La niñez más allá de los formalismos
Existen programas que protegen a los más pequeños, pero su efectividad hasta el presente en el mundo es cuestionada
Desde hace tiempo se viene trabajando para mejorar las condiciones de vida de los más pequeños en el mundo, pero es insuficiente lo que se ha logrado. Programas en los cuales se invierte dinero, recursos, para que llegue la educación y se haga una obra preventiva; caen en el saco roto de los gobiernos que prefieren mirar hacia otra parte. Y es que los niños no tienen los mismos derechos que los adultos a la participación y por ende a hacer oír sus voces. En teoría están bajo la custodia de personas que los cuidan, pero que muchas veces son las mismas que los expolian o los abandonan. Entonces es una función del estado y de los organismos internacionales hacer para que el trabajo no solo sea de destinar recursos de manera unidireccional, sino para que los pequeños tomen parte en su lugar en el mundo y defiendan sus derechos.
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Empoderar a los niños es algo que está por encima de ideologías y se trata de hacerlos menos vulnerables a la maldad del mundo y a los adultos, quienes en ocasiones no entendemos como ellos o no sentimos igual. En ese aspecto hay que tener en cuenta también que en Occidente se desenvuelven corrientes en las cuales sigue siendo vital la tutela de la familia y su relación con la comunidad y las instituciones. Se trata de que los niños accedan a los derechos sin los impedimentos que pudieran generarles malestar, daños, traumas. Pensemos en las zonas en guerra en las cuales no solo se dan elementos de índole emocional, sino que las personas pierden la vida o a sus familiares. Allí hay mucho que construir, pero por encima de todo desde la cultura de la paz y de la convivencia.
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Los niños como sujeto de derecho son una asignatura pendiente para todos mientras tengamos que hablar de niños destrozados en varias partes del globo por las bombas o por los atentados a la vida. Hay enfoques que quieren ver esto solo desde lo meramente teórico o académico, pero las políticas públicas versan sobre personas, seres de carne y hueso que no pueden ser abandonados a su suerte sin que ese mal repercuta en el grueso de la humanidad y se genere una huella de dolor.
Hace falta una verdadera agenda que elimine el hambre en los niños, la violencia, que luche contra el reclutamiento forzoso de los muchachos (algo invisibilizado). Esa es la realidad que a veces no vemos en los discursos de Naciones Unidas, más preocupados por diversidades que no representan a todos, ni compartimos la mayoría. La verdadera igualdad es el respeto a la vida y la búsqueda de la felicidad por medios legítimos. Para eso existen la educación, las normas de convivencia, el hecho de que el mundo provea a los niños de un futuro. Sin programas, sin ese ingrediente que es tan vital y que se llama seriedad; no vamos a construir la sociedad que queremos. De nada nos vale una inclusión que no se acuerde de los niños sin alimentos, esos que miran desde la calle las vidrieras llenas y que no tienen cómo comprar. La diversidad sin comida, sin vida, sin acceso a lo básico es otra idea burguesa que solo sirve a los intereses de los poderosos y su agenda de control. La manipulación de los derechos es un atentado contra los derechos. Y en esa contraposición del mundo hemos estado viviendo las últimas generaciones, mientras vemos cómo en varias zonas los pequeños padecen, lloran, mueren y son tratados como fichas reemplazables.
Los programas de las Naciones Unidas no son suficientes, como no lo es la filosofía mediocre del neoliberalismo que ha impregnado la doctrina de los derechos humanos. En ese mismo marco de pensamiento, hay que saber sopesar las consecuencias de agendas que intervienen en los derechos de los niños solo desde un accionar formal, sin que haya resultados palpables. Son muchos los que construyen un mundo en el cual, en el papel, todo está bien, pero que se distancia de la verdad, una verdad en la cual no hay derecho ni a llorar, porque se han acabado las lágrimas. Los dolores de la humanidad son los de un niño dormido en una caja de cartón en medio de la opulencia de un mundo de propiedad privada en el cual se alzan los edificios rascacielos y se vende al por mayor esta o aquella acción de una empresa. Son los dolores de los más pequeños, los que no pidieron nacer y que aun no tienen edad para comprender el origen de las injusticias y por ende para luchar por la justicia.
Cuando dejemos de ver nuestras diferencias y de ponderar una visión burguesa de las luchas sociales, cuando dejemos a un lado lo que nos pesa como humanidad y que constituye un fardo de vergüenza, estaremos a la altura de los niños, de su moral impoluta, de su risa sin elementos de hipocresía, de su amor inapelable. Y es que todo lo que nos falta, todo lo que no se construye en un abrir y cerrar de ojos, se va con la muerte de un niño, sea de la edad que sea y en la cultura que haya nacido. Nada justifica que los derechos se pierdan o sean obviados.
Por una infancia feliz y protegida en Cuba
El bienestar de los niños, niñas y adolescentes está entre las prioridades del gobierno cubano. No obstante, se hace necesario un enfoque más integral y acorde a los nuevos tiempos, ya que no solo es la ley, sino también cómo hacerla valer.
La “Política integral de niñez y juventudes” articula normativas nacionales para propiciar la inclusión social con equidad de los más jóvenes en entornos donde existan condiciones sociales, humanas y materiales para potenciar su pleno desarrollo.Aunque en nuestro país desde la propia Constitución de la República, el Código de Familias y el Código Penal se garantiza una protección de la infancia, se necesitan acercamientos a los problemas locales. La política viene entonces a articular el enfoque nacional con los espacios en municipios y localidades, afirmó la especialista. Además, servirá para actualizar la norma jurídica cubana sobre niñez y juventud, y tendrá un alcance temporal, ya que requerirá de un monitorea permanente y reajustes.