolar. Estoy al borde de la locura, comprando zapatos, mochilas, loncheras, y todo lo que necesitan. Parezco una bibijagua, en busca de lo que les daré de merienda, calculando qué refresco rinde más, si da mejor resultado el pan o la galleta, inventando qué echarle dentro y algo de proteína para reforzarles el almuerzo. Menos mal que en mi casa entran dos salarios, porque no dejo de pensar en las madres que crían a sus hijos solas».
«¿Y en los jubilados? ¿Quién piensa en nosotros los jubilados? Trabajamos 30 o 40 años y ahora tenemos que arreglárnoslas con una pensión mínima. Muchos viven solos o tienen hijos que no pueden ayudarlos —o no quieren, desgraciadamente—. Algunos estamos fuertes y seguimos trabajando o buscando el sustento de cualquier manera, pero otros ya están vencidos por la edad y las enfermedades. Tenemos derecho al descanso y a una vejez digna».
«A esta situación alguien tiene que ponerle un límite. Tanto como producir, hace falta frenar a los que se hacen ricos sin trabajar, a los que venden y revenden con ganancias estratosféricas. Las leyes no pueden quedarse para adornar la Gaceta».
«Sin embargo, tampoco se puede controlar con extremismo, porque les corta las alas a quienes llevan adelante un emprendimiento honrado y sudan cada peso que ganan. Cuando se aprieta demasiado la tuerca, muchos se asfixian, mientras los mismos pocos de siempre no se enteran».
Por una cola desfila Cuba, la extrovertida, que comparte sin reservas alegrías y penas propias, y se contenta o lamenta de las ajenas; la que ofrece ánimo y consejo al desconocido con cercanía casi familiar; la que resiste y se sobrepone, porque encuentra siempre algo por lo que agradecer o alguien por quien luchar; la que merece y confía en que vendrán tiempos mejores, los apura y sale a su encuentro, en vez de esperarlos cruzada de brazos.