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Felicitó Raúl al Gigante de Herradura

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PARÍS.–Mijaín López Núñez, el hijo de Leonor y de Bartolo, pasó los límites posibles. Si alguna obra humana se acerca a la perfección es la que acaba de cerrar aquí, con su quinta medalla de oro consecutiva en la lucha grecorromana.

Sin embargo, para él lo más importante «es sentirme orgulloso de ser cubano, de darle a Cuba todo lo que me enseñó. Cada medalla olímpica y mundial lleva ese sentimiento».

Mijaín es Cuba, porque el niño, el joven, el obrero, el científico, el médico, el maestro, el intelectual, se reflejan en su convicción de victoria.

Es un país porque respeta, quiere y lucha hasta la victoria; porque por él, cada vez que un voluntario de los Juegos, un colega o un simple chofer nos identifica, te expresan: ¡Viva Cuba, Viva Mijaín!

Hasta la noche del 6 de agosto, en el Campo de Marte, ombligo de la cultura de esta ciudad, y a los pies de la Torre Eiffel, vinieron a abrazarlo otras leyendas. Recibió el beso de una Ana Fidelia Quirot, quien lo apoyó tanto en las gradas, que parecía haber corrido una de sus electrizantes carreras de 800 metros.

También se fundió con Javier Sotomayor, en una jornada en la que el gladiador hizo que Cuba se fuera por encima de los 2,45 metros del Príncipe de las Alturas.

Todavía con las pulsaciones retumbando en su vasta geografía muscular, llegó la llamada desde la Patria. «Es el suceso deportivo más importante de los Juegos. Eres un cubano y un revolucionario ejemplar», le dijo el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Le preguntó por el hermoso mensaje de dejar las zapatillas en el colchón, y el invencible campeón le comentó que era como una siembra para los jóvenes que continuarán el camino.

Fue entonces, cuando el protocolo le exigía prepararse para la premiación, que le preguntaron si tenía un mensaje para su poblado de Herradura. «Un beso grande para mi gente de Herradura, y prepárense, que ya se formó».

La lucha se mantiene, con Mijaín, en el paraíso áureo de los cinco aros desde 1992, cuando Héctor Milián logró la medalla de oro, en Barcelona. A partir de aquel inicio, en ninguna edición ha dejado de subirse a lo más alto del podio.

Ese sitio también lo extrañará, fue él quien más lo aupó. Nació para vivir allí, y ahí estará siempre, porque los invencibles no se retiran, siguen ganando.

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