Género e inclusión

¡Cuidado, hombres “cocinando”!

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Cómo molestan las mentiras de tu pareja, así sean para tomar cerveza o ver las olimpiadas con los socios y sacar el cuerpo al hogar…

“¡Déjalo, ese hombre no sirve pa’ na’ y te está matando a disgustos!”, insiste la mayor a la joven, a todas luces desconsolada de amargura, frustración y despecho porque la pareja, una vez más, le inventó un cuento para correrse por tercera, nada menos que con la exmujer y madre de sus hijos (según la amiga, medio enredadora a mi ver).

Llevan un rato en esa escena, y yo, que espero la lancha con extrema paciencia mientras cuento las olas y los locos en el contaminado maleconcito reglano, me acuerdo de las veces que he estado en ambos roles.

Tal vez más en el segundo, cierto, pero no voy a dármelas de inmune al dolor del abandono, de sentirte burlada por alguien en quien depositaste tu amorosa confianza, por no decir todos tus planes, esperanzas, estereotipos, miedos y desconciertos (que a veces nos ponemos intensas y sofocamos de verdad).

Es duro confiar en las palabras de alguien y luego ya no poder creerle nada porque un buen día descubriste que te esconde la bola por manía, incluso sin necesidad, tal vez por malos hábitos adquiridos en otras relaciones, y muchas veces con la complicidad de los socios, que se burlan en tu cara.

Una cosa es que un hombre te dore la sartén para darse un revolcón con una extraña o sacudirse ganas del pasado (muy mal, pero entendible, a la luz de nuestra cultura), y otra que te diga estupideces o “enferme” a alguien para irse a tomar una cerveza, o a jugar dominó, o a ver las olimpiadas en casa ajena porque en la propia lo miran con mala cara si coge vacaciones para eso, pero no es capaz de sacarle las goteras al techo o terminar de pintar el cuarto de los niños.

Creo que vale ahora mismo una aclaración: no estoy hablando de Jorge, ¡ni remotamente! Mi abnegado marido vive el deporte veraniego en pantalla, pero no le saca el cuerpo a su trabajo o la casa, y mucho menos le huye a la cocina. En ocho años cambiaron muchas cosas en la dinámica de nuestra pareja, pero esa se mantiene inamovible: si depende de mí, en esta casa nadie muere de aburrimiento, pero de hambre ¡seguro!

La joven llorosa baja hasta la requetesucia orilla de la bahía (penoso, pero real) y deposita un paquetico envuelto en cintas azules y blancas. Murmura sus rezos mientras recompone su mocosa dignidad y luego mira a la temba con fiereza perturbadora: parece que la propuesta de bilongo que escuché minutos antes va a ser ejecutada, y el infeliz destinatario recibirá su “merecido” esta noche, entre el postre y el café.

Ni lo piensen: no voy a describir acá la fórmula sugerida por la imponente consejera porque sus elementos son bastante accesibles y siempre hay una cabecita revuelta que me lee y se apresta a blindar sus propias inseguridades.

Tampoco voy a decirle a Jorge, obvio: es él quien prepara los potajes en casa, y aún sin malas intenciones puede prepararme un amarre-purga creyendo que le daba una receta vegana.

Sí, amigas, sin malas intenciones, también el mío escucha a medias de vez en cuando, y si hay pelota o fútbol es peor: sin ambages se coloca su “tubito de respirar” y desconecta el resto de las neuronas a puro autocontrol.

Por suerte, nunca ha caído en la incoherencia de decirme que va a hacer una cosa cuando planea otra, así que la confianza está intacta. Su vida es transparente, su comunicación fluida y sus zorreos en las redes inofensivos, al menos para mí, que no sufro ni un ápice que este hombre sea cariñoso y locuaz.

De mi parte hay menos coherencia, pero no porque me esconda o cocine maldades, sino porque salgo con un plan y por el camino ejecuto otro, o no me da la gana de revisar el celular y me escabullo de mis lazos terrenales para sentarme, como ahora, a no actuar: tan solo ver pasar la vida ajena y acumular insumos para futuras crónicas y consejerías.

En días así, yo también hago mis “paqueticos” de malas vibras, propias y ajenas, y a través de la respiración los deposito en el mar, en las nubes, en árboles robustos o gaviotas lejanas…

Otras veces los convierto en algo productivo, como la Ruta de los Sentidos en la Habana Vieja, que repetiremos este sábado en la mágica calle Mercaderes, única en el mundo.

Salimos a las 3:00 p.m. de la Plaza Vieja, y mientras desgrane historias sobre la sexualidad como arte y ciencia, a lo mejor dejo caer algunos de esos cocinaos inofensivos para lograr que la pareja dure sin mentiras ni maquinaciones… ¿Te animas a saber?  

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